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Cristina Losada

El Papa, en campaña

Zapatero no es ningún transgresor de los códigos de conducta tradicionales que vilipendia. Al contrario. Casó por la iglesia, no se ha divorciado, fue a un colegio de curas y envió a sus hijas a uno de monjas. Pero es un político en busca de votos.

Los intentos de Zapatero por involucrar a la Iglesia de Roma en la campaña electoral de turno, tal que si fuera su antagonista en las urnas, son como esos trajes demodés con los que se hace el ridículo hasta en un baile de carnaval. El último de tales episodios tuvo lugar en Viladecans, donde sea por resucitar a Montilla, sea por terminar de sepultarlo, el presidente anunció campanudo que el Papa no impondrá ninguna ley en España. Incluso garantizó, por si había dudas, que el poder legislativo seguirá en el Parlamento. ¡Toma, Benedicto XVI! Si pensaba que iba a dirigir aquí el cotarro, ya sabe a qué atenerse. El valeroso líder socialista no pasará por el aro. Sólo ignoró ZP, quizá de modo deliberado, que el Vaticano dispone de idéntica capacidad para dictar nuestras leyes que los hombrecillos verdes de Marte.

En realidad, el presidente que acaba de pactar con el partido más vaticanista que ha habido en España quiso presentar al PP como la correa de transmisión de la Iglesia. A fin de cuentas, la batalla política no se libra, aunque lo pretenda, entre él y Ratzinger, sino entre él y Rajoy. Pero así da a entender que la oposición y el Pontífice están en el mismo bando y en el mismo partido, y que se proponen devolvernos a los tiempos de la Contrarreforma. Por ahora, sin embargo, las actuaciones que guardan mayor similitud con las de la Inquisición proceden de la izquierda y el nacionalismo: ahí están los más feroces guardianes de la ortodoxia. Y, en todo caso, los aspavientos del PSOE contra la influencia del catolicismo contradicen su dictamen de que España ha dejado de ser católica. Si casi nadie sigue las normas de la Iglesia, ¿por qué les importan tanto a los socialistas?

En lo personal, Zapatero no es ningún transgresor de los códigos de conducta tradicionales que vilipendia. Al contrario. Casó por la iglesia, no se ha divorciado, fue a un colegio de curas y envió a sus hijas a uno de monjas. Pero es un político en busca de votos. El ataque a los católicos y a sus convicciones morales tiene predicamento en una izquierda que ha renunciado a disponer de una alternativa global y se contenta, infantil, con los gestos de desprecio al Papa, la confrontación con los obispos y otros clásicos del anticlericalismo montaraz. Y el PSOE quiere elevar esa demagogia comecuras a la categoría de "laicismo". Qué falta de respeto.

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