Menú
Musas del destape

Ángela Molina: "Siempre lo he pasado mal desnudándome"

Está a punto de cumplir 59, y Ángela Molina sigue conservando todo su atractivo.

Está a punto de cumplir 59, y Ángela Molina sigue conservando todo su atractivo.
Ángela Molina | Archivo

El próximo viernes, 3 de octubre, Ángela Molina cumplirá cincuenta y nueve años. Equivocadamente, en algunas fichas biográficas la sitúan como malagueña, cuando es "gata". Sin duda confundiendo ese dato que asocian a su progenitor, el gran Antonio Molina de la copla, quien sí era de la bella capital de la Costa del Sol. Esta madrileña vivió sus primeros años en pleno barrio de Argüelles, en una casa llena de comodidades gracias a la popularidad conseguida por aquél, quien procedía de una familia muy pobre. Ocho hijos le dió al "cantaor" su esposa, Angelita Tejedor.

Póster de No matarás

Ángela es la tercera; recibió una esmerada educación, estudiando ballet clásico, danza española y arte dramático. No albergaba vocación alguna por ser actriz, prefiriendo el arte de Terpsícore. Y, lo que con las cosas: arrinconaría sus zapatillas y sus medias de malla para abrirse paso en el cine. Debutó ante las cámaras con un filme de César Fernández Ardavín, el infumable folletín No matarás, emparejado con un nieto del recordado Pepe Isbert, el joven Tony, con el que rodó secuencias bañándose en un río para la cual les exigieron desnudarse. Ángela Molina recordaría aquellas imágenes sin ropa: "Lo pasé mal, sintiendo el pudor a flor de piel… Y cuando volví a casa aquel día me puse a llorar como una idiota". Olvidó el enfado y aunque el filme pasó con más pena que gloria, ella no se desanimó, convencida ya de que su carrera artística no había hecho nada más que empezar: "Seguiré en el cine –dijo por entonces- y no sólo mientras mis pechos se mantengan erguidos y tiesos".

Ciertamente poseía un físico muy atractivo: cuerpo curvilíneo, poderosas caderas, y un rostro de poderosa mirada y labios sensuales. En su segunda aparición en las pantallas aquel mismo año 1974 fue utilizada sobre todo por aquellos encantos. En el personaje también como el anterior de una chica pueblerina que aterriza en los Madriles en época de postguerra y malvive gracias a la prostitución. Su chulo en aquel engendro titulado No quiero perder la honra era José Sacristán. El tercer intento, un año más tarde, la obligaba de nuevo a aparecer en porretas al lado de Simón Andreu, con quien mantenía encendidas escenas amorosas en Las protegidas.

Recordando sus inicios como futura estrella del Séptimo Arte Ángela Molina mantiene los reparos que siempre tuvo cuando los guiones que aceptaba contenían secuencias de cama: "Una no se acostumbra nunca a desnudarse. Lo he pasado siempre mal. Lo hago, sí, pero no es fácil. Y eso que me he desnudado muchas veces en el cine. No me arrepiento de haberlas rodado. Me gustan más las escenas de amor con sensualidad. Aun así, no acabo de sentirme a gusto, repito, como si fuera aquella primera vez que lo hice".

Lo que recalca es que llegó a su profesión sin tener que asumir las humillaciones, exigencias o como quiera decirse, que tuvieron otras aspirantes a actrices: "No entré en el cine por la vía de la cama".

Ángela Molina siempre fue "el ojito derecho de su padre", y éste iba a ver las películas de su hija casi "de tapadillo" para no ser reconocido y se echaba a llorar si en el transcurso de la proyección había escenas comprometidas. Afortunadamente la filmografía de esta gran actriz, que se acerca a los ochenta títulos, contiene una mayoría de ellos de gran calidad. Se desnudaría más veces, sí; pero ya no de aquella manera pueril de sus comienzos. En plena Transición Luis Buñuel la elegía como una de las protagonistas de Ese oscuro objeto del deseo, el año 1977. El director baturro definió el rostro de Ángela, pleno de erotismo, como "el de una virgen pagana". La propia interesada decía esto de sí misma, con cierta gracia: "Soy muy sensual, muy sensible… porque mis padres me hicieron con mucha pasión".

Musa de algunas de las películas más conocidas de Manuel Gutiérrez Aragón (Camada negra, El corazón del bosque, y sobre todo "Demonios en el jardín", en un mano a mano con Ana Belén, y "La mitad del cielo"), tiene un prestigio internacional ganado gracias a su talento interpretativo, en particular a las órdenes de realizadores italianos de la talla de Luigi Comencini, Gillo Pontecorvo, Elio Petri, Marco Bellocchio

Lo mismo se ha lucido en papeles de corte dramático que en otros de comedia. Fue brillante su trabajo en Las cosas del querer, sobre todo en la primera parte, donde a su faceta de actriz unió la de cantante de coplas. Hace unos meses nos anunciaba su deseo de grabar un disco de boleros, proyecto por ahora sin cristalizar. Y eso que lleva ya años queriendo dedicarse también a la música. No siempre cuanto le ofrecen es de su gusto; a veces, ella que no es víctima del paro laboral, no ha tenido más remedio que negarse a ciertas propuestas. Por ejemplo no quiso protagonizar Las edades de Lulú y le devolvió el guión a Bigas Luna. Y cuando José Luis Borau le ofreció trabajar en Furtivos no lo aceptó al conocer que su personaje tenía que cortarse el pelo. Al menos esa fue la respuesta que recibió el desaparecido director aragonés. Rechazaría asimismo el papel que luego hizo Victoria Abril en Cambio de sexo porque "iba en contra de mis creencias religiosas". Ángela no es católica, se define como cristiana y pertenece a una Iglesia Evangélica.

Tantos trabajos en el cine y algunos también en series de televisión no le han impedido cumplir con sus deberes hogareños, separando en todo momento su figura de actriz con la de ama de casa, atenta siempre a su actual marido, el canadiense León Backstad, con quien lleva diecinueve años casada, y a sus hijos.

En Chic

    0
    comentarios