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Helmut Berger, arruinado, lleva años malviviendo

Berger se hizo rico y popular gracias a Visconti, su amante.

Berger se hizo rico y popular gracias a Visconti, su amante.
Helmut Berger | Cordon Press

Este 29 de mayo cumple setenta y un años el actor austríaco Helmut Berger, quien gozó de cierta indiscutible notoriedad desde que Luchino Visconti lo descubriera como protagonista de su película La caída de los dioses, rodada en 1969, éxito que revalidaría tres años más tarde en Ludwig, (Luis II de Baviera). Gozó el joven galán, "play-boy" y modelo, de una envidiable posición social, invitado a grandes fiestas y asimismo pudo disfrutar de mucho dinero, en tanto hoy malvive, arruinado, con una modesta pensión de cuatrocientos cincuenta euros en un modestísimo apartamento que le legó su madre a las afueras de Salzburgo, donde habita desde 2002, ya en el ocaso de una fulgurante existencia, que no pudo o no quiso nunca controlar.

No tengo muy claro el lugar donde Helmut Steinberger, así llamado, conoció al prestigioso Luchino Visconti, si en el restaurante vienés donde aquel trabajaba de ayudante de camarero, o en Roma, durante un rodaje del célebre director. Puede que éste se fijara en el bello efebo en la capital austriaca, le diera su dirección y acabaran reencontrándose en la Ciudad Eterna. Lo cierto es que Visconti quedó prendado de los encantos físicos del que iba a ser su pupilo, quien jamás adivinó que se convertiría no sólo en objeto del deseo de uno de los más grandes realizadores del cinema italiano, sino su actor fetiche, al que ya con su apellido recortado, convertido en Helmut Berger la revista de modas Vogue calificaría como "el hombre más guapo del mundo".

De maneras femeninas, eso sí. Comenzó Visconti por darle un papelito en Las brujas. Y de allí saltó al poco tiempo a protagonizar, junto a Dirk Bogarde, una historia ambientada en la Alemania nazi, dando vida a un turbio personaje, travestido, en una memorable parodia de Marlene Dietrich: La caída de los dioses. Significó el lanzamiento internacional de Helmut Berger, ya convertido en el amante de su descubridor, quien lo fue introduciendo en los ambientes intelectuales romanos, oficiando de Pygmalion, hasta convertirlo en un sofisticado dandy. Cuando Visconti proyectó llevar a la pantalla la vida del excéntrico Luis II de Baviera, al que llamaban "el Rey loco", lo hizo pensando en su amado, quien encajó perfectamente en la identidad de aquel controvertido monarca.

Sin Visconti detrás, Berger ya no fue el mismo, aunque en su filmografía aparezcan sus no obstante aceptables trabajos en El retrato de Dorian Grey, El jardín de los Finzzi-Contini (que dirigió Vittorio de Sica), Miércoles de ceniza (en un cometido muy fácil para él, de gigoló, junto a Elizabeth Taylor y Henry Fonda) y Salón Kitty, muy en la línea provocadora de su realizador, Tinto Brass.

Para entonces, 1976, había desaparecido de este mundo Luchino Visconti, lo que llevó a Helmut Berger a un estado depresivo. Habían convivido durante doce años y los cuarenta de diferencia que se llevaban no fueron obstáculo para la felicidad de ambos. Al cumplirse un año de su muerte, Helmut, que públicamente se hacía notar como su viudo, intentó suicidarse. Y a partir de entonces, quien como actor, aun basándose en su físico y una incuestionable fotogenia, gozaba de cierto tirón en taquilla, fue despeñándose poco a poco, con un estúpido comportamiento en público que lo llevó a menudo a visitar más de una comisaría.

Helmut Berger y Virna Lisi, en 1971 | Cordon Press

Yo lo conocí a comienzos de la década de los 80, cuando frecuentaba las "boîtes" madrileñas de moda, aunque no se dejaba nunca entrevistar. Sí conseguí –junto a tres colegas- enhebrar durante media hora una conversación, cuando acudió invitado en 1981 al Festival de Cine de Sevilla. Fue en la "suite" que ocupaba en el hotel Alfonso XIII. Por cierto: nos pidió que lo ayudáramos a anudarse la corbata de lazo. Me hice el distraído pero uno de nosotros, compañero de Diez Minutos, algo azorado, cumplió con la misión cual si fuera su aplicado mayordomo. Anoté estas respuestas del actor: "Echo de menos a mi padrino (se refería, lógicamente, a Visconti) porque fue mi maestro, un hombre que odiaba por encima de toda la mediocridad. Creo que siempre está a mi alrededor. Dicen de mí que voy de escándalo en escándalo: hago el payaso porque me lo piden los demás. Soy romántico, nada interesado por el dinero y creo que nunca me moriré de hambre porque, aunque el cine me abandonara, podría solucionarme la vida de camarero, de cualquier cosa…".

Nati Abascal, que lo acompañó en aquella visita a Sevilla a una fiesta en la Casa de Pilatos, a la que asistimos, trató de frenar los impulsos del actor, que no paró de llamar la atención, ebrio y maleducado. A un reportero que le preguntó si creía estar loco le hizo "la peineta", fuera de sí. En 1984 el director catalán Antonio Ribas le dio un papel de militar en su película Victoria. Y posteriormente ya no supimos más de él hasta que en 1990 apareció en uno de los pasajes de El padrino, de Francis Ford Coppola, en su tercera y última entrega. Hacía dos años que había publicado Ich (Yo), sus memorias, donde se explayaba en sus permanentes coqueteos con la cocaína, el alcohol y sus aventuras de cama con personajes tan conocidos como Rudolf Nureyev, asegurando haber hecho el amor con él en una calleja de París. Recordaba a Alain Delon tratando de reconquistar a Visconti. Lo mismo que contaba cómo durante el Baile de la Rosa, en Montecarlo, de etiqueta, con un esmoquin blanco, estando cenando fue presa de una indisposición intestinal tras esnifar minutos antes una raya de cocaína, y hubo de aguantar durante largo rato la ostensible mancha de sus pantalones junto a un inevitable olor fétido.

Helmut Berger | Cordon Press

A él parecía importarle poco aquello. En Bulgari confesaba haber encargado un canuto de oro para aspirar el polvo blanco. Se consideraba bisexual, y refería haber conquistado a Marisa Berenson. Y hasta se casó en 1994 con la relaciones públicas italiana Francesca Guidato. Un incendio en su apartamento acaecido dos años atrás lo dejó sin cuadros muy valiosos firmados por Picasso, Chagall y Joan Miró. Para ganar algún dinero participó no hace mucho en La isla de los famosos, en Australia, pero aguantó pocos días. Una de sus últimas comparecencias públicas fue hace escasos meses en el Baile de la Ópera de Viena. Con deplorable aspecto, considerablemente avejentado. El ocaso de un ambiguo galán, caído por su errante conducta en el abismo.

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