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Las mujeres de los dictadores (III)

Antonio Salazar: los romances del seminarista

Tras Hitler y Stalin, hoy repasamos la historia de las mujeres que marcaron la vida de Antonio Salazar.

Tras Hitler y Stalin, hoy repasamos la historia de las mujeres que marcaron la vida de Antonio Salazar.

En su relación con las mujeres, tampoco Antonio Salazar (1889-1970) fue un dictador al uso. Durante los más de treinta años que estuvo en el poder, se esmeró en cultivar una imagen canóniga de sí mismo, siempre alejado de las mujeres y sus tentaciones. Pero, tras esa facha gélida del hombre entregado a Dios y al país, se agazapaba un hombre también preso de sus pasiones, con un miedo atávico al ridículo de enamorarse. No en vano, su pasado seminarista fue determinante para el resto de su vida, aunque no definitivo: Salazar fue también prolijo en relaciones.

La primera mujer en marcar su vida tenía una cobriza melena y respondía al nombre de Felismina de Oliveira. Amiga de su hermana, la joven de origen modesto la acompañaba cada sábado a visitar a Salazar al seminario, donde comenzaron una relación en principio epistolar, que se prolongó durante décadas. Compartieron veranos en Santa Comba, pero la presión de las familias y la carrera religiosa de Antonio siempre acaban frenando un desenlace que, por la correspondencia que mantenían, ambos deseban. Años después, él describirá lo ocurrido como "un pastor y una pastora se amaban mucho, pero la familia de la pastora se opuso a su amor".

Salazar acaba abandonando el seminario e ingresando en la Universidad, coincidiendo con la proclamación de la Primera República de Portugal. No olvidará a Felismina, pero en Coimbra comienza a despertar a otro mundo y también a la fascinación por las mujeres. La joven pelirroja es ahora una maestra treintañera, que se muestra agotada del tira y afloja, y así se lo transmite cuando es nombrado ministro de Finanzas: "Vengo a decirle que no lo he olvidado: especialmente hoy y mañana también (¡42 años!) recordando todavía nuestra amistad, bendecida por Nuestro Señor", escribe.

Salazar comienza su ascenso hacia la Jefatura del Estado con Felismina reconvertida en amiga de juventud, pero también como un activo del que sacar mucho provecho. Cuando asciende a jefe de Gobierno la nombra inspectora de enseñanza en Viseu ("El Ojo de Viseu", la apodarán), y ella se convierte en la informadora más sagaz del Estado Novo, que escribe al dictador informándole de todo lo que ocurre en la esfera educativa. Se transforma en una mujer temida, poderosa. Ha dejado de creer en Dios para creer en Salazar, y a ello dedica sus esfuerzos, envolviéndose en no pocas intrigas en persecución de cualquier rastro de comunismo en el país.

Salazar renuncia al matrimonio, pero no a las mujeres. Aunque exhibe una actitud de único compromiso con la patria, el portugués vivirá historias amorosas siempre bajo la norma de la discreción y el nulo compromiso. Su único cónyuge será la Patria, o eso dirá. Contenido, calculador. "Nunca pronuncia las palabras que la gente espera. No se abandona a los impulsos. Apenas ha entregado algo de su corazón, se apresura a retirarlo", explica uno de sus compañeros de seminario en Las Mujeres de los dictadores (Aguilar). Aunque nunca se comprometa de verdad, sus amantes tampoco serán aventuras pasajeras, sino verdaderos romances, como el que mantuvo con la pianista de Coimbra, Gloria Castanheira. "Qué quieres, es ella la que me provoca, la que toma la iniciativa, y yo no soy un cura", dirá. Pero será con la sobrina de esta, Maria Laura Campos, con quien tenga una relación más apasionada, porque se inició con el desarmante rechazo de ella, debido a su matrimonio. Finalmente, sucumbe, e incluso llega a pasear del brazo del insigne Ministro de Finanzas. Pero dura poco y acaba en una escena pública en mitad del barrio de Chiado: unos hombres silban a Maria Laura y Salazar entra en cólera: "No puedes que puedes gastar todo ese dinero para vestirte con tanta extravagancia. Si quieres ser mi mujer, tendrás que vestirte con lo que yo pueda pagarte". Ella lo mira de arriba abajo y contesta: "¿Y quién le ha dicho que quiera ser su mujer? Adiós, quédese con su avaricia". Bofetada pública y pero no fin de la historia.

