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Antonio Robles

El fantasma de Wikileaks

A pesar de las buenas intenciones de Wikileaks, de momento sólo ha recibido sus embates el mundo libre.

En plena guerra fría, cuando en los años 60 el ejército de los EEUU diseñó una red de nodos conectados entre sí sin dependencias únicas ni jerarquías de mando para evitar el caos total en caso de un ataque nuclear, no se sospechó que se estaba poniendo en jaque al poder del Estado que se quería preservar. Serían instituciones aisladas, incluso mandos desperdigados quienes organizaran a modo de guerrillas digitales el caos. Cuarenta años después, la idea inicial se ha consumado con irónica fatalidad contra el Estado más poderoso de la tierra. Dos ataques sobresalen sobre todos los demás: el atentado a las torres gemelas del 11-S y la publicación en la red de documentos oficiales secretos a través de Wikileaks. El primero fue la consecuencia del terrorismo de Al-Qaeda organizado para atentar contra los intereses de EEUU o de Occidente en general. La base de su eficacia residió y reside en aprovechar la comunicación en red. Algo al alcance de cualquiera. Lo que se diseñó para preservar el orden del Estado, se convierte en herramienta de terror contra él. El segundo, amparado en el bien superior de la transparencia democrática, pone en jaque los intereses de EEUU y sus aliados y deja con el culo al aire a su diplomacia. Un triunfo de la transparencia informativa y, por consiguiente, de la democracia.

Mucho y bueno se ha escrito a favor de Wikileaks. Incluso, cuando se han tomado represalias contra las finanzas que la sostienen, un ejército de ciudadanos anónimos en red ha puesto en serios aprietos los intereses de MasterCard, PostFinance-Swiss y Visa por osar dejarle sin su cobertura de sistema de pagos. Es como si, después de siglos de dominación del Estado, por fin la democracia de los ciudadanos libres pudiera organizar la convivencia con los ideales de transparencia que la democracia siempre ha defendido y nunca ha practicado. Horrores de la guerra de Irak, que nunca hubieran visto la luz, son un ejemplo de la revolución democrática de Wikileaks.

Algo me dice, sin embargo, que los millones de idealistas que se arremolinan tras el farol de luz que promete transparencia, pueden estar sirviendo a un dios de barro. Uno, después de lo vivido, cada vez que oye ideales comunes como "regeneración democrática" mientras percibe cómo la maltratan, inmediatamente se palpa la cartera. En nombre de los ideales más hermosos, suelen cometerse los fraudes más obscenos. Espero que Wikileaks no se convierta en un correveidile a imagen y semejanza de cualquier foro de verduleras al uso.

No es oro todo lo que reluce. Las sociedades abiertas, democráticamente organizadas para evitar el abuso del más fuerte han sido la consecuencia de una dura y ardua combinación de ideales, inteligencia, experiencia y tiempo. Y fracasos, dolorosos fracasos a lomos del mal, casi siempre provocados por utopías hermosas que no supimos descifrar a tiempo. 2.400 años nos ha costado poner límites al poder y normas al caos. Con ellas hemos garantizado la libertad, incluida la libertad de expresión.

Seguramente Karl Popper no previó la autonomía del tercero de los tres mundos por él teorizados, ni del peligro de volver a la ley de la selva. Recordémoslos para matizar la revolución de Wikileaks. El mundo físico es el uno, que incluye materia y energía, tiempo y espacio; el dos está formado y habitado por la mente y todos los procesos de conciencia, psicológicos y de pensamiento del hombre; y el tres, el mundo de la cultura formado por todos los constructos del intelecto humano que, como productos autónomos habitan en él o fuera de él en diferentes formatos: libros, obras de arte, técnica etc. y desde la invención de internet, la realidad virtual presente en la red y la nube digital. Este último formato que ha permitido a Wikileaks excitar el sueño de la transparencia de la información ha adquirido vida propia. Se me antoja que tras el sueño de la transparencia acabe por aparecer, aunque aún no lo sepamos ni preveamos su alcance, los intereses más espurios y las amenazas propias de la ley de la selva. A pesar de las buenas intenciones de Wikileaks, de momento sólo ha recibido sus embates el mundo libre.

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