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Musas del destape

Esperanza Roy ya se desnudaba en los años 60... fuera de España

"Supervedette" de revista, extraordinaria actriz dramática.

"Supervedette" de revista, extraordinaria actriz dramática.
Esperanza Roy en el film de Jess Franco Vuelo al infierno

El género de la revista musical española era el más permisivo durante los oscuros cuarenta años del franquismo. Aun así, a las "vedettes" les estaba absolutamente prohibido enseñar sus pechos o las piernas al desnudo, que se cubrían siempre con mallas.

Una de las estrellas más espectaculares era Esperanza Roy. Nacida en Madrid el 22 de noviembre de 1935, Esperanza Fuentes Roy era hija de madre bailarina, en quien tuvo el apoyo para dedicarse al mundo del espectáculo. Debutó muy joven en compañías de variedades, una de ellas de arte flamenco, encabezada por Rafael Farina. Luego estuvo prolongadas temporadas en el extranjero, actuando en Casinos y salas de "music-hall" de las más importantes ciudades europeas. Eran los años 60. "Allí tenía que desnudarme habitualmente, a lo que me acostumbré y hacía con la mayor naturalidad".

Sus actuaciones en París, Londres o Berlín eran inimaginables entonces que pudiera realizarlas aquí. Cuando se estableció definitivamente aquí no tuvo la menor dificultad de ir enseñando su cuerpo serrano, en la medida que le dejaban, pues aún los censores siguieron ejerciendo su función hasta 1978. Dotada de un físico despampanante, de señora estupenda con excitantes movimientos, torneada cintura y un busto de campeonato (o sea, con delantera de Primera División), Esperanza Roy, sin poder desnudarse totalmente en los años anteriores a la Transición, ya destilaba erotismo en películas tales como ¿Por qué te engaña tu marido?, que rodó con Manuel Summers, Pecados conyugales, que dirigió José María Forqué , ¿Por qué pecamos a los cuarenta?, Los novios de mi mujer, Guapo heredero busca esposa, Las señoritas de mala compañía, La zorrita en bikini, Dormir y ligar todo es empezar, Mi adúltero esposo

En general, subproductos de un cine de comedia sustentada en esos desnudos que atraían a un sinfín de reprimidos ciudadanos. A veces con dobles versiones, una, la más ardiente, destinada a exhibirse en el extranjero, como si los españoles fuéramos tarados mentales. Y Esperanza Roy, insistimos, aceptaba sin problemas los despelotes que le exigían por contrato. En Una mujer prohibida, del año 1973, el actor Ramiro Oliveros se metía en la cama con ella en una secuencia de elevada tensión sexual. Cuatro años después Esperanza rodaba El sacerdote, a las órdenes de un polémico realizador pero sin duda lleno de talento, Eloy de la Iglesia. En el personaje de una pecadora que llegaba a provocar a un sacerdote. El trasero al aire de la actriz quedó explícitamente exhibido.

Aunque para escándalo, ese mismo año 1977, fue su papel protagonista en Carne apaleada, basado en la autobiografía de la novelista Inés Palou, que se suicidó a poco de escribir su libro. Vida trágica la de esta mujer que procediendo de buena familia se vio abocada a la delincuencia, tuvo relaciones lésbicas y acabó quitándose la vida, desesperada. Fue una de sus mejores interpretaciones ante las cámaras junto a Vida perra, Gusanos de seda y La monja alférez. Pero con anterioridad, ya el notable director Francisco Regueiro la había elegido heroína en 1967 de su, tal vez filme maldito Si volvemos a vernos: una prostituta en el Madrid de esa época de quien se enamora un soldado norteamericano destinado en la base de Torrejón de Ardoz.

Luego Esperanza Roy no era la frívola estrella que enseñaba muslos y "tetamen" para complacencia de españolitos en busca de fuertes emociones, independientemente de que también poseía aptitudes para ello, sino una monumental actriz. Pero, claro, los productores seguían reclamándola para películas en las que debía quitarse la ropa, viniera o no a cuento. Y así, apareció en Es pecado, pero me gusta y La zorra y el escorpión, esta última ya en 1982, donde vivió escenas tórridas con Máximo Valverde.

Poco a poco, a finales de los años 90, fue despidiéndose del cine. Entre película y película, Esperanza Roy se centró más en el teatro musical, reapareciendo en las tradicionales revistas, de las que destacamos "Por la calle de Alcalá", donde lucía su escultural figura, su encanto como bailarina, aunque no tanto su faceta de cantante, a la que no ayudaba su voz grave, algo rota. Sí que gustaba también por su gran sentido del humor, imitando perfectamente a la reina de ese género, Celia Gámez. Asimismo, no hemos de omitir sus trabajos en obras clásicas (La dama boba), otras de corte dramático (Así que pasen cinco años, Coronada y el toro, Una jornada particular) para representar el año 2000 la vida de Marlene Dietrich, El ángel azul.

Su última aparición en los escenarios data de 2010. Desde entonces, Esperanza Roy contempla su futuro tranquilamente en su hogar, sin haber anunciado su despedida pero admitiendo que su vida artística va tocando a su fin. Con un bagaje extraordinario, con una biografía interesantísima. Muy querida en su profesión, muy respetada, admirada por el público. De carácter franco, sincera con los periodistas siempre. Desenvuelta, cariñosa, bienhumorada. Una delicia de mujer.

En amores, sólo nos viene a la memoria aquella turbulenta relación que tuvo con el hijo de un conocido crítico taurino y comentarista de RTVE, con quien convivió diez años, un estafador que pagó sus delitos en la cárcel, muriendo de mala manera, lo que sumió a la actriz en un confuso tiempo de dolor e incertidumbre. Años después, recuperada del golpe, se casó con un vasco, director de cine, que se había separado de la también actriz Enriqueta Carballeira, personaje considerado bastante raro por sus propios compañeros. Siendo novios, ella me confesó esa relación. Publiqué aquellas confidencias y el aludido me escribió una carta instándome a que rectificara, invocando una ya olvidadísima hoy Ley de Prensa. No tenía derecho alguno de rectificación, pues las declaraciones no eran suyas. Pero lo complací. A quien dejó naturalmente mal, en airada posición, como mentirosa, fue a Esperanza. Que no había hecho otra cosa que contarme la verdad.

Esperanza Roy, en 2003 | Cordon Press

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