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Amando de Miguel

La clarificación del lenguaje

La frase “Tengo la conciencia tranquila” la suelen decir algunos corruptos.

José Luis García-Valdecantos remacha la disertación sobre la violencia, una de las voces más escurridizas de nuestro mundo político. Precisa que los llamados "violentos" (realmente terroristas callejeros) arguyen que fueron atacados por la Policía. Algunos sostienen que la mera presencia de la Policía es una provocación intolerable. Es más, se consideran agredidos por la Policía cuando intentan ocupar un edificio público. Es todo una consecuencia de la perversión moral de que "todos tenemos derecho a todo". Estoy de acuerdo. Vamos a ver si clarificamos las palabras y las ideas.

Ignacio Gatón intuye que la voz desgraciado (algo así como hijo de puta) se construye a partir de la idea de graciax como equivalente del nombre propio. De esa forma, el insulto de "desgraciado" vendría a significar que se carece de legitimidad familiar. Está bien traído. ¡Cuántas cosas se aprenden en esta seccioncilla!

José Alberto Torrijos sostiene que la voz despropiación refleja mucho mejor que la de expropiación la acción de quitarle a uno la propiedad. Añado un posible ejemplo. La Agencia Tributaria ha decidido llevarse un 20% de cualquier premio que uno pueda recibir por el azar o por sus méritos. Estaríamos, pues, ante un 20% de despropiación.

José Cuevas me cuenta la historia de la frase hecha "la casa de tócame Roque" para indicar confusión y desorden. Al parecer, en el siglo XIX, dos hermanos, Juan y Roque, se disputaban insistentemente la herencia de una casa de Madrid. "Tócame, Roque, la casa", decía Juan. La disputa quedó inmortalizada en un sainete de Ramón de la Cruz. Añado que hay otra versión más sencilla. Se trata de un juego infantil en el que se dice "tócame, Roque” y luego “no me toques, Roque”. Ignoro si el juego es anterior o posterior a la obra de Ramón de la Cruz. Un dato más. En Cataluña la casa desordenada se denomina can sisenta. Ignoro por qué.

Juan Valentín-Pastrana ha descubierto una nueva especialidad académica: la ingeniería semántica. Se ocupa de poner adjetivos simpáticos en un alarde de "buenrollismo". Por ejemplo, "talante negociador". Su tesis es que “el buenrollismo es una es una nueva religión pagana que bebe de las fuentes del catolicismo y lo está usurpando en gran medida”. Tampoco hay que conferirle tanta dignidad, entiendo yo.

Julio Iglesias de Usell (que todo lo lee) me envía la referencia de un libro que está haciendo furor: Chineasy (algo así como Chinofácil). Esperemos que se traduzca pronto al español. Se plantea la dificultad que supone aprender a escribir chino para los occidentales. Acostumbrados a nuestro simplicísimo alfabeto, es un verdadero trabajo de chinos aprender miles de ideogramas. Aunque basta con aprender unos cuantos cientos, que luego se combinan, pero la operación sigue siendo ardua. La idea pedagógica de Shaolan Hsueh, el autor del libro, es que los ideogramas pueden asociarse a dibujos de cosas comunes. Por ejemplo, bueno en chino combina el dibujo de una madre con su hijo. La iniciativa me parece excelente. En nuestros silabarios, para aprender las veintitantas letras, los niños las identifican también con dibujitos. Pregunto: ¿no sería más fácil que los chinos (y japoneses) adaptaran el alfabeto latino, que es el más extendido en el mundo? Entiendo que ya se han hecho algunos intentos y funcionan.

Luis Cáceres comenta un artículo mío sobre lo difícil que les resulta a los españoles la acción de arrepentirse. Su interpretación es que eso es una consecuencia de que "hay que ser uno mismo". Es decir, se impone la voluntad por encima de todo. Ignacio de Despujol y Coloma interpreta esa resistencia al arrepentimiento con la extensión de otra actitud: "Tengo la conciencia tranquila". La suelen decir algunos corruptos.

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