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Jake Sandoval

El otoño, la juventud y la muerte

Tuve la suerte de conocer tanto a Íñigo Arteaga como a Roque Bergareche, dos personas muy diferentes con, a priori, pocas cosas en común.

Los otoños son tristones por naturaleza, te devuelven a tu sitio después de un verano infinito. Madrid sigue conmocionado con los acontecimientos del puente del Pilar. Un otoño triste y lluvioso, que de golpe y sin avisar ha dejado a tanta gente destrozada. Aunque pasen los días, siguen reflexionando e intentando asumir lo inasumible. 

Tuve la suerte de conocer tanto a Íñigo Arteaga como a Roque Bergareche, dos personas muy diferentes con, a priori, pocas cosas en común. Sin embargo sí que las tenían: eran dos personas que no dejaban indiferente a nadie, y por ello la gente los quería tener cerca. 

Representaban la opinión que tiene Sabina de su exsuegro, Alberto Oliart, "España sería un sitio mejor si hubiese más gente como ellos". Sabina se refería a que consideraba a Oliart de una burguesía civilizada minoritaria en España; yo se lo aplico a ambos por ser gente con las cosas claras, con iniciativa, visión y sin complejos. Valores que no abundan siempre en la juventud. Eran todo menos mediocre. Cuantas líneas se escriban estos días son pocas para llenar la perdida. 

Cuando Duff Cooper aprobó el ingreso en el cuerpo diplomático en 1913 se fue con sus cinco mejores amigos a Venecia, tenía 23 años. Lo recordaba como algo muy especial, ya que ninguno de los cinco sobrevivió a la primera guerra mundial. De hecho, el día que se anunció el armisticio recordaba que lloró desconsoladamente ya que no le quedaba nadie con quien hablar en esa ciudad.

La sociedad moderna no entiende la muerte en la juventud, y la juventud no está acostumbrada a la muerte. Antes las enfermedades y las guerras hacían mucho más presente el dolor. Hoy vivimos, gracias a Dios, en un mundo tan diferente que situaciones como estas se nos hacen incomprensibles. Por ello todo esto ha golpeado tan fuerte, y preguntas como si estaremos haciendo lo correcto, si estamos disfrutando lo suficiente el instante, se vuelven inevitables. En un segundo eres consciente de la fragilidad del momento; de dónde estás y de lo que falta en tu vida. 

Son momentos únicos, que no pueden alargarse en el tiempo. Al final, las rutinas del día a día nos empujarán a olvidar todo y volver a pensar que somos inmortales. Pero hoy todavía tienes esa sensación de que la vida al final son cuatro cosas pero que sólo entiendes tres. Es evidente que no hay alternativa, pero todos deberíamos de tener más presente esa fragilidad, hasta un lector de un digital rosa. Hacer nuestras sus virtudes, viviendo nuestras vidas sin reproches, sin mentiras y sin temores. Mi cita favorita de Andrés Calamaro es "la honestidad no es una virtud, es una obligación".

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