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Clemente Polo

Réquiem por un president "andaluz"

No fueron las resistencias de Madrid las causantes de la debacle electoral del PSC el 28-N sino la sensación entre una buena parte de su electorado de que el partido había vendido su alma al diablo.

Mal ha terminado lo que mal empezó. El intento de presidir el Gobierno de la Generalitat y liderar el nacionalismo catalán por parte "de un andaluz con nombre castellano" que no sabía "hablar bien el catalán" –al decir de la cultivada "esposísima" florera–, no sólo no ha conseguido concitar el entusiasmo de los nacionalistas, como era previsible, sino que ha ahuyentado a buena parte de su clientela habitual, como también cabía esperar. La sorpresa final en el entierro de la sardina (consejo nacional del PSC) que puso fin al chusco carnaval tripartito, la protagonizó un céreo espectro que se encaramó al púlpito para encubrir su incompetencia: "no puso las cosas fáciles" el Gobierno central, dijo con voz trémula, antes de exhalar su último aliento. Ni sus años de maestro armero y capitán en Cornellà, ni su paso por el Ministerio de Industria, o su ascensión al gobierno de la Generalitat le han servido para aprender que cada uno es responsable de la gestión realizada. Y eso, la gestión realizada durante los últimos cuatro años, no lo que haya hecho o dejado de hacer el Gobierno del PSOE, es lo que han juzgado los 228.542 ciudadanos que dieron la espalda al PSC en las últimas elecciones.

Se equivocaron doblemente los estrategas del nacional-socialismo, con Montilla a su cabeza, al creer que poniéndose al frente del proyecto de construcción nacional puesto en marcha por Pujol y CDC hace 30 años podían fidelizara los votantes nacionalistas moderados y, al mismo tiempo, retener a su electorado tradicional, mucho más identificado con el "andaluz" González que con el "catalán" Maragall. De nada les sirvió a los nacional-"socialistas" impulsar y aprobar un nuevo Estatut (2003-2006); doblegarse ante ERC aceptando incumplir el Real Decreto de enseñanzas mínimas desde su aprobación en 2006; empeñarse en negociar el nuevo modelo de financiación autonómica (2006-2009) para obtener ventajas singulares para Cataluña; o cuestionar, por último, la competencia y hasta legitimidad del Tribunal Constitucional (2009-2010) para reivindicar un Estatut que CDC y ERC dieron por muerto incluso antes de que lo aprobaran las Cortes Generales. Lo único que han conseguido con estas reformas es devolver al Sr. Mas en bandeja de plata el Gobierno de Cataluña para que éste dé un nuevo impulso a su proyecto de deconstrucción de España (y de Europa) que ahora pasa por "alcanzar un pacto fiscal en la línea del concierto económico".

En cuanto a aquellos catalanes –"españoles con residencia administrativa en Cataluña"– que se sienten españoles –porque nacieron en un territorio universalmente conocido como España desde hace al menos 500 años, porque mantienen fuertes vínculos personales y afectivos con personas nacidas o residentes en otras partes de España, porque defienden las libertades individuales y una concepción abierta y cambiante de la sociedad española y europea, porque apoyan que paguen más quienes mas tienen con independencia de donde residan para garantizar la igualdad de oportunidades de todos,...– las políticas del Sr. Montilla y su Gobierno tripartito les han provocado estupefacción y les ha llevado a preguntarse cómo un partido "socialista" ha podido adoptar el lenguaje de los nacionalistas y plegarse a las demandas y exigencias planteadas de algunos consejeros de su propio gobierno (PSC-ERC-ICV-EUiA) como desde la oposición (CDC). Catalanes, en fin, que no alcanzan a comprender que un partido al que le gusta alardear de progresismo haya hecho suyas a comienzos del siglo XXI, en un mundo cada vez más globalizado y permeable, políticas coercitivas y excluyentes alumbradas por uno de los nacionalismos más rancios, acomplejados y potencialmente xenófobos que quedan en Europa.

Cuando el Sr. Montilla afirma que el Gobierno central "no puso las cosas fáciles", suponemos que se refiere a la resistencia que opusieron algunos ministros en los Gobiernos de Rodríguez Zapatero a satisfacer las crecientes exigencias del Ejecutivo catalán tanto en cuestiones fiscales e infraestructuras como en políticas educativas y culturales. Los hechos demuestran que, en realidad, fue el Gobierno catalán quien "no puso las cosas fáciles" a Rodríguez Zapatero que se vio en el brete de sustituir al menos a cuatro ministros –el Sr. Solbes, vicepresidente segundo y ministro de Economía, la Sra. Álvarez, ministra de Fomento, la Sra. Cabrera, ministra de Educación y el Sr. Molina, ministro de Cultura– para complacer a algunos consejeros del PSC y a sus socios de gobierno. No fueron las resistencias de Madrid las causantes de la debacle electoral del PSC el 28-N sino la sensación entre una buena parte de su electorado de que el partido había vendido su alma al diablo a cambio de siete años al frente del gobierno de Cataluña. Ahora le espera una larga temporada en el infierno con el Gran Lucifer y su Edecán victorioso atizando el fuego de la derrota.

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