Ella volverá brevemente con su marido, pero acabarán divorciándose, y cayendo en los brazos de Salazar de nuevo. Se encuentran en el Hotel Borges en muchas ocasiones entre 1931 y 1932. Ella se vuelve a casar, manteniendo su affaire con el dictador hasta que estalla la Guerra Civil española y Maria Laura y su marido tienen que mudarse a Sevilla, donde Salazar ultima el borrado de pruebas de la relación con su amante: le consigue un puesto oficial a su marido, y a cambio obtiene la correspondencia que mantenía con María Laura para evitar que queden pruebas. Un emisario recoge en España las cartas del pecado.

El hotel Borges es lugar frecuente para las citas de Salazar con diversas amantes. Allí también se encontrará con Mercedes de Castro, una hija de diplomático que por aquél entonces desarrolla una vida apasionante. Vive principescamente en París gracias a la fortuna de su familia, rebelde a la imposición social de un hombre, un matrimonio y varios hijos. Comienza a ser considerada sospechosa por todos los bandos en una época en la que Hitler está a punto de invadir Francia, y acaba instalándose en Lisboa. Es ella quien toma la iniciativa por conocer a Antonio Salazar, al que envía una sugerente carta. Entre ella y el Doutor se establece una relación de mutuo provecho, al margen del romance: ella le proporciona la información de la que posee gracias al círculo diplomático en el que se mueve y a sus viajes por todo el mundo, y ella le sonsaca favores al dictador para sus allegados. Pero, a pesar de lo provechoso de las intrigas, Salazar acaba cansándose de las exigencias de Mercedes y acudiendo a los brazos de la bella de París.

Salazar, junto a la periodista

Es Christine Garnier, la periodista francesa que ha pasado a la historia como la verdadera pasión de Salazar. Acude a Lisboa a escribir un libro sobre él, y se queda prendada ya en el primer encuentro. "Tiene una tez ligeramente bronceada, unos cabellos grises y lustrosos, unos dientes que brillan con un resplandor mineral", escribe. Pero es dura y férrea con las preguntas al que entonces es aún el presidente del Consejo, al que acorrala con su aplomo. "¿Cree usted, señor presidente, que puede frenar ese movimiento de emancipación que está arrastrando a las mujeres portuguesas?", le inquiere. "Persuadido como estoy de que una esposa que esté pensando en su hogar no puede realizar un buen trabajo fuera de él, lucharé siempre contra la independencia de las mujeres casadas", contesta él. Ambos pasan un verano juntos en la quinta de Santa Comba del dictador, donde los escritos de Christine reflejan una fascinación cada vez más creciente por Salazar. Él agasaja con flores y toda clase de cuidados, e inician una relación intensa y apasionada. Ella viajará con frecuencia de Francia a Lisboa, y Salazar la encumbra como favorita a pesar de su matrimonio. Pero no renuncia al provecho personal de esta relación, como con el resto de mujeres: De Christine también obtiene información de importancia, que ella maneja por el círculo de la élite francesa en el que se desenvuelve, codeándose con ministros y dignatarios.

Otra de las mujeres que marcaron profundamente a Salazar fue Emilia Vieira, una joven inquieta y moderna, que cuando conoce al dictador ha vivido toda clase de aventuras bohemias en París, como astróloga y como bailarina en salones de las jazz bands. Cuando inicia un romance con Salazar, se convierte, además, en su vidente oficial. Viven una historia apasionada, con escenas de celos y disputas, pero que acaba abruptamente con el matrimonio de ella con otro hombre después de la guerra. No obstante, seguirá dibujándole las cartas astrales, hasta la última: "Octavo en el ascendente: preocupaciones en las finanzas y las obligaciones. Deterioro de la salud o luto. Esta superposición marca con frecuencia el año de la muerte". Al día siguiente Antonio Salazar es ingresado, y le diagnostican un hematoma en el cerebro. No volverá a gobernar, y fallecerá tres años más tarde, en 1970. Ella seguirá escribiendo los horóscopos en el diario A Capital durante años.

Pero ni Christine, ni Mercedes, Gloria o Felismina fueron la mujer con la que Salazar la agonía final. El dictador murió bajo los brazos de la única mujer de la que Salazar no cumplió su regla de ligar inextricablemente sus amoríos y el provecho político que pudiera sacar de ellos. Como Stalin, murió junto a María, su ama de llaves.

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