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José T. Raga

La expulsión

Esta expulsión, que es más grave que la colegial, puesto que mantiene en el paro a casi cinco millones de personas, debería producir, inmediatamente, la expulsión fulminante de todo el Gobierno.

Comprendo que el término, hasta en su dimensión fonética, tiene mucho de violento. Se expulsa al nocivo, al perverso, al que daña a la comunidad. En ocasiones, como ocurría tiempo atrás cuando los maestros y profesores tenían prestigio social y sus alumnos les tributaban merecido respeto, la expulsión del díscolo, del revoltoso que dificultaba y perturbaba el orden de la clase, del irredento sin esperanza de conversión, se consideraba un acto humillante; bien es verdad que el expulsado no llegaba a sentirse humillado, pues su mundo era otro, el de la bronca, el del conflicto, el de la confrontación.

Es cierto que se practicaba poco, afortunadamente, pues convencidos de que aquella sanción era posible, sólo los más recalcitrantes seguían en sus trece. Hoy, muy lejos de aquellas prácticas –se dice que por progreso– la cosa ha cambiado y el revoltoso va equipado con navaja dispuesto a vérselas con el profesor y la clientela de los sin navajas ha crecido de forma extraordinaria; normal si la maldad, en sus diversas expresiones, resulta gratis.

Yo no pensaba hablar de esto, pero consideremos por un instante qué ocurriría si expulsáramos, no a los jóvenes y adolescentes, sino a los adultos, tanto más cuanto mayor sea su responsabilidad social, en todos los casos en los que o mienten con ánimo de engañar a su auditorio –como hacía el alumno al profesor–, o incumplen sus obligaciones de hacer o de permitir hacer –como el revoltoso en el aula–, o simplemente distraen la atención de los demás para que no se les pidan cuentas de los deberes que tenían que traer hechos de casa –como el alumno, que intenta por cualquier medio que se agote la hora, para que el profesor no pida las tares que él no ha hecho.

Aplicando estas normas elementales de disciplina y de respeto por el esfuerzo, ¿qué pasaría con la señora ministra de Economía y vicepresidenta segunda del Gobierno? Hace apenas unas horas, en un foro que pretende el atributo de prestigioso, lanzó un discurso que, por su contenido y supongo que por su intención, la hizo merecedora de la expulsión más fulminante. O no sabía de qué hablaba –con lo que hay que expulsarla por haraganería– o de saberlo, que además es su obligación, pretendía engañar a propios y extraños, y quizá hacer un brindis al tendido para mostrar a la izquierda embobada cómo va a fustigar al sector financiero, protegiendo al débil sector privado, maltrecho y exprimido por los opulentos banqueros –expulsión en este caso por malintencionada y por utilizar la mentira para enzarzar a las buenas voluntades y para que no le pidan los deberes que no ha hecho.

El espectáculo fue mucho más humillante de lo que pueda ser la expulsión del más responsable que se le ha sorprendido en un momento de debilidad. Iba a pedir a todo el mundo que le pueda decir algo, al Banco de España, a la Asociación Española de Banca Privada, a la Confederación Española de Cajas de Ahorro, etc., la información sobre los créditos que no están expandiéndose en el sector privado de la economía, y que, por ello, no se genera empleo, lo que le lleva a cosechar un suspenso tras otro cada vez que se la convoca a examen en la Unión Europea.

Señora ministra: basta con que se moleste usted en mirar el Boletín Estadístico del Banco de España para que cada mes tenga cumplida cuenta de cómo va la cosa. Es más, pocas horas antes de su brillante disertación, aparecía el Informe de Estabilidad Financiera de octubre 2010 en el que el Banco de España le da los detalles de lo que usted necesite, además con la suavidad de la que hace gala siempre el banco de la Nación.

Por si le resulta engorroso leerse todo el estudio –apenas son cincuenta páginas– me atrevo a transcribirle un par de líneas, por si le sugieren algo. Dice el Banco de España que, el "crédito al sector privado residente en España registra una tasa de variación negativa del 0,9% en junio de 2010". Y fíjese lo que sigue diciendo: "La atonía del crédito al sector privado contrasta con el impulso de la financiación (crédito más renta fija) a las Administraciones Públicas (21% en junio de 2010)".

¿Se da cuenta señora ministra de cuál es el problema? No necesita preguntar nada a nadie. Le basta con mirarlo y no engañar al respetable. Ahí tiene la razón de ser del problema. Y eso tiene un nombre en Teoría de la Hacienda, que es a lo que venía el título de estas líneas, que se llama "efecto expulsión"; sí, lo que los cursis o avergonzados de su idioma llaman efecto crowding out.

Es tan sencillo que, en un mundo de recursos escasos, también los financieros, si las Administraciones Públicas absorben una gran cuantía de ellos (un incremento de un 21% en junio) no quedan recursos para prestar al sector privado. En otras palabras, el sector público expulsa al sector privado de las posibilidades de financiación. Esta expulsión, que es más grave que la colegial, puesto que mantiene en el paro a casi cinco millones de personas, debería producir, inmediatamente, la expulsión fulminante de todo el Gobierno y muy especialmente la de su presidente que lo impulsa y la de su ministra de Economía que se permite, además, amenazar al sector financiero por un mal que han creado ella y el Gobierno al que pertenece.

Resuelva de una vez el problema del déficit y de la financiación que el déficit exige; sólo así se moverá el sector privado y se podrá crear empleo, liberando de la tragedia del paro a tantos españoles como la sufren. Lo demás son zarandajas. Y, por cierto, no se enrede usted y no nos enrede a nosotros con la reforma de las cajas de ahorros; son pamplinas que como máximo servirán para distraer a los más necios y enfadar a los más ilustrados.

Instauremos, si le parece, una nueva máxima de Gobierno: "¡A la expulsión, expulsiones!". Le aseguro que no sé a usted cómo le iría, pero a España, sin duda, le irá mejor.

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