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Pedro de Tena

Aquí no dimite ni Torrijos

La ciudad de Sevilla y Andalucía toda, España entera, las izquierdas incluso, deberían ser un clamor por la dimisión de este sujeto, en cuyo haber está asimismo la censura hacia quienes no son de su cuerda.

La dimisión de Torrijos, Antonio Rodrigo, –más conocido como el comunista de la grandísima mariscada–, debería estar cantada y resuelta en un país democrático normal. Debería haberse producido el día mismo en que la foto empezó a dar la vuelta a España y, seguro, que al mundo. Deberían haberla exigido sus propios camaradas conscientes del daño que dicha imagen iba a hacer a su partido en vísperas de unas elecciones municipales. Deberían haberla requerido sus socios del PSOE porque la imagen les transfiere a ellos el pecado moral que contienen. Debería haberla pedido el alcalde Monteseirín. Y el PP. Incluso la Macarena. Pero nada de nada.

Me dijo una vez un sabio popular de Sevilla: "Aquí sólo los buenos y los tontos dimiten. Los malos nunca dejan el sitio ni para mear". Así es. Para los buenos, que algunos quedan, es difícil imaginar a un tipo sin principios, sin moralidad y sin conciencia. Pero no reparan en que su concepción de la vida, de los valores y del mundo está muy lejos de esa otra en la que lo importante es el triunfo del partido, sea como sea, pase lo que pase e incluso muera quien muera. Los buenos creen que todo el mundo tiene remordimientos cuando hace daño a alguien, pero no saben que hay quienes no sólo no los tienen, sino que gozan haciendo lo que sea si es al servicio de su causa.

Torrijos es un ejemplo del nuevo comunista devenido por la democracia en España. Procedente de familia conservadora –su padre era un lector apasionado de ABC–, metamorfoseó sus valores juveniles heredados del cristianismo en conductas comunistas, pero incluso dentro del PCE su comportamiento fue denostado por excesivo. Todavía recuerdan en Comisiones Obreras, organización de la que fue dirigente provincial, su esquematismo ideológico y su sectarismo extremo.

Sin embargo, Torrijos ha llegado bien lejos, lo que da una idea de que personas con ese talante pueden medrar en la democracia española porque, tal vez, la verticalidad y la falta de transparencia de esta democracia favorece el ascenso de este tipo de personas.

En este caso, sin embargo, el ya famoso ágape marisquero de Bruselas, hasta Torrijos debería dimitir. No sólo es por la foto, una foto histórica y descarnada que muestra la decadencia de una izquierda desalmada. Debería dimitir sobre todo porque no ha dicho la verdad al menos en dos ocasiones. Ni la brutal colación tuvo lugar dónde dijo cuando se vio cogido por las pinzas de los crustáceos "palinurus" –un restaurante de lujo de Bruselas y no en la exposición donde él indicó–, ni la pantagruélica mariscada fue pagada por dinero privado.

La ciudad de Sevilla y Andalucía toda, España entera, las izquierdas incluso, deberían ser un clamor por la dimisión de este sujeto, en cuyo haber está asimismo la censura hacia quienes no son de su cuerda, el despido de quienes le desafían y el ataque hacia quienes discrepan de sus felonías. Pero no.

Debemos de estar muchos más enfermos de lo que creemos.

En España

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