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Jorge Vilches

Joseph Pérez, el reconocimiento al historiador

Es un historiador y un humanista que ha sabido hallar la difícil fórmula para combinar el rigor académico con un estilo narrativo accesible al lector culto.

Es siempre una grata noticia que un historiador vea reconocida su labor. El Premio Príncipe de Asturias ha hecho justicia a Joseph Pérez, hispanista francés nacido en 1931, hijo de emigrantes valencianos, que ha dedicado su vida al estudio de la historia del mundo hispánico, en especial a la España moderna.

Empezó su carrera docente en 1955 como profesor agregado en la Escuela Superior de Saint Cloud, para luego ejercer en la Universidad de Burdeos III, donde llegó a ser catedrático de Civilización Española e Hispanoamericana y rector (1978-1983). En España, dirigió la Casa Velázquez en Madrid (1989-1996), y fue elegido miembro de la Real Academia de la Historia. Al gusto por el país de sus padres se unió la facilidad que le ofreció la buena escuela hispanista francesa, liderada entonces por Pierre Villar y Marcel Bataillon.

De la treintena de libros que ha publicado Joseph Pérez, y de los más de 150 artículos en revistas científicas, sobre los Reyes Católicos, Carlos V, Felipe II, la Inquisición, los judíos en España, Feijoo, etc., destacaría La revolución de las comunidades de Castilla (1520-1521), que fue su tesis doctoral, publicada en Burdeos en 1970 –y en español siete años después–. Hasta entonces, los comuneros habían sido tratados por la historiografía de dos maneras contrapuestas. Los liberales vieron en ellos la lucha por la libertad y la independencia nacional, y los configuraron como un mito con uso político. Por el contrario, el conservadurismo y el tradicionalismo vieron en la revuelta la defensa del sistema feudal frente a la injerencia extranjera. Joseph Pérez desde Francia y José Antonio Maravall en España cambiaron esta visión.

La revolución comunera había sido causada precisamente, decía el profesor Pérez, por los puntos débiles del régimen de los Reyes Católicos: el descontento de amplios sectores de la nobleza –que no encontraban su sitio– y el enfrentamiento entre los grandes comerciantes de la lana y los manufactureros –el conflicto económico subyacente–. Además, señaló Joseph Pérez, el gobierno de las ciudades estaba en manos de una minoría, lo que provocaba el descontento de los grupos excluidos, las Cortes tenían un papel pequeño, la Inquisición funcionaba (para mal) y los pecheros –pagadores de impuestos– se encontraban cada vez más ahogados por el Estado. Castilla estaba en crisis desde 1504, y puso todas sus esperanzas en el advenimiento de Carlos V (1517), pero quedó defraudada. Fue una auténtica revolución, dijo Pérez, que quiso reconstruir una sociedad nueva en los órdenes político, social y económico. La Castilla que se levantó en armas fue la más dinámica y próspera, en un frente amplio de intereses diversos. El fracaso del levantamiento dejó una Castilla triste y sometida al poder imperial, presa de una nostalgia sobre lo que pudo ser.

Esa capacidad para desentrañar las causas, el desarrollo y las consecuencias, sin perder de vista a los actores políticos y sociales, está también presente en otros dos títulos destacables: Los judíos en España (2005), resultado de investigaciones anteriores, en el que describe la situación de los sefardíes desde la expulsión (1492), que pasaron por el rencor, la idealización del país dejado atrás y la invención de la nostalgia, en un vínculo que se ha prolongado hasta la actualidad; y La Leyenda Negra (2012), en el que Pérez retoma ese concepto definido por Julián Juderías a principios del XX y lo engarza con la guerra de propaganda de los Estados europeos desde finales del XVI: asustados y recelosos, quisieron influir en las conciencias de sus ciudadanos para que rechazaran la "Monarquía universal", el "imperialismo español".

Joseph Pérez, justamente galardonado con el Príncipe de Asturias, es un historiador y un humanista que ha sabido hallar la difícil fórmula para combinar el rigor académico con un estilo narrativo accesible al lector culto. Bienvenidos sean estos reconocimientos públicos.

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