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EDITORIAL

La crisis y la verdad por delante

Dicen que reconocer la existencia de un problema es el primer paso para darle solución. Y eso es exactamente lo que ha hecho Rajoy: reconocer en toda su crudeza la realidad de la que partimos y rechazar como vanas las esperanzas de una pronta recuperación

Dicen que reconocer la existencia de un problema es el primer paso para darle solución. Y eso es precisamente lo que ha hecho Mariano Rajoy en su primer debate parlamentario tras la sesión de investidura: Reconocer en toda su crudeza la realidad económica de la que partimos y rechazar como vanas las esperanzas de recuperación a corto plazo. Ese reconocimiento por parte de Rajoy de que estamos mal pero que vamos a estar peor a lo largo de este año contrasta muy positivamente con la irresponsable actitud de Zapatero, quien durante años se negó a reconocer la realidad de la crisis para, poco después, darla ya prácticamente por superada con el avistamiento de inexistentes "brotes verdes".

Ahora bien. Aun dando la razón a Rajoy cuando señala que "es difícil imaginar un punto de partida peor para el inicio de la legislatura", también hay que advertir que ni el devenir histórico ni el económico está determinado ni por herencias ni por leyes ajenas al actuar de los hombres. Aunque se vaya a necesitar, ciertamente, tiempo para deshacerse de la losa que ha supuesto la catastrófica herencia dejada por Zapatero, la recuperación dependerá del acierto, profundidad y celeridad de ese gran número de reformas que Rajoy ha perfilado en su intervención.

Ya señalamos en su día que no afrontar la reducción del déficit por la vía exclusiva de la reducción del gasto público y, en su lugar, aumentar los impuestos, no era la mejor forma de acortar ese tiempo de espera. Sin embargo, las medidas de saneamiento y ordenación del sistema financiero, presentadas hace una semana, están mucho mejor orientadas, por mucho que, a corto plazo constriñan el crédito.

Otro tanto se podría decir de la reforma del mercado laboral que el gobierno nos anunciará por fin este viernes: Aunque sus efectos no sean detectables a corto plazo, no será lo mismo a medio y largo plazo una profunda y liberalizadora reforma de nuestro encorsetado mercado laboral que un mero maquillaje temeroso de la protesta sindical o meramente interesado en cubrir las apariencias ante Bruselas. Lo mismo se podría decir de la necesaria liberalización del sector energético, tan preso de prejuicios y tabúes como de distorsionadores intervencionismos públicos.

Por todo ello, y si de verdad Rajoy no quiere ilusamente limitarse a ser el buen gestor de un mal modelo heredado, no sólo hará falta reformas sino que estas sean audaces y profundas. Como él mismo ha señalado "se nos juzgara por lo que consigamos". Y llegado ese momento referirse a la mala herencia recibida o al desastroso punto de partida será una excusa tan inaceptable como lo ha sido negar la crisis o apelar a falsos brotes verdes.

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