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El G-20 y el mundo

Esas expectativas que alimenta el sensacionalismo esencial de los medios invitan al fingimiento y la gesticulación y someten habitualmente a los encuentros entre los líderes a presiones distorsionadoras e insoportables.

El grupo de los 20 nació fruto de una necesidad planetaria, la de gobernanza para un mundo extraordinariamente interdependiente, y lo verdaderamente importante –que no es lo mismo que bueno–, es que ni remotamente lo ha conseguido. Su misma concepción indica que otros anteriores tampoco. Naciones Unidas es demasiado grande y heterogéneo y el G-7, occidental y capitalista (Japón incluido), demasiado pequeño y homogéneo. Éste ya había crecido a G-8 al añadírsele, muy impropiamente, Rusia, como premio al abandono del comunismo, y ya se estaba admitiendo como mirones con alguna voz a cada vez un mayor número de interesados curiosos. Así que se decidió institucionalizar y completar esas ampliaciones con todos los pesos pesados y medio altos de la economía mundial, aunque ya desde el principio se dispuso intercalar algunos taburetes para varios "acoplados" sin complejo, que no contaban en la reunión con poltrona. Es el caso de nuestro Zapatero, con lo que fue G-20 y algunos picos.
Su aparición no pudo ser más oportuna, porque coincidió con el surgimiento a toda marcha de la gran crisis económica en la que nos hallamos sumidos. Justo lo que hacía falta para atajar los aspectos internacionales del mal.

En la primera reunión de hace sólo dos años los asistentes se pusieron con diligencia manos a la obra y prometieron coordinar sus políticas. En esta su tercera en Seúl, los pasados jueves 11 y viernes 12, lo único que consiguieron acordar es seguir intentándolo el próximo año en París. Se trataba de fijar unos criterios en los máximos hacia arriba y hacia abajo, superávit y déficit en las balanzas de pagos, para contener los grandes desequilibrios en el comercio internacional. Como dijo Sarkozy –próximo anfitrión– "no nos hemos puesto de acuerdo sobre los criterios, pero sí sobre que debe haberlos". Obama tuvo unas muy certeras palabras de consuelo para decepcionados: "No se debe esperar que cada vez que los países se reúnen se llegue a algo revolucionario". Así es y esas expectativas que alimenta el sensacionalismo esencial de los medios invitan al fingimiento y la gesticulación y someten habitualmente a los encuentros entre los líderes a presiones distorsionadoras e insoportables.

En todo caso, la consecución de esos acuerdos era el objetivo de los Estados Unidos, país comprador por excelencia, No ciertamente el de China y Alemania, exportadores natos, que se resistieron a las pretensiones americanas cual gatos panza arriba. Obama llegaba en un mal momento. No podemos precisar en qué medida ha corroído su influencia el vapuleo que acababa de sufrir su partido en las elecciones del día 2, pero desde luego no le ha ayudado en nada. Por otro lado, la Reserva Federal –el equivalente al banco central americano– acababa de lanzar una curiosa operación que tiene el más curioso nombre de Quantitave Easing, que más parece una clave secreta para dejar a los no economistas in albis. Consiste en comprar deuda pública americana que a ningún otro le interesa, con dinero fresquito, fabricado ex professo para la ocasión. Ese aumento, seiscientos mil millones, del dinero circulante muchos en el exterior lo han visto como una devaluación encubierta del dólar. Más dólares, menos vale cada uno. Y ya se sabe, comprar fuera resulta más caro y los productos americanos se pueden vender más baratos. Los chinos, continuamente presionados para que reevalúen su moneda –para conseguir los efectos contrarios– han denunciado la hipocresía. La verdad es que no están para darle lecciones a nadie. Pero así ha quedado la cosa, hasta el año que viene si Dios quiere.
Y mientras tanto cada uno a lo suyo. ¿Habrá aprendido algo Zapatero?

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