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Rosa Belmonte

Encuentros planetarios

Las citas raras son habituales en la vida real, como pasó con Elvis Presley cuando fue a ver a Richard Nixon a la Casa Blanca.

Las citas raras son habituales en la vida real, como pasó con Elvis Presley cuando fue a ver a Richard Nixon a la Casa Blanca.
El presidente Richard Nixon y Elvis Presley | Cordon Press

Un encuentro entre Góngora y El Greco. Alegría, alegría. Ana Rodríguez Fischer ha novelado esa posibilidad en el Toledo de 1610. Una conversación que han planteado algunos estudiosos y que la autora ha llevado a la ficción (El poeta y el pintor, Albafia). Cuando yo era una adolescente pedante (ahora no soy adolescente) escribí un diálogo entre doña Jimena y Penélope. Las mujeres del Cid y de Ulises. Ponían verdes a sus maridos siempre ausentes, claro. Este habría sido un encuentro imposible. Un personaje de ficción y otro real. En tiempos diferentes. Pero esto de las citas raras es habitual en la vida real. 20 de diciembre de 1970. Elvis Presley va a ver a Richard Nixon a la Casa Blanca. El cantante estaba paranoico sobre el consumo de drogas por los jóvenes (paranoico gracias a todas las drogas que él mismo consumía) y quiso ser agente federal de lucha antidroga. Se presentó sin cita en la Casa Blanca.

Su intención era ver al Presidente y entregó una carta dirigida a Nixon a los agentes del Servicio Secreto que había en la puerta. "Que ha llegado el Rey", dijeron por teléfono al consejero presidencial. "Hoy no esperamos a ningún rey", contestó el otro mirando la agenda. “El rey del rock”, le aclararon. El consejero le pidió que volviera a su hotel, que ya lo llamarían. La carta era la monda (sí, es la expresión más adecuada). Con una redacción infantil a la par que pomposa, Elvis manifestaba su preocupación por las drogas, los hippies, el comunismo y hasta por los movimientos de derechos civiles a favor de los negros. Pide a Nixon una chapa de agente federal. A las 12.30, Elvis ponía los pies en el Despacho Oval con pantalones de terciopelo morado, camisa blanca de seda con un cuello gigante, un pedazo de hebilla en el cinturón y una capa. Después de dar la chapa, metiéndose también con los Beatles, le dieron su chapa.

Otro de mis encuentros favoritos es el de Karen Blixen y Marilyn Monroe. Nueva York. 6 de febrero de 1959. Marilyn bebía whisky; la baronesa, champán francés. Marilyn comió suflé, ensalada y piña; la danesa, su habitual docena de ostras. "La señora de Miller es realmente adorable, absolutamente encantadora. Nos hicimos excelentes amigas y prometimos volver a vernos antes de mi regreso a Dinamarca", contó la escritora. Y volverían a tener otra cita, cuando Arthur Miller y Marilyn la recogieron en coche para llevarla a casa de Carson McCullers. El almuerzo se había organizado para que Karen Blixen conociera a Miller. Ambos hablaron de teatro y literatura a la vez que ponían a otros escritores como hoja de perejil. Y hay más encuentros planetarios. El de Proust y Joyce. El de Dalí y Sigmund Freud. El de H. G. Wells y Stalin. Y el de los duques de Windsor con Richard Burton y Elizabeth Taylor en 1968.

30 años antes, los Windsor habían sido La Pareja. Ahora lo eran Burton y Taylor. Los duques visitaron a los Burton en el rodaje de La fierecilla domada. El 12 de noviembre, invitaron a los actores a una velada de 22 personas en su casa de París donde no conocían a nadie. Después de la cena, Richard Burton se acercó a la duquesa de Windsor y le dijo: "Es usted, sin duda, la mujer más vulgar que he conocido nunca". Cogió de la mano a la señora, de 72 años, y empezó a darle vueltas como a una peonza. Taylor, al lado del duque, pensaba que la iba a matar. No sé de qué hablarían Góngora y El Greco pero me temo que no sería tan divertido como lo de Burton y Wallis.

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