El nuevo número de Vanity Fair llega cargado de novedades, pero quizá una de las más llamativas sea el reportaje comparativo entre los escándalos del monarca español y el expresidente Bill Clinton.
El escándalo de Corinna, la caída en Botsuana, la crisis económica… todo ello tiene su equivalente durante el mandato de Clinton y el acoso mediático por su relación con la becaria Monica Lewinsky, entre otras investigaciones judiciales.
La revista ha consultado a varios asesores del expresidente sobre cómo debería la Casa Real capear la crisis institucional y de imagen que las últimas encuestas no hacen sino certificar, tal y como se aprecia en el bajón en la valoración de la monarquía.
Según el abogado Lanny Davis, asesor en Washington, "lo primero que tiene que hacer el Rey es pedir perdón a la Reina". Según Davis, Juan Carlos debe hacer "las paces en casa antes de preocuparte por la política o tu imagen en los medios, porque la gestión de crisis más importante es la personal. Se trata de corregir el daño que has hecho a la persona que quieres, que es tu mujer. Y no lo cambia el hecho de que pueda ser un matrimonio roto. Si no consigues ese perdón la estrategia se complica".
Un criterio que el abogado extiende a la infanta Cristina y la investigación por el caso Nóos. El Rey debe mostrar que "quiere" a su hija y hasta que la "apoya", pero sin que eso signifique que "defienda la corrupción o no apoye a la Justicia".
Harold M. Ickes, otro de los expertos consultados por la revista, asesor de Clinton en la Casa Blanca durante el escándalo Lewinsky, añade que la institución debe reaccionar al escándalo antes de que se produzca, porque al final "todo va a acabar saliendo". "Hay que sacar la información a la luz cuanto antes, lo más rápido posible", asegura. "En instituciones como la Casa Real son resistentes a hacer esto, porque la reacción típica es guardar la información pensando que nunca saldrá".
El consultor político Stanley Greenberg dice a Vanity Fair que un ejemplo paradigmático sería el del británico Tony Blair, que se convirtió en uno de los principales defensores de la monarquía en su época de mayores escándalos, tras la muerte de Lady Diana.
En este sentido, Greenberg propone una estrategia consensuada entre el Rey y los partidos políticos para lograr "líderes sólidos" que defiendan la institución en tiempos difíciles como los presentes. Los políticos –dice-, compensarían con su "mayor libertad de actuación y de expresión" las limitaciones en esa área de una institución como la monarquía.