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Jorge Vilches

Todos nacionalistas

La sensación es que el cambio de gobierno en Cataluña, la salida del PSC y la entrada de CiU, no ha significado nada. Es como si se tratara de una enorme familia política, como el justicialismo argentino.

La reacción de CiU y del PSC ante la sentencia del Tribunal Supremo sobre su modelo educativo es una prueba más de lo rancio de este nacionalismo etnolinguístico, imbuido de ese aire mesiánico impropio de una sociedad moderna. Ruboriza un poco el tener que recordar que la base de una democracia, tal y como se entiende desde mediados del siglo XX, es el Estado de derecho, el imperio de la ley, para el reconocimiento y garantía de los derechos individuales. Que la negativa a cumplir una sentencia, despreciando los mecanismos legales para su recurso, no es sólo una llamada a la rebelión sino una irresponsabilidad, que puede servir al propio ciudadano catalán frente a cualquier decisión de la Generalitat.

Lo más curioso de todo esto, no por sorprendente, sino por miope, es el considerar que existe una fijación del "nacionalismo español" por hundir Cataluña. Y es curioso porque la sentencia ha dictaminado contra una política concreta de un gobierno que forma parte del Estado español; es decir, una institución, en uso de sus facultades legales, corrige la actuación de otra en aras de la máxima de la democracia: la defensa de la libertad individual. El problema es que el nacionalista no entiende de entes individuales, sino colectivos, y que censurar al president o alguna de sus políticas es faltar a toda su nación.

Esta visión arcaica, y arcaizante, de la política, se ha visto en la repercusión que han tenido las palabras de Mario Vargas Llosa con ocasión del Premio Nobel. La reacción exaltada, y teatral, del catalanismo parte de la idea de que criticar el nacionalismo catalán es atacar Cataluña; una conclusión que sería impensable en cualquier democracia europea moderna.

Así, para esos nacionalistas, habría un "nacionalismo español" de "derechas, intransigente y anticatalanista", tal y como dice Joaquim Nadal en Avui. No lo dudo, pero es un grupúsculo marginal, sin poder ni repercusión social, ajeno a las instituciones y a los partidos políticos de ámbito estatal. Este recurso a la invención del enemigo exterior es una característica de los nacionalismos desde su creación en el siglo XIX. Por esto, Nadal, con su identidad líquida, entre nacionalista y socialista, encuentra que las "dificultades de entendimiento entre Cataluña y España" –como si la primera no formara parte de la segunda– proceden del "nacionalismo español", no del catalanismo que busca la diferencia y la ruptura para crear su Estado independiente. Y claro, termina como lo haría un nacionalista disimulado, de forma chusca: "Contra els nacionalismes? No! A favor de Catalunya".

La sensación es que el cambio de gobierno en Cataluña, la salida del PSC y la entrada de CiU, no ha significado nada. Es como si se tratara de una enorme familia política, como el justicialismo argentino, los peronistas, que se van alternando en el poder sin que haya un cambio significativo. A rey muerto, rey puesto, pero en este cuento resulta que era el mismo.

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