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Rosa Belmonte

Mis grados de separación con Goebbels

Cualquier persona puede estar relacionada con otra en seis enlaces. Que se lo digan a Parada, el rey Juan Carlos y Bárbara Rey.

Cualquier persona puede estar relacionada con otra en seis enlaces. Que se lo digan a Parada, el rey Juan Carlos y Bárbara Rey.
Imagen del último Deluxe | Telecinco

La teoría de los seis grados de separación trata de demostrar que cualquiera puede estar conectado con otro a través de una sucesión de conocidos. Que cualquier persona puede estar relacionada con otra en sólo seis enlaces. José Manuel Parada y el rey Juan Carlos están unidos por su relación con Bárbara Rey. Según Chelo García Cortés, Parada y ella se acostaron a la vez con la totanera; la otra historia ya la conocemos (nosotros y el Cesid). Claro, que también habría que relacionar a la propia Chelo con el rey. Y a Ángel Cristo. Yo me he descubierto una relación mejor: unos pocos grados de separación con Joseph Goebbels. Seis grados de propaganda. El historiador Peter Longerich, que escribió una biografía sobre Goebbels (también otra sobre Himmler), asegura que es una figura muy sobrevalorada. Vaya, pero eso ya lo había hecho notar Ernesto Giménez Caballero. Comparándolo con Rosenberg, escribió que Goebbels era otra cosa. Como orador y como dialogante. Pero los piropos al ministro de Hitler venían sobre todo "por haber logrado una mujer como Magda".

En sus divertidas Memorias de un dictador cuenta que en Murcia amistó (usa "amisté") con el imaginero Garrigós, que le hizo un Nacimiento para Goebbels cuando fue a proponer a Hitler "la continuidad de nuestro Imperio hispano-godo o hispano austriaco interrumpido desde el siglo XVII por los vecinos franceses". Mi relación con Goebbels viene por el escultor Antonio Garrigós y Giner, al que no conocí pero sí a sus hijos y nietos.

El relato de su cena en casa de los Goebbels dos días antes de la Nochebuena parece un sketch. Al padre le llevó de regalo un capote de luces y a los niños les montó el belén de Garrigós junto a la chimenea. "Durante los aperitivos enseñé al pequeño y cojito jerarca del propagandismo germánico a manejar el capote, el modo de ceñirlo para el paseíllo y de veroniquearlo". En la cena contó chistes "al modo madrileño" y otras cosas de España, “definiendo a Franco como un nuevo Cisneros”. A los postres, llamó Hitler y Goebbels se tuvo que ir. “Los niños fueron llevados a dormir por una fräulein, tras besarme alegremente”. Echo de menos que no se marcharan cantando ‘Son long, farewell’.

Ernesto y Magda quedaron al fin solos. "Cabellos rubios como el sol, que portaba en trenzas entrecruzadas sobre la nuca. Ojos de lago". Trenzas y nazis me hacen pensar en las monedas que encontraban dentro de ellas los que procesaban el pelo de las jóvenes judías griegas que habían sido asesinadas (y rapadas después). Pero Magda no necesitaba llevar suelto. Fueron al grano, la boda de Hitler. La historia es de sobra conocida, pero la transcribo porque supera al guión de ‘Juana la loca de vez en cuando’. "¿Y quién es la candidata a emperatriz?", preguntó Magda. “Sólo podría ser una. En la línea de princesas hispanas como Ingunda y Brunequilda y Gelesvinta y Eugenia … Sólo una, por su limpieza de sangre, por su profunda fe católica y, sobre todo, porque arrastraría a todas las juventudes españolas: ¡la hermana de José Antonio Primo de Rivera!”.

Nada respondió Magda y sus ojos se humedecieron. "¿Sería posible?", preguntó él. "Sería posible… si Hitler no tuviera un balazo en un genital, de la primera guerra… que le ha invalidado para siempre… Imposible, gran amigo, imposible. ¡No habría continuidad de estirpe!". “¿Y Eva Braun?”. “Un piadoso enmascaramiento para la galería”. Se despidieron. “Entonces, ¿adiós para siempre, Magda?”. “¿Y por qué para siempre?”. Apuntilla entonces Giménez Caballero: “Y depositó sus manos sobre mis labios y luego los suyos”.

Tendré cuatro grados de separación con Goebbels, pero tres con Giménez Caballero, que era mucho más gracioso.

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