Menú
Pedro de Tena

El Cairo

Visto el Museo de El Cairo, días de cristales rotos y de momias profanadas, ya sé que moriré probablemente sin ver esas joyas de viejas culturas clavadas en el paisaje.

Una de las pocas cosas claras que uno creía tener era que antes de morir iba a visitar El Cairo y que me dejaría impresionar por esos siglos que me iban a contemplar desde el secreto de sus pirámides. De hecho, habíamos decidido realizar un viaje colectivo de familia y amigos, esa otra familia voluntaria, para esta primavera. Cuando las palmas sonaran en el Real de la Feria y las gargantas se ahogaran en sherry fino, manzanilla o de Jerez, nosotros nos las prometíamos felices con el guía Barreda que ya parecía un escriba de la corte faraónica de tanto pasearse por lo vivo y lo pintado de los imperios que aún jadean en esos desiertos. Así era hasta que empezamos a comprobar las matanzas de cristianos.

Ya sabemos que las matanzas de cristianos no son tales para muchos idiotas de Occidente que siguen creyendo, a pesar de las pruebas en contrario, que lo único cruel e incivilizado del mundo son la Iglesia cristiana, sobre todo la de Roma, los judíos y el capitalismo sin tener en cuenta que son lo que son precisamente gracias a esos tres factores y sus derrames culturales, unidos al Imperio Romano y demás helenizados de la historia. Los marxistas alemanes del siglo pasado opusieron Roma a Jerusalén sin darse cuenta siquiera de que, por obra de los siglos, Jerusalén terminó siendo una nueva Roma, Roma menos cruel y más humana, pero eso es otra cosa.

Empezamos a leer matanzas de seguidores de Cristo en Egipto y hemos terminado leyendo la quema de varias salas, no se sabe cuántas ni cuáles, del Museo egipcio de El Cairo. Fíjense en lo que voy a decir: matar al adversario, quemarlo incluso, es una barbaridad desde el cristianismo pero puede ser comprensible desde la pura lógica de la guerra. Ahora bien, cuando se quema lo propio en nombre de una idea, la que sea, se destruye la personalidad colectiva. Estamos, pues, ante unos fanatismos sin precedentes. Ni siquiera Hitler se atrevió a quemar las obras de Kant ni de Goethe ni de Marx. O si se atrevió, no se atrevió a contarlo.

Visto el Museo de El Cairo, días de cristales rotos y de momias profanadas, ya sé que moriré probablemente sin ver esas joyas de viejas culturas clavadas en el paisaje. Y empiezo seriamente a preocuparme por lo que es esencialmente nuestro, español, europeo, occidental. Sencillamente, señores y señores, no quiero eso para mis hijos ni para mis nietos y voy a defenderme y a defenderlos con uñas y dientes de estos fanáticos. Pero sobre todo, voy a defenderme de los imbéciles y de los traidores que poco a poco, sin descanso, van acercando estos fanatismos al único mundo tolerante que la historia ha conocido, que es el mundo de la democracia, de las Iglesias cristianas y de las libertades y deberes de la gente que razona según los caminos de la ciencia y la filosofía.

Los españoles, que ya estuvimos en el meollo hace siglos, vamos a volver a estarlo. Será nuestro destino.

En Internacional

    0
    comentarios
    Acceda a los 2 comentarios guardados