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Gina Montaner

Felicidades, Woody

Woody Allen es un relativista con vocación amoral, y en el celuloide ha trasladado muchos de sus demonios interiores pasados por el diván de interminables sesiones de sicoanálisis.

Qué mayores somos. El shock del paso del tiempo se hizo evidente la semana pasada al cumplir Woody Allen 75 años. Aunque continúa siendo un artista prolífico, Allen, uno de los más versátiles y geniales cineastas contemporáneos, ya es un venerable septuagenario.

En las fotos sigue siendo el mismo: los pantalones de pana, las gafas de intelectual y el gesto despistado, pero la factura de los años ya se nota en su rostro pecoso. Para sus admiradores incondicionales resulta difícil imaginarlo distinto a como lo vimos en Annie Hall, su filme más logrado. Era finales de los setenta, tal vez la mejor y más brillante época de su cine, y el artista nacido en Brooklyn en el seno de una humilde familia judía, además de dirigir compartía cartelera con quien había sido durante años su compañera sentimental, la deliciosa Diane Keaton. Cuando la cinta se estrenó ya habían roto y pudimos comprobar que esa historia de amor, dentro del marco de la otra gran pasión de Allen, la isla de Manhattan, ya había acabado. Annie Hall (el verdadero nombre de Keaton es Diane Hall) era el rendido homenaje que el director le hacía a su musa. Y lo hizo como sólo él sabe hacerlo: con una mezcla formidable del mejor humor y el más delicado romanticismo.

Antes de la oscarizada Annie Hall nos había regalado impagables comedias inspiradas en los disparates superlativos de los hermanos Marx. Habíamos reído a carcajadas con Coge el dinero y corre, Bananas, El dormilón o La última noche de Boris Gruchenko. Pero ya en los setenta Allen afila su humor con un toque de melancolía frente a la volatilidad de la vida. A fin de cuentas, sus tres grandes obsesiones han sido y siguen siendo el sexo, Dios y la muerte. Preocupaciones, por otra parte, que conectan con los interrogantes que inquietan a gran parte de los mortales. Los hombres y mujeres de Allen, la mayoría de ellos personajes sofisticados, neuróticos y urbanos, están marcados por los enredos amorosos, rupturas, encuentros y desencuentros. Y en el centro de casi todas sus tramas se plantea un dilema moral del que casi nadie sale indemne. Woody Allen es un relativista con vocación amoral, y en el celuloide ha trasladado muchos de sus demonios interiores pasados por el diván de interminables sesiones de sicoanálisis.

Si en Annie Hall se permitió por una vez mostrar su lado más vulnerable y sentimental, posteriormente, casi siempre impulsado y acompañado por su musa de turno, Allen acertó con filmes inolvidables como Manhattan (junto a la bellísima Mariel Hemingway); Hanna y sus hermanas (con Mia Farrow, su pareja en aquel momento); o La rosa púrpura del Cairo (de nuevo con Farrow y antes de su amarga separación).

Mucho ha llovido y diluviado desde su periodo dorado. En efecto. Woody Allen ha envejecido y su cine y éxito en la taquilla ya no son los mismos, pero no ha dejado de rodar una o dos películas al año con la disciplina y el rigor que siempre lo han caracterizado. Este hombre capaz de actuar con desparpajo en sus filmes, en el ámbito privado, en cambio, es extremadamente reservado y parco. Sus rodajes se desarrollan en un ambiente de hermetismo y apenas intercambia impresiones con los actores en el plató. Con los años se ha vuelto más taciturno y es manifiesto su desencanto con la industria cinematográfica en su país. Desde hace algo más de una década Allen ha dejado de ser profeta en su tierra, donde sus producciones sólo triunfan en las grandes ciudades y entre la élite. Por falta de medios y financiación ha rodado sus más recientes producciones en Europa, donde el público continúa idolatrándolo y le perdona los temas recurrentes y algo manidos de su última etapa. Pero incluso ahora se pueden salvar algunas de sus más recientes cintas como Match Point, Vicky, Cristina Barcelona o Scoop, donde el trasfondo de Manhattan ha sido sustituido Londres, Barcelona o París.

Woody Allen ha cumplido 75 años y es de rigor felicitarlo. Sus películas ya forman parte de nuestros recuerdos de juventud y sus rincones favoritos acabaron por ser nuestros también. Todos fuimos alguna vez Alvy Singer y Annie Hall paseando abrazados por las calles de Manhattan.

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