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El divorcio que destrozó la vida de Laura Antonelli

La actriz cayó en las drogas y acabó siendo un juguete roto. Su divorcio de Belmondo debió tener algo que ver.

La actriz cayó en las drogas y acabó siendo un juguete roto. Su divorcio de Belmondo debió tener algo que ver.
Con Belmondo, en Doctor Casanova | Corbis Images

Fue una tarde lluviosa del otoño de 1978 cuando estuve frente a uno de los mitos del cine italiano, la deslumbrante Laura Antonelli. La cita, en un chalé del madrileño barrio de El Viso, en un descanso del rodaje de la película Camas calientes, título suficientemente orientativo para que les evite dar pormenores argumentales. Su pareja en esta coproducción hispano-italiana era nuestro José Sacristán, que en calzoncillos, como prototipo de un macho de andar por casa, daba réplica amorosa a la ardiente actriz. El día en que acudí a entrevistarla me encontré a Mónica Randall. Que no trabajaba en aquella película. Pero entonces era novia de Sacristán y por aquello tan femenino de que hay que procurar de que "no te la peguen", no perdía ojo de los movimientos de "su Pepe", muy entusiasmado con su papel.

Ciertamente Laura Antonelli era una mujer de impresión, de las "de bandera" de toda la vida. A sus treinta y seis años mostraba unos senos bien puestos, una mirada y unos labios sensuales que no podían dejar indiferente ni a José Sacristán, ni a mí que la estaba sólo mirando, ni a ninguno de los afortunados varones que nos encontrábamos allí presentes. Cuando rodó una escena de cama, me tocó el turno. De entrevistarla, claro. La charla fue distendida. "Está claro que en esta y otras muchas películas te pasas más tiempo desnuda que vestida…". Y ella, me dijo todo lo que sigue a continuación, que condenso de la media hora que estuvimos departiendo: "¡Claro que me desnudo! Lo he hecho muchas veces y no me importa nada. Y eso que, aunque no vayas a creértelo, soy tímida y muy sensible. Te diré más. Los actores que no son tímidos no son buenos actores".

Definida como mujer fogosa en el cine me interesé si extendía esa cualidad en su vida real: "Una cosa es el mundo de la pantalla y otra la vida". "¿Y si le preguntáramos eso a Jean-Paul Belmondo?", retruqué. Sin inmutarse, Laura respondió: "Llevamos ocho años juntos. Es la gran suerte de mi vida: haber conocido a Jean-Paul". Había estado casada con el editor Enrico Pianceti y cuando lo comenté, admitió: "No hablo sobre mi matrimonio. Fracasó. Es algo que llevo dentro de mí. Ocurrió precisamente muy poco antes de conocer a Jean-Paul y me separé".
Me contó Laura Antonelli cuando le espeté si de jovencita había pasado hambre hasta convertirse en una cotizada estrella, como en tantos casos: "No, no sigas por ese camino, que yo no tuve privaciones. Disfruté de una adolescencia y juventud normales y tuve una educación totalmente burguesa".

Aquella actriz que Luchino Visconti eligió para su película El inocente, me fascinó. Lástima que tiempo después, ya en la década de los 90, su estrella declinara. Se convirtió en una mujer obesa, víctima de una aguda depresión. Es posible que su ruptura con Belmondo tuviera que ver en ello. Y se adentró en el peligroso mundo de las drogas. Ya no era el mito erótico del pasado, sino un juguete roto, instalado en un centro psiquiátrico, donde fue perdiendo la consciencia de quien había sido. Dudo de que en estos últimos años la recordara nadie, cuando en sus buenos tiempos había encandilado a millones de hombres con sus eróticas películas.

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