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Pablo Molina

Ante todo, mucho consenso

¿Cuál es la idea fuerza que va a sobrevolar los privilegiados caletres de los padres conciliares? Pues ni más ni menos que el consenso. El consenso como meta, sea cual sea la materia sometida a escrutinio.

La convención del Partido Popular de este fin de semana en tierras sevillanas no parece que vaya a suponer una revolución programática, entre otras cosas porque el ideario del partido es tan difuso que cualquier ocurrencia encuentra perfecto acomodo por absurda que parezca.

No obstante este carácter tornadizo, consustancial a los partidos de la II Restauración borbónica, y ante la más que posible victoria electoral del PP que la demoscopia anticipa con atisbos arriolanos cada vez más felices, hay votantes que se plantean legítimamente diversas cuestiones sobre la forma en que la muchachada de Rajoy pretende gestionar el desastre zapateril. "Sin ánimo de agotar el tema", ¿qué opina el PP del aborto? ¿Y del nuevo estatuto de Cataluña? ¿Va a seguir financiando "bilateral" y abusivamente a la comunidad catalana en detrimento del resto, como asegura su representante en la zona? ¿Qué piensa hacer con el desastre autonómico en general? ¿Y con la discriminación lingüística en particular? ¿Existe la suficiente determinación, por concretar, para abordar el reparto del agua sobrante de España hacia las zonas desérticas?

Son interrogantes que el Partido Popular no está dispuesto a responder con claridad, porque cualquier afirmación sincera acarrea necesariamente la desafección de una parte de la masa electoral, y la doctrina transversal en esta segunda –y si Dios quiere, última– legislatura de Zapatero es evitar cualquier pronunciamiento que escape al objeto de interés principal de Rajoy en estos años que, como él mismo se ha encargado de aclarar, se circunscribe a la calidad de las retransmisiones deportivas del canal Teledeporte.

No obstante, cuando se convoca un cónclave político hay que fingir que se tienen ideas sobre las que debatir y una línea de acción prevista para arracimar el afecto del cuerpo místico electoral de cara a la cita del próximo mes de mayo. Los padres conciliares del PP, llegados de las agrupaciones diseminadas por toda España, están dispuestos a votar cualquier propuesta de la nomenklatura del partido "con mucha unanimidad", que suele decir un presidente autonómico del PP bastante coñón, pero al menos hay que presentarles algo sobre lo que ser unánimes.

¿Y qué es lo que el partido va a proponer como objeto de estudio –más bien adoración–? ¿Cuál es la idea fuerza que va a sobrevolar los privilegiados caletres de los padres conciliares? Pues ni más ni menos que el consenso. El consenso como meta, sea cual sea la materia sometida a escrutinio. González Pons, al que hay que agradecerle su sinceridad, sin duda involuntaria, lo ha resumido con una frase que muy bien puede figurar en el frontispicio del sínodo andaluz: "Necesitamos con urgencia recuperar y prestigiar los consensos políticos básicos".

Como siempre, desde que Franco dobló la servilleta, la izquierda pone en marcha su revolución social e institucional para que cuando la derecha llegue al poder, si es que llega, simplemente haga la media entre la extrema izquierda y el centro progresista de forma que, como sugirió Zapatero, los socialistas vayan consolidando por la vía de los hechos unas reformas que trasciendan en el tiempo la coyuntural presencia en el poder de sus adversarios políticos.

En el Partido Popular le siguen el juego a Zapatero sin darse cuenta de que es ZP el que los utiliza en su provecho. Sí, todos sabemos que en realidad los dirigentes populares son conscientes de la traición a sus votantes, pero disimulemos lo que sea necesario con tal de llegar al gobierno. El poder, ese es el verdadero y único consenso, aunque a González Pons le hayan prohibido explicarlo.

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