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Joaquín Santiago Rubio

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Los que le sigan han de olvidar los enredos de patio de vecindad y centrarse, con Cascos, en regenerar la vida democrática desde Asturias, demostrar que hay otra forma de gobernar y que se hará desde una región marginal con vocación de dejar de serlo.

El Partido Popular es el que tiene el problema, no Álvarez-Cascos. Ese partido ha de metabolizarlo, porque lo que en esencia ha sucedido es que el PP, el que triunfó en el 96 y en 2000 por méritos propios, se ha hecho a sí mismo un daño de consecuencias inciertas. No sólo ha empujado con malos modos a un ex dirigente al que se le debe mucho, no ha vejado simplemente al número dos histórico de ese partido –o número tres si, como al propio Cascos le gusta mantener, tenemos en cuenta a Manuel Fraga–.

Además de hacer eso ha expulsado a un líder activo y pujante, a alguien que si ya destacaba en la España de los 90 y después, aún más lo hace en medio de la mediocridad que aqueja un PP atascado en una España socialista que espera heredar. Pero no es sólo un problema para todo el Partido Popular metabolizar lo que unos pocos dirigentes han perpetrado.

Es un problema también para quienes se sienten más culpables, los caciques asturianos, que ahora tienen que inventar culpas de Cascos y sacar la navaja de la venganza contra los que le han apoyado; y es un problema para los que le han apoyado desde dentro –y ahí siguen– pues ahora tienen que volver a su favor el portazo de Cascos para que sirva como impulso a una renovación futura o, por el contrario, cometer la cobardía de lamentar ese apoyo.

Cascos se ha comportado ejemplarmente, ha controlado sus emociones y las puso a disposición de su proyecto político. Lo ha intentado donde primero debía hacerlo, pero su proyecto, que lo tiene, sus ideas, que las genera, y su visión de Asturias y de la necesidad de restaurar modos democráticos perdidos, van más allá del Partido Popular; una formación mediocre especialmente en Asturias y sometida a los mismos intereses que un PSOE con el cual ha pactado un reparto de influencias.

Los que le sigan han de olvidar los enredos de patio de vecindad y centrarse, con Cascos, en regenerar la vida democrática desde Asturias, demostrar que hay otra forma de gobernar y que se hará desde una región marginal con vocación, ahora sí, de dejar de serlo. Sin afán de venganzas, sin perseguir a quien hizo este u otro daño, proponiendo y empujando solamente soluciones tanto desde la experiencia como desde la innovación. Quizá por eso y porque cuenta con un dirigente lúcido, es mejor hacerlo desde aquí.

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