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Eva Miquel Subías

Identidad insaciable

Los chicos de ERC y buena parte del sector más soberanista de CiU, alentados en su mayoría por él mismo, son, podríamos decir, más primitivos, más rudos en sus planteamientos.

Hoy estoy cansada de mí misma. Y de mi pueblo. Perdón, de los que han hecho de mi pueblo, grande y repleto de gente noble y trabajadora objeto de trueques a su antojo. A esos raperos de la política catalana les digo desde aquí que somos muchos los que empezamos a estar francamente agotados.

Les contaré algo a modo de anécdota. Todo muy doméstico, a la par que revelador. Mi vida en Madrid transcurre en muchos instantes con La Vanguardia bajo el brazo. No es ninguna novedad y ya lo he comentado anteriormente. Pues bien. En mi modesto trabajo de campo cotidiano he podido percibir cómo las miradas de reojo, algunas de ellas con cierto desdén han ido aumentando considerablemente en poco tiempo. Que el respeto y admiración que ha venido mostrando de manera tradicional el madrileño o castellano hacia el catalán se ha ido tornando indisimuladamente en hartazgo. Que la reacción de tu interlocutor al confesarle en algún momento tu condición de catalana adquiere ahora matices de lo más diverso, sutiles, pero perfectamente identificables.

Esa es la realidad. Y no saben la rabia que me entra. Porque, al fin y al cabo se trata de mi tierra, a la que me sigo sintiendo unida, la que me ha visto crecer, evolucionar, llorar por ese primer y letal desamor, estudiar, divertirme y trabajar. Sigo hablando en catalán, lo leo habitualmente y lo escribo con asiduidad. Con lo que cada vez que algún representante político o de la denominada sociedad civil sale al paso con alguna declaración sobre identidad y camino hacia un futuro libre de ataduras con España, me exaspero. Y esas miradas crecen a ritmo constante, obviamente.

Así que a nadie le sorprenderá que la advertencia de Jordi Pujol sobre el futuro incierto de Cataluña quien deberá –según el profético Molt Honorable– decidir en un tiempo no lejano "entre rendirse o caminar hacia la independencia" no me haya gustado lo más mínimo. Y no porque me haya sorprendido a estas alturas tras la aventura pujolística iniciada en los años ochenta y cuyos delirios oníricos pueden materializarse gracias a los incansables discípulos capitaneados ahora por Artur Mas. No, no es por eso. Es porque se ha convertido en un estribillo demasiado repetitivo, machacón, como esa canción estival que suena todas las noches y la gente la baila de manera mecánica y no hay nadie que se plante en mitad de la pista para decir: ¡basta ya! Ja ni ha prou!

Acabo de interrumpir esta columna para ir al aeropuerto. Un joven taxista, después de jurarme por su madre que dejará de fumar en un mes, se queja de la crisis que afecta –como a tantos otros– a su sector. Me cuenta que le encanta la nueva terminal de El Prat, pero que de momento, no acaba de notar un incremento de movimiento. Que lo está pasando fatal, que se ha reducido un 50% su trabajo y los gastos son los mismos. Para llegar, finalmente, a confesarme que si los políticos dejaran de mirarse una y otra vez el ombligo con temas soberanistas, Cataluña estaría mucho mejor de lo que está. Y que a ver si es verdad que Artur Mas coge ese timón al que tanto le gusta acercarse y no equivoca el rumbo.

Dicho esto, en tan sólo tres días, Yamaha ha anunciado el cierre de su fábrica de Palau-Solità i Plegamans y gracias a la huelga encubierta de maquinistas, Cercanías-Renfe ha vivido un caos del tamaño de la identidad del exlíder convergente. Ésta es la otra realidad.

Y mientras, Jordi Pujol sigue lamentándose, sigue llorando por el hecho de que Catalunya ya no tenga argumentos políticos, ni económicos, ni sentimentales para seguir apostando por ese autonomismo tradicional. Ahora, según el visionario nacionalista, "gente que nunca habría soñado hacerlo, votaría independencia".

Les encanta. Les chifla hablar de sentimientos. ¿Pero quiénes se han creído los nacionalistas para hablar de las emociones y sensaciones de un pueblo entero? Al tiempo que nos escudriñan y diseccionan internamente de manera virtual, ignoran todos los sondeos donde la mayoría de los encuestados sigue sintiéndose igual de catalán que español y no votaría en ningún caso una opción independentista. Pero nada, res de res, erre que erre.

Son muchos sectores los que han venido diciendo aquello de que Jordi Pujol era diferente, que "era otra cosa". Pues no. Era más listo, sí. Medía mejor los tiempos, también. Pero los chicos de ERC y buena parte del sector más soberanista de CiU, alentados en su mayoría por él mismo, son, podríamos decir, más primitivos, más rudos en sus planteamientos, aunque lo único que han hecho no es otra cosa que seguir la brecha que el gran gurú nacionalista abrió.

Tener que escuchar todavía al día de hoy que "hemos fracasado en que España consolidara el reconocimiento de la personalidad propia y diferenciada de Cataluña" es, cuanto menos, bochornoso. Y hablar de centralismo y de uniformización lingüística y cultural de signo castellano, con el pinganillo todavía en la oreja, es de coña marinera.

Aquí me planto hoy. Amar duele, dice la canción. Pero amar a Cataluña, les bien aseguro, es de lo más agotador. Uff.

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