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José García Domínguez

La tapadera

Como si las organizaciones nazis morasen fuera de la ley en todo el mundo por los asesinatos presuntos que cometería un hipotético cuarto Reich, no por los reales y concretos que en su día llevó a cabo el tercero.

Después de tanto alarde vano de laicismo, resulta que nuestra socialdemocracia doméstica compartía con Roma la premisa mayor, a saber, que la fe encarna la primera de las virtudes teologales. Al respecto, si fe es creer con rendida devoción en lo nunca visto, ¿acaso cabe superior testimonio de piedad que festejar unos estatutos, los de la enésima reencarnación de Batasuna, por nadie conocidos aún? Pues eso que el Iglesias del PSOE ya ha dado en proclamar "mejora notable", de momento, yace escrito en tinta invisible. E igual cabe certificar de la prensa gubernativa, tan comecuras ella, repentina presa ahora de la fe del carbonero. Y es que, a fin de cuentas, todo lo que hay en ese asunto es el verbo tosco de cierto Rufino, un montaraz franco de servicio mientras dure el asueto táctico de su partida.

Así, el tal Rufino se dice presto a repudiar ahora mismo los crímenes que no han sucedido. Pero solo ésos. Otros venden parcelas de la Luna, Rufino, más audaz, reparte certificados de buena conducta prendido a la máquina del tiempo. Como si las organizaciones nazis morasen fuera de la ley en todo el mundo por los asesinatos presuntos que cometería un hipotético cuarto Reich, no por los reales y concretos que en su día llevó a cabo el tercero. Ya en otro orden de perplejidades, los creyentes, víctimas de una muy oportuna amnesia, pretenden desconocer letra y música de la Ley de Partidos.

Olvido, el suyo, que exoneraría a Rufino de tener que expulsarse fulminantemente a sí mismo de la nueva tapadera. Sépase que celebrar a terroristas, único empleo conocido del interfecto, supone factor expreso de prohibición. Tampoco, en fin, las sentencias todas de los tribunales –las del Supremo, las del Constitucional, la definitiva de Estrasburgo– dejan demasiadas rendijas a la infamia. Recuérdese la meridiana claridad de ésa última, cuando resuelve que la ilegalización no se fundamentó exclusivamente en la pertinaz renuencia de los rufinos de turno a condenar las carnicerías de sus pares. "El comportamiento de los políticos", prescribe tajante, "engloba de ordinario no solo sus acciones o discursos, sino igualmente, en ciertas circunstancias, sus omisiones o silencios, que pueden equivaler a tomas de posición y hablar más incluso que toda acción de apoyo expreso". Tan abyectos, Rufino, los silencios.

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