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La boda de Lola Flores: a las seis de la mañana y embarazada de Lolita

La boda, para la que se declaró ella, hubo de ser lo más privada posible. La gresca que montó Dolores Amaya obligó a ello.

La boda, para la que se declaró ella, hubo de ser lo más privada posible. La gresca que montó Dolores Amaya obligó a ello.
Lola Flores | Efe

Fue una noche del mes de julio de 1957, en la terraza del hotel Lido, de Venecia (en donde se encontraban, invitados a su famoso festival cinematográfico) cuando Lola Flores se declaró a Antonio González y le pidió que se casaran. Ella a él, no al revés como suele pasar. "La Faraona" le prometió que ya había roto con su último novio, el futbolista Coque, del Atlético de Madrid. En tanto Antonio estaba confuso, porque tiempo atrás se había casado por el rito gitano con Dolores Amaya, una artista calé con la que tenía una hija, Antoñita. Y no sólo eso: esperaba otro bebé fruto de sus relaciones con la bailaora Carmelita Santos (un niño que sería bautizado con el nombre de Juan).

Fijada la fecