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Pablo Molina

Lo ha dicho la tele

Tres restaurantes en toda España en cuanto al tabaco, ninguna mochila infantil con el nutritivo donut y sólo una asociación privada denunciando el infame protocolo de Kioto. Este es el saldo de los que defienden la libertad en nuestro país.

A los españoles nos gusta tener políticos que dirijan nuestras vidas y los socialistas no están dispuestos a que experimentemos ninguna necesidad en ese terreno. Somos un pueblo con mucho apego a la autoridad, a la que pedimos permiso hasta para ir a los toros "si el tiempo no lo impide". Desde el espadón decimonónico hasta el demagogo contemporáneo, al español le gusta que le digan qué puede o no hacer con su vida y sus propiedades, aunque luego se desgañite en la taberna contra las coacciones puestas en marcha por esos mismos políticos, a los que previamente ha concedido el poder de regular prácticamente la existencia misma de la sociedad.

En estas circunstancias la televisión juega un papel adoctrinador esencial, consistente en macerar a los ciudadanos con un bombardeo constante de mensajes que señalan la existencia de un problema –la mayoría de las veces irreal, pero eso es lo de menos–, a continuación muestra a las supuestas víctimas apelando al sentimentalismo más cutre y finalmente señala a los culpables a los que, por supuesto, se les niega la defensa. La necesidad de que el Gobierno reprima a estos últimos es una conclusión que el espectador alcanza por sí sólo a poco que frecuente las cadenas generalistas.

El consumo del tabaco, la obesidad o los problemas medioambientales son tres ejemplos interesantes de la forma en que funcionan los grandes medios en colaboración con el aparato coercitivo del Estado. Probablemente hace veinte años hubiera sido imposible poner en marcha una ley que prohibiera fumar en lugares privados como bares o restaurante porque, entre otras cosas, nadie la hubiera acatado y eso sin contar con que el partido político autor de la norma hubiera perdido un río de votos en los siguientes comicios. Lo mismo cabe suponer respecto a las restricciones al consumo de bollería en los centros educativos o las dimensiones de las hamburguesas en los restaurantes de comida rápida. En cuanto al medio ambiente, es difícil que se hubieran aceptado coacciones de todo tipo como las que padecemos, pagando un altísimo precio para evitar un supuesto problema como el absurdo calentamiento global que nadie en sus cabales debería haberse tomado en serio jamás.

Sin embargo, han sido tantas las horas de televisión, asombrosamente el medio de mayor credibilidad ("lo ha dicho la tele"), tantos los programas de radio y tan caudalosos "los ríos de tinta" vertidos para denunciar estas "lacras sociales" desde todos los puntos de vista posibles, sin obviar los más bizarros, que cuando el Gobierno ha decidido imponer unas brutales restricciones a través del BOE apenas nadie ha rechistado.

Tres restaurantes en toda España en cuanto al tabaco, ninguna mochila infantil con el nutritivo donut y sólo una asociación privada denunciando el infame protocolo de Kioto. Este es el saldo de los que defienden la libertad en nuestro país. Normal que hasta Zapatero se haya podido convertir en nuestro presidente.

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