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Jake Sandoval

Patrimonio Nacional

La decadencia es algo en gran parte inevitable, pero impresiona el poco amor que hay en España a la tradición.

La decadencia es algo en gran parte inevitable, pero impresiona el poco amor que hay en España a la tradición.
En una noticia de la semana pasada, Hispania Nostra alertaba sobre la destrucción y el peligro de ruina que había sobre una serie de lugares que estaban catalogados como de bienes de interés cultural. Me impresionó que estuvieran algunos como el monasterio de Santa María de Rioseco, del que no sabía ni de su existencia pese a haber pasado cerca muchas veces. 
 
Como buen nostálgico, siempre me ha atrapado la pregunta de por qué algo está en ruina, porque siempre hay una historia que explica la situación. Lo que te impresiona de España es que habiendo sido históricamente un sitio pobre, en el que la decadencia era en parte inevitable, en los últimos veinte años sobraba el dinero pero aún con ello no se ha conseguido que se restaure y recupere gran parte del patrimonio perdido. Aunque se hayan construido miles de nuevas ciudades, polígonos, centros comerciales, por no hablar de aeropuertos sin pasajeros y trenes de alta velocidad al pueblo del Ministro de Fomento. Al contrario, si ojeas un libro de hace 30 años sobre pueblos bonitos de España te quedas con la impresión de que era un sitio más bonito hace años.
  
La decadencia es algo en gran parte inevitable, pero impresiona el poco amor que hay en España a la tradición. Claramente la culpa es tanto de la vieja España, que vende, como de la nueva, que no compra. Es una falta de refinamiento y un excesivo amor por el dinerito. En España se lleva mucho más la venta del proindiviso y poder cambiar de coche y comprarse con eso un apartamentito en Sotogrande. Esto se da en toda España, si en Madrid la gente prefiere vivir en Paseo de la Habana en vez de en una casa del centro, en Jerez de la Frontera la gente se apiña en Manuel de la Quintana dejando todo el centro abandonado. Como cuando al bueno del barón de Segur su mujer, madrileña y harta de Barcelona y de su suegra, le decía que se volvía a Madrid, y el resignado le contestaba que a dónde se volvía si la casa de sus padres (Serrano 9) se la había vendido su hermano a un nuevo rico hace años y encima no le había pagado su parte.
 
Entiendo que a mucha gente la pérdida de patrimonio cultural le dé igual, incluso que haya quien vea un castillo como algo que representa la opresión, un monasterio como algo que invita al culturicidio y un palacio como el símbolo del señorito y algo que debiera ser -como mucho- un parador o la residencia de verano del presidente de alguna Comunidad Autónoma. Aunque sólo fuese por el turismo, que no sobra salvo en las playas de Levante, es impresionante la falta de cuidado en muchas decisiones que se han tomado, como si alguien fuese a venir dentro de veinte años a ver Seseña y no Sigüenza.
 
La administración tampoco ayuda, todo son impuestos y además acaban aburriendo al personal, molestando con calles peatonales y haciendo que sean sitios de turismo de masa donde poder tomar el aperitivo los domingos de primavera, diluyéndose la autentica esencia de los mismos. Las soluciones son siempre complicadas, al final o se consigue tener una rentita para poder mantener o se vende a algún comerciante que pueda permitirse mantenerlo. Esto último en España es imposible, donde el nivel de catetos o del nuevo rico roza el esperpento.
 
En Inglaterra el primer aristócrata al que se le ocurrió abrir su casa al público para que los visitantes pagasen por verla fue al XIII duque de Bedford, a quien, aburrido tras dos impuestos de sucesión seguidos, se le ocurrió la idea en 1955. Lo abrió cobrando una entrada y se llevó la crítica e incomprensión de todos sus paisanos. Hoy la gran mayoría de las casas de campo inglesas se pueden visitar y gracias a ello mantener en manos de sus dueños.
 
En España lo más parecido sería nuestro querido Leguineche en la última escena de Patrimonio Nacional, cuando posa en bata para los japoneses al ritmo de "the marquess of Leguineche and son, end of the saga".
 

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