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José García Domínguez

Los esclavos de Fu Manchú

No es de extrañar ese surtido de conjeturas conspiranoicas, a cada cual más absurda y disparatada, que ha suscitado el Real Decreto contra los saboteadores del tráfico aéreo entre alguna derecha.

Ya alguna otra vez se ha concedido aquí que, desde el punto de vista estético, la teoría conspirativa de la Historia resulta muy superior a cualquier tentativa cartesiana que trate de oponérsele. De ahí que, igual para la tropa de la izquierda que entre sus pares de la derecha, el universo peliculero de Dan Brown, el Doctor No y Fu Manchú semeje mucho más creíble, verosímil y ajustado a la realidad que la suma de los enunciados contenidos en las obras completas de Karl Popper. Por algo, difuntas las dos rémoras del gnosticismo medieval que reinaron durante el siglo XX, esto es el marxismo y el psicoanálisis, la querencia hacia las "verdades ocultas" ha retornado aún con más fuerza que entonces.

Y es que nadie parece resignarse a un mundo sensible tan prosaico como el que a diario comparece ante nuestros ojos. Ha de haber una trastienda secreta entre bambalinas, barruntan los inquietos. Una arcana tramoya, cuanto más siniestra mejor, en la que habiten desde el penúltimo epígono de Los Protocolos de los sabios de Sion hasta los siempre turbios manejos de la Orden Rosacruz, la Comisión Trilateral, los Templarios, la Francmasonería, Skull and Bones, los Iluminati, el Club Bilderberg y los arteros secuaces de Pepiño Blanco & Cía. Reos todos ellos de maquiavélicas confabulaciones pergeñadas bajo el barniz trivial del falso entorno que perciben los sentidos.

Así las cosas, no es de extrañar ese surtido de conjeturas conspiranoicas, a cada cual más absurda y disparatada, que ha suscitado el Real Decreto contra los saboteadores del tráfico aéreo entre alguna derecha. Réplica simétrica, por lo demás, de aquella otra intriga no menos peregrina que dio en propalar Zapatero cuando la primera crisis de la deuda. Recuérdese con el preceptivo bochorno la célebre majadería presidencial a cuenta de un pretendido contubernio judeo-masónico, el orquestado por los mercados internacionales contra el Reino de España. Extravagantes desvaríos, los del uno y los otros, que nada tienen que envidiar, por cierto, a la cascada de leyendas dementes que afloró el hundimiento del Prestige. Como la del misterioso empresario que viera rechazada por Aznar su ofrenda gratuita de una milagrosa barrera flotante anticontaminación que hubiese evitado la catástrofe. Lo dicho, demasiadas películas de Fu Manchú.  

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