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Antonio Robles

Hannah Arendt y el pensamiento orgánico

¡Cuánta falta nos hacen en Cataluña pensamientos libres como el de Hannah Arendt!

Busqué a Hannah Arendt y la encontré el martes pasado en un cine vacío de las Ramblas de Catalunya, Club Coliseum, el mismo en que muchos años antes viera El Gran Dictador. Entonces estaba lleno, la excitación era inmensa, Franco acababa de morir y una fila de grises en formación militar flanqueaba nuestra salida, ataviados con botas militares. La libertad asustaba al poder y éste nos asustaba a nosotros. Pienso en la cumbre del Pacte Nacional pel Dret a Decidir. Faltaban pocos, pero eran demasiados. La contrarréplica del cine. El pensamiento crítico ha muerto a manos de una realidad étnica. Pude contar los espectadores: cinco, metáfora de la Cataluña en la que vivo.

No me consuela la explicación sobre la naturaleza humana de Michel Foucault, que la da por imposible porque a su entender solo percibimos estructuras étnicas, de parentesco, lingüísticas, psicoanalíticas, económicas en las que el ser del hombre se camufla.

La ambición que mostró toda su vida Hannah Arendt por el pensamiento libre de prejuicios, en busca del ser, me congració con aquella sala vacía. Y pensé, ¿qué hubiera escrito, cómo hubiera actuado la pensadora si hubiera vivido en la Cataluña actual?

La película relata las vicisitudes e incomprensiones que hubo de soportar a raíz de sus escritos sobre el proceso en Israel al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann. No escribió lo que la tribu de Israel esperaba ni el Holocausto dictaba. Su pensamiento riguroso, siempre en busca de la verdad por encima de convencionalismos y partidismos, la enfrentó a un dilema terrible: escribir para excitar la identidad judía, a la que culturalmente pertenecía, o hacerlo para buscar la verdad, la única verdad a la que podemos aspirar, la que nace del pensamiento individual y libre de emociones colectivas.

No hay mayor soledad que pensar sin prejuicios, abandonados, solos, sin el amparo de las creencias, a la intemperie, a merced de todos los sacerdotes religiosos y laicos, ideológicos o nacionalistas. Pensar es estar dispuesto a sufrir el rechazo por lo que tu pensamiento libre y honesto te impone, aun en contra de tus propias convicciones. Capacidad y honestidad, a partes iguales. Y ella las tuvo. Las tuvo al mostrarnos la banalidad del mal, al reducir a Eichmann a simple funcionario devorado por el sistema, muy lejos de la aureola de monstruo con que la prensa judía recibió su secuestro en Argentina y su proceso en Israel. La afrenta rompía todos los convencionalismos y lugares comunes donde la sentencia es previa al análisis. ¿Para qué discutir lo que el dolor y la victoria les habían asegurado?

Capacidad y honestidad las tuvo ya antes, cuando se enfrentó a la naturaleza del totalitarismo nazi y, seguidamente, al comunista. Contra el primero adquirió aureola de heroína; contra el segundo, cayó en la sospecha; y le recordaron sus amores de estudiante con el Heidegger que sucumbió al poder nazi. ¡Malditas tribus! Cuando no es una, es otra. Bien lo pudo comprobar Karl Popper en los años sesenta, en aquella Europa académica marxista que la cuestionó y donde nada podía ser si previamente no era partidaria del socialismo científico. Hoy, La sociedad abierta y sus enemigos es un clásico imprescindible, que en su tiempo sufrió la incomprensión de aquella universidad mayoritariamente marxista.

Heidegger sucumbió a la mística de una época y se afilió al partido nazi. Ella, la estudiante que se enamoró de él porque le enseñó a pensar el ser en su plenitud, le censuró la impostura. Hoy, Cataluña está llena de intelectuales orgánicos sin el fuste de Heidegger, pero tan cobardes como la renuncia a la verdad de éste. ¡Cuánta falta nos hacen en Cataluña pensamientos libres como el de Hannah Arendt!

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