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El Putin español

Como Putin, es tal el número de escándalos acumulados, de enemigos creados, represaliados humillados, o papeles y testigos incriminatorios por ahí diseminados, que su poder puede perecer antes de asentarse definitivamente.

Los socialistas han pasado en setenta años de ser comandados por el Lenin español a hacerlo por el Putin español. Todo sea por no salir de la Madre Rusia y reconocer que el Muro de Berlín en verdad ha caído.

Procedente de los servicios secretos, primero de la KGB y después del Servicio Federal de Seguridad, Vladimir Putin se convirtió durante los años noventa en el ojo que todo lo veía y la mano que a todo alcanzaba. Como tal ejerció de temido y cruel fontanero del Kremlin, con aparente fidelidad hasta que la debilidad de Yeltsin hizo que su poder, ya de facto, pasase a de iure: en 1999 fue nombrado primer ministro, y hoy se mantiene firme como zar de todas las Rusias, gracias al control férreo de los aparatos del Estado, cimentado durante años.

Como Putin, Rubalcaba ha hecho carrera política utilizando el aparato del Estado, primero para su provecho y sólo después para su partido, extremo éste que algunos socialistas aún no han comprendido. Su carrera está repleta de escándalos de los que por la cobardía de unos y la bajeza de otros ha salido inexplicablemente reforzado: sus actividades, encuentros y llamadas entre el 11 y el 14 de marzo de 2004; el "caso verificaciones" de falsificación en Interior de informes policiales; el "caso Faisán", de colaboración con banda armada. Este es quizá el caso más grave, porque como Putin con Chechenia, Rubalcaba ha asentado su poder en su patológica relación con el terrorismo: no le ha temblado la voz al dialogar con criminales de ETA, como no le tembló cuando desde su anterior gobierno se los asesinaba, o cuando negoció el Pacto Antiterrorista mientras el PSOE negociaba con la banda. A lo relacionado con el terrorismo se unen escándalos variados: el acoso a concejales y alcaldes de la oposición; el escándalo de las directrices para la caza populista de inmigrantes; o la manipulación grosera de los datos de criminalidad y delincuencia. No hay escándalo policial y judicial en los últimos veinte años en el que no aparezca de una forma u otra el ahora vicepresidente, y del que no haya salido más reforzado y más enganchado a las prácticas más oscuras y siniestras, que han incluido las purgas ideológicas en el Ministerio del Interior.

Hasta sus más fieles compañeros reconocen sin reparo que ha cimentado su poder mediante filtraciones, escuchas, pactos con los terroristas y persecución a la oposición y algunos socialistas. ¿Alguien creía que su interacción continua durante años en las instituciones no tendría consecuencias? Las ha tenido, y las tendrá en el futuro, porque Zapatero ha premiado, consciente o inconscientemente, obligado o libremente, un tipo de política que es tanto antiliberal como antiprogresista: la del poder en estado puro y descarnado.

Sin embargo, su fortaleza tiene mucho de aparente. Los antecedentes de Rubalcaba son también su peor enemigo. Como Putin, es tal el número de escándalos acumulados, de enemigos creados, represaliados humillados, o papeles y testigos incriminatorios por ahí diseminados, que su poder puede perecer antes de asentarse definitivamente. Paradójicamente, puede ser el hombre más poderoso de España, pero es también el más débil. Su liderazgo esta roído y lleno de grietas, y sólo es cuestión de saber cuál de ellas agrandar para que caiga un vicepresidente que, más allá de la leyenda sobre él, es un político acosado por los escándalos.

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