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Eva Miquel Subías

Pues yo no acabo de enfriarme

Temperaturas corporales al margen, nuestros códigos merecen un repasito y nuestras calles merecen estar limpias y libres de bestias de calaña diversa. Lo digo con toda la frialdad que me puedo permitir.

Johnny es un agente de la guardia urbana que recibió una brutal pedrada de un okupa en los altercados de 2006 en la barcelonesa calle de Sant Pere més Baix y que le mantiene en una silla de ruedas con una grave lesión neurológica. Estuvo el domingo en la Sagrada Familia, donde según leo en La Vanguardia, Benedicto XVI le tocó las manos.

Su principal agresor y sus dos compis, unos de esos tipos que tan simpáticos le caen al todavía conseller de Interior, Joan Saura, campan, al parecer, a sus anchas.

Casi al mismo tiempo leo en El Mundo el escalofriante caso de Vero, una muchacha violada y maltratada por su padrastro desde los siete hasta los catorce años y destrozada física y psicológicamente de por vida. Si les soy sincera, no pude acabar de leer el relato porque la rabia y la impotencia que me sobrevino me obligó a levantarme y respirar profundamente. Denunció los hechos, tras armarse de valor, en 2007. Sigue a la espera y el monstruo acusado –una vez comprobada la veracidad de los hechos– sigue tomando el carajillo en el mismo bar.

Del primer caso y del segundo han pasado cuatro y tres años respectivamente.

Hace tan sólo unos meses, la nueva y rutilante estrella política que brilla en el actual firmamento gubernamental, de nombre Alfredo y de apellido Pérez Rubalcaba, apuntaba en Seseña, a la salida del funeral por el asesinato de la menor Cristina Martín –presuntamente a manos de otra adolescente– que no le gustaba la "gente que propone reformas del Código Penal a la salida de entierros". Sello vintage inconfundible. Al mismo tiempo solicitaba rigor a los responsables políticos a la hora de realizar reflexiones "en caliente" cuando el caso de Marta de Castillo, un año antes, seguía estremeciendo a toda España.

Ignoro quién fue el ingenioso que en su día anotaba aquello de "no legislar en caliente". Alguien, supongo, que pretendía escurrir el bulto en algún asunto espinoso. Les diré que una servidora está hasta el gorro de que siempre se recurra a la misma expresión en todo momento, porque ¿quién establece el momento de "enfriamiento" oportuno para legislar? ¿Cuándo se supone que los implicados se deben sentar para abordar la reforma o no de la Ley del Menor? ¿Para cuándo endurecer las penas en cuanto a delitos de violaciones, agresiones sexuales y vejaciones de todo tipo se refiere? ¿Para cuándo contemplar la posibilidad de incluir la cadena perpetua para determinados delitos con la posible revisión de la misma para condenados reinsertables?

Si se supone que ahora estamos menos calentitos, adelante, pues. No es mi caso, lamentablemente, porque me voy excitando a diario con gran facilidad. Pero una servidora no tiene ninguna responsabilidad política, por fortuna para ustedes. Los que sin embargo, sí la tienen, creo que poseen además el deber no sólo político, sino moral, de entrar a fondo con este asunto.

A golpe de telediario. Esta es otra de las expresiones que tanto gusta al actual Ejecutivo. Será, es de suponer, porque ellos mismos funcionan como nadie a ese ritmo, al son de los flashes y las cuatro columnas. Les pone a tono.

Francamente, ignoro si legislar "en frío" es sinónimo de tener más seny o no. Tampoco creo que la toma de decisiones con la sangre más ardiente de lo habitual sea equivalente a emitir un juicio totalmente desequilibrado.

Temperaturas corporales al margen, nuestros códigos merecen un repasito y nuestras calles merecen estar limpias y libres de bestias de calaña diversa. Lo digo con toda la frialdad que me puedo permitir.

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