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GEES

Ahora empieza

De momento se está desmontando el tinglado de la ya histórica Plaza de la Liberación. ¿Volverán a incendiarse las pasiones si las expectativas son defraudadas? ¿Qué expectativas y de quién?

Se terminó la revuelta, empieza la revolución. O eso parece, porque en estos procesos tan dinámicos y cambiantes, con tantos actores internos y externos tratando de llevar el agua a su molino, todo es posible y cualquier previsión una lotería. De momento los manifestantes –¿el pueblo?– han derribado a la cabeza del régimen dictatorial y han conseguido que éste prometa compartir el poder, hacer una serie de reformas –empezando por no perseguir a los que lo han zarandeado– disolver el parlamento, y convocar elecciones libres. De momento, el único resultado descartable es un Tiananmen, pero no sabemos lo que nos espera.

El régimen, es decir, el ejército, ha demostrado una gran flexibilidad. Muy pronto decidió no arriesgar el gratuito capital de prestigio de que goza entre la población adoptando una actitud neutral, como si no la cosa no fuera con él. Al final terminó sacrificando a su cabeza y cediendo mucho terreno. Pero no nos engañemos, su objetivo es salvarse a sí mismo, dirigir el proceso, ser una pieza esencial de lo que venga y preservar todo lo que sea posible de sus privilegios, que permiten a los altos mandos vivir como pachás y al conjunto de la oficialidad muy por encima de sus equivalentes en la sociedad civil. Las fuerzas armadas controlan infinidad de empresas que proporcionan ingresos para todo el aparato militar y retiros dorados para el generalato y otros muchos, escalafón abajo.

Lo que sucedió el jueves 10 no sólo dejó en el más espantoso ridículo a los altos responsables de la inteligencia americana –anunciando la inmediata dimisión de Mubarak– si no que fue una cruel burla para los concentrados en la plaza Tahrir: a las tres de la tarde el recién nombrado jefe del partido del régimen anuncia la dimisión. A las cinco un general se pasa por la plaza para ratificarla, y un poco más tarde lo hace el jefe del estado mayor. Por fin el Consejo Superior del ejército emite un comunicado en el que dice que satisfarán las demandas de los manifestantes. Hay que suponer que Mubarak dijo resignarse a lo que le exigían y los sorprendió a todos en el momento mismo de su alocución pública. Un verdadero acto de autismo que explica muchas de las cosas que venían sucediendo en el palacio presidencial. No hacía falta ninguna cualidad profética para adivinar la indignación de la plaza. El día siguiente era viernes y las muchedumbres que salían de las mezquitas lo enfrentaron a su hora de la verdad. Si no fueron más bien sus conmilitones, recuperados de la sorpresa de la noche anterior.

Qué representan las masas anti-Mubarak no deja de ser una pregunta sin contestación, aunque su número creció espectacularmente en la última semana. Primero el martes 8, después de que el bajón de los días anteriores pareciera preconizar un progresivo declive de la protesta y por tanto un triunfo de la táctica oficial de resistencia pasiva. Finalmente el decisivo viernes 11. La extensión a todo el país y la erupción de una serie de huelgas industriales -al tiempo que brillaban por su ausencia los apoyos populares al régimen- le prestan legitimidad a la equiparación de la protesta con el pueblo: pero numéricamente ha sido una parte pequeña de los más de ochenta millones de egipcios. Puede que la mayoría silenciosa estuviera con ellos, pero lo perfecto hubiera sido un referéndum inmediato sobre la retirada o permanencia del rais. Ni Obama ni nadie pidió esta salida democrática. Pensar que Mubarak no lo tomó en cuenta porque sabía que lo iba a perder es pasar por alto el grado de desconexión con la realidad que se hizo patente en sus últimas veinticuatro horas en el poder.

Si no conocemos la evolución de la representatividad de la protesta, de lo que sí estamos seguros es de su heterogeneidad. Sus demandas han sido políticas y sumamente generales. No han publicado un solo manifiesto. Sólo muy recientemente los corresponsales han empezado a hablar de los líderes de unas manifestaciones –casi sería mejor hablar en singular– que en todo momento han parecido absolutamente acéfalas. ElBaradei ha querido ponerse a su cabeza, no sabemos con qué grado de aceptación. Lo que sabemos es que los Hermanos Musulmanes son la única fuerza organizada y los militares los han tomado como principales interlocutores. Los generales pueden seguir explotando el miedo que inspiran y pueden jugar a dividir a unos presuntos colaboradores en el poder tan lastrados por el anonimato. De momento se está desmontando el tinglado de la ya histórica Plaza de la Liberación. ¿Volverán a incendiarse las pasiones si las expectativas son defraudadas? ¿Qué expectativas y de quién? El futuro sigue plagado de incógnitas. Lo único seguro es que en Egipto y todo el mundo árabo-islámico de hoy más democracia equivale a más islam.

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