Menú
GEES

OTAN, España, Afganistán

Doble hipoteca, que se suma al desinterés del Gobierno por lo exterior, a su radicalismo ideológico y su alineamiento antiliberal que ya nos han dejado aislados.

La cumbre de la OTAN en Lisboa tiene un nombre, Concepto Estratégico, y un apellido, Afganistán. La guerra de allí todo lo impregna, y para mal. Si nadie lo impide revolucionariamente, la OTAN seguirá pensando en términos de retirada y derrota, que eso es lo que significaría la vuelta de los talibanes al Gobierno del que los aliados los expulsaron en 2001. Para disimular lo que sería un fracaso y escalonar la retirada, los aliados se han lanzado en brazos de la "afganización". Vana ilusión.

Y eso que la llegada de Petraeus –el general victorioso de Bush– ha sido un revulsivo para los aliados: hay apreciables resultados y mejoras, y por eso el laureado militar está en condiciones de pedir a Obama más tiempo. Éste no está por la labor de cambiar su publicitada fecha de 2011, por lo menos explícitamente. Como mucho, se acogerá a mantener tropas de combate con piel de cordero, que eso son las decenas de refuerzo y asesoramiento que mantiene en Irak, donde la ira islamista se dirige ahora contra los cristianos iraquíes. Pero un respaldo firme y decidido parece imposible.

Ahí, en relación con el esfuerzo que los americanos pueden estar dispuestos a hacer aún, es donde entran los aliados: por acción o por omisión, todos están por la retirada, aunque sea disfrazada de afganización, versión del s. XXI de la vietnamización que tan cara pagaron los Estados Unidos en términos de imagen y prestigio. Los aliados europeos, al apostar por retirarse, empujan aún más a Obama a hacerlo irremediablemente, lo que a su vez empuja a esos mismos socios, acelerando el proceso. Como en casi todo, los americanos tienen la última palabra en esto, pero no la pronunciarán sin contar con lo que los demás le sugieran, pidan o exijan. Cada cual se retrata en ello.

En cuanto a España, la posición respecto a sus aliados en la OTAN está lastrada por dos aspectos. En primer lugar, el Gobierno de Zapatero quiere retirarse de Afganistán, pero su mala imagen ante los socios no se lo permite: quedó tan mal el crédito español tras la espantada de Irak, que otra salida de tono sería aún más letal para nuestro prestigio. Por otro lado –hablando de crédito–, el Gobierno tiene tan mermada la soberanía por lo económico a manos de esos mismos aliados, que a duras penas puede hacer otra cosa que seguirlos.

Doble hipoteca, que se suma al desinterés del Gobierno por lo exterior, a su radicalismo ideológico y su alineamiento antiliberal que ya nos han dejado aislados. España ya no cuenta en las grandes decisiones, porque no sabe qué decir y porque nadie le toma en serio. Sin más, se adhiere a lo que los mayores proponen. Encarna todos los males europeos, condensados y destilados: falta de responsabilidad histórica, incapacidad de sacrificio, desentendimiento de los problemas... Ni el futuro de la guerra, ni el papel de España en Afganistán están en las manos de Zapatero, sino del grupo de potencias del que en 2004 él nos sacó. No le importa. Y visto el estado de nuestro país cuando muestra interés, casi que a nosotros tampoco.

En Internacional

    0
    comentarios