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Pío Moa

El caso Cascos

Sería una excelente noticia que el PP y el PSOE sufrieran una fuerte corrosión interna, de la que acaso naciera una orientación capaz de regenerar esos partidos o de escindirse para afrontar la crisis actual.

Uno de los fenómenos más desconcertantes de la evolución política de España es el contraste entre las continuas fechorías de la casta o chusma política contra la unidad nacional y la democracia –aparte de la corrupción y la irresponsabilidad económica–, y la casi increíble ausencia de una alternativa centrada en contrarrestar tales desmanes y reconducir la política. Se dice que "el sistema" impide superar el bipartidismo, pero eso es falso. El problema radica en la ausencia de un programa y un liderazgo adecuados, que puedan canalizar el creciente descontento de gran parte de los españoles.

La evidente descomposición política (estatutos de "segunda generación", colaboración del Gobierno con la ETA, anulación práctica de la Constitución y de los avances logrados por la Reforma democrática de 1976, crisis económica, debilidad o algo peor frente a Marruecos, corrosión de la independencia judicial, falta de democracia en los partidos, etc.) debiera haber provocado en los partidos que se llaman nacionales, una reacción a la altura del desafío, una lucha interna que terminara expulsando a los dirigentes responsables del marasmo actual. Pero tampoco ha ocurrido tal cosa. Por el contrario, la casta política, del partido que sea, cierra filas por sus intereses, cada vez más ajenos a los del país.

Aparentemente, la baja de Álvarez-Cascos en el PP reflejaría un hartazgo dentro del propio partido por la política de Rajoy y una vía regeneradora, pero me temo que las ilusiones estén de más. La declaración del antiguo secretario general del PP no puede ser más decepcionante. Ninguno de los desmanes y derivas propiciados al unísono por Rajoy y el Gobierno parecen haberle afectado. Toda su preocupación se limita a la escasa influencia que, según él, tienen los afiliados asturianos en la dirección del partido. No es el argumento de un político con visión de estado, sino de un cacique regionalista más, uno de tantos como asolan la política española, con unas concepciones tan míseras, en definitiva, como las del propio Rajoy o los gerifaltes del Gobierno. Recordemos también las excelentes relaciones de Cascos con Arzallus, o su papel en la eliminación de Vidal-Quadras del PP en Cataluña. 

Hoy, la situación es muy favorable para hacer balance de los años pasados desde la Transición y sacar las lecciones oportunas (algo de eso he intentado en La Transición de cristal). Sería una excelente noticia que el PP y el PSOE sufrieran una fuerte corrosión interna, de la que acaso naciera una orientación capaz de regenerar esos partidos o de escindirse para afrontar la crisis actual, que no es solo económica, sino, más aún, política, ideológica y moral. No me parece que Cascos represente tal alternativa. Y el país, España, sigue esperando.

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