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Lara Vidal

The wave

Las olas siempre han sido respuestas enérgicas del pueblo americano contra una presidencia que interviene en la vida de los ciudadanos y les aumenta los impuestos. De manera lógica, se ha tratado de golpes vigorosos dirigidos contra el Partido Demócrata.

La ola en España es un movimiento sincronizado de una masa que ve un partido de fútbol y que intenta imitar el movimiento de las ondas en el mar. En Estado Unidos, la ola –the wave– es algo muy diferente. Históricamente, se denomina "ola" a unos cambios fuera de lo normal, a decir verdad espectaculares, en la composición de las cámaras. En más de dos siglos, el fenómeno de la ola se ha producido una quincena de veces, es decir, resulta más bien excepcional, pero las razones son las mismas de manera que podría denominarse testaruda y machacona. 

Por ejemplo, la ola mayor de la Historia norteamericana tuvo lugar en 1894 cuando de golpe el Partido Republicano se hizo con 130 escaños más. ¿La razón? El demócrata Cleveland había llevado la cifra de desempleo a un punto situado entre el 12 y el 18 por ciento. El fenómeno no volvió a repetirse hasta 1904 y otra vez resultó favorable a los republicanos cuyo presidente Theodore Roosevelt era muy popular. En 1920, los republicanos volvieron a aprovecharse de otra ola provocada por el intervencionismo del Gobierno demócrata. Fue una votación afortunada porque de esa manera los norteamericanos pudieron salir con rapidez de la crisis de 1920 a la que me referí en mi último artículo.

En 1932, la ola fue de color demócrata y merece la pena meditar sobre las causas porque no eran otras que un Gobierno, el de Hoover, que con su intervencionismo había ahondado la Gran Depresión comenzada en 1929. Como es sabido por todos salvo los que se creen las películas de Hollywood, el intervencionismo de Roosevelt no funcionó –más bien todo lo contrario– y en 1938, la nueva ola fue pro-republicana. Ni siquiera en 1942 y 1946, con la Segunda Guerra Mundial, pudieron evitar los demócratas nuevas olas republicanas. Los electores norteamericanos, incluso combatiendo a Hitler y a Hiro Hito, seguían estando decididamente en contra del intervencionismo estatal y la subida de impuestos. Lo mismo sucedió en 1966 durante la presidencia de Johnson o en 1994 en la época Clinton, ambos demócratas empeñados en gastar a manos llenas.

En términos generales, las olas siempre han sido respuestas enérgicas del pueblo americano contra una presidencia que interviene en la vida de los ciudadanos y les aumenta los impuestos. De manera lógica, se ha tratado de golpes vigorosos dirigidos contra el Partido Demócrata y sólo muy excepcionalmente contra el republicano cuando éste se ha comportado como el demócrata y ha dañado la economía. Los americanos –orgullosos hijos de los puritanos– aman la libertad por encima de todo y aborrecen a los Gobiernos que meten las narices en todo y te vacían los bolsillos convencidos de que nunca, jamás de los jamases, pueden ser buenos. Precisamente por eso era fácil prever la victoria republicana de hace apenas unas horas. Precisamente por eso, con todos sus defectos, resultan admirables.

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