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Santiago Navajas

El señor de la ópera

Creó una era de innovación y modernidad que permitió que la capital de España compitiese en la Champions de los focos musicales.

Creó una era de innovación y modernidad que permitió que la capital de España compitiese en la Champions de los focos musicales.

Vestía como un señor de derechas, pensaba como un señor de izquierdas y le cabía toda la ópera en la cabeza, como el señor de la música que era. Gerard Mortier ha muerto en el país en el que nació, Bélgica, pero forma parte del equipo de extranjeros que ha influido en la historia musical de España, como Scarlatti o Farinelli. Ilustrado en una época de Ilustración pero aún no ilustrada, Mortier creó durante su reinado en el Teatro Real de Madrid una era de innovación y modernidad que permitió que la capital de España compitiese en la Champions League de los focos culturales musicales, en dura pugna con París, Salzsburgo, Milán o Bayreuth.

Pensaba que el arte debe hacer reflexionar y divertir al mismo tiempo, lo que supuso su enfrentamiento con los divos caprichosos, el populacho abonado a los 40 Principales operísticos y los políticos que conciben la oferta cultural como panem et circenses. Por el contrario, los espectáculos que programaba, de Lady Macbeth del distrito de Mtsensk a Brokeback Mountain (pasando por el fallido C(h)oeurs: de tan sublime que quería ser, terminaba siendo ridículo), estaban marcados por el aguijón de la innovación en la puesta en escena, el riesgo formal y una mirada hacia el futuro que concebía la ópera como un arte vivo y no como un fósil belcantista. Mortier aplicaba la eutanasia a los zombis vestidos de visón en patio, platea y palco con la implacable dureza que dan un conocimiento superior y el atrevimiento de pensar por uno mismo. En su momento escribí:

Me dicen que a Mortier, el responsable máximo del estilo de programación del Teatro Real, le encantan los espectáculos modernos y atrevidos. Por lo que esta puesta en escena será muy de su gusto. Abundancia de tetas e incluso una violación hipernaturalista sobre el escenario, por lo que Stalin hubiese enviado a todo el elenco a Siberia a picar hielo en camiseta. A pesar de su sordidez intrínseca, es resuelta con una sorprendente y admirable mezcla de elegancia y procacidad, ternura y dureza. La pornografía, en este caso pornofonía, como la dictaminó un crítico, también puede ser arte.

Sin Mortier, sin Mourinho, sin Nacho Duato… Madrid corre el riesgo de sumirse en el sopor de la siesta y el hedor a ajo. Ha llegado el momento de plantearse si queremos seguir dominados por una conjura de necios o bien confiamos en el talento de los mejores que palpitan de pasión por hacernos, a los espectadores, un poco menos peores. Siempre será mejor equivocarse con tipos tan lúcidos y bravos (tan narcisistas y dogmáticos, también) como Mortier que con mediocres al servicio de sus amos, los políticos electoralistas y una clientela apolillada. Como decía Mortier:

No son gustos, es una idea. No se trata de lo que me gusta o no, de si prefiero el té negro o el té verde. Es una cuestión de importancia musical. No acepto otra razón que la importancia musical.

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