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Juan Morote

Las palabras sí matan

Esto no es un proceso de paz, es una deriva de rendición, de doblar la rodilla, de traicionar lo profundo, de vender la dignidad de una nación por un puñado de votos.

Las palabras matan, también lo hacen los gestos o las ideas; en cambio sólo las personas mueren. En la lucha de la ETA contra la libertad de los ciudadanos españoles, especialmente contra la de aquellos que viven en el País Vasco o Navarra, han perdido la vida muchos inocentes. Un millar de vidas han sido instrumentalizadas, convertidas en meras herramientas del sueño de un puñado de comunistas separatistas. Las palabras claro que matan, cuando se envenenan las mentes de los niños, se mata la inocencia y además se siembra el odio necesario para que en un futuro, ya adolescentes, alimenten las huestes de los asesinos.

Estos días estamos presenciando un continuo ejercicio de obscenidad. Hemos vuelto a lo de siempre. Ver a Felipe González parafraseando a Arzalluz me produce náuseas. Me acuerdo cuando, tras el enésimo asesinato de la ETA, el entonces presidente del PNV le espetaba al bueno de Jaime Mayor que ya tenía otro muerto y otro entierro al que acudir. La vileza de las palabras de Arzalluz no se puede olvidar. Como no se olvidará la de González al plagiar al ex jesuita. Las ideas deformadas repetidas machaconamente anestesian las conciencias de quienes no están vigilantes. Esta gentuza conoce a Goebbels, comparten con él que lo importante es la propaganda y no lo que la misma sustenta. Ahora se trata de poner en marcha la maquinaria adoctrinadora del discurso tolerante y complaciente. Todos estos abyectos son conscientes de la frágil memoria de los ciudadanos. Si preguntáramos a la gente cuándo fue el último asesinato de ETA, nos sorprenderían las respuestas. Por eso tenemos que elevar el tono de la voz; por eso, con Alcaraz, y los que todavía le quedan, tenemos una gravísima deuda moral de gratitud.

Las palabras matan, pero no sólo las pronunciadas en las Herriko Tabernas, ni las vociferadas en la concentración de un frontón de Guetaria o Rentería, también matan las pronunciadas para confundir deliberadamente a los ciudadanos. Es simplemente felona la conducta de Marcelino Iglesias queriendo que la enésima marca electoral de Batasuna-ETA diga lo que no ha dicho y lo es la del ex presidente socialista, que igual monta el GAL que acuna a los portavoces de los asesinos. Ya lo hemos visto antes, toda la caterva mediática de la izquierda se va a volcar en la fase actual de este sempiterno proceso de paz, creen que si la ETA deja de matar, o al menos, así lo dice, aún podrán albergar la esperanza de que los socialistas no abandonen la Moncloa. En cambio, el que hayan abandonado a miles de víctimas y familiares, para ellos es sólo un precio menor. Esto no es un proceso de paz, es una deriva de rendición, de doblar la rodilla, de traicionar lo profundo, de vender la dignidad de una nación por un puñado de votos.

Si ETA vuelve a matar habrá que calcular qué parte de responsabilidad en ese asesinato es compartida con todas las palabras, todos los gestos de complacencia y quienes los han pronunciado o realizado.

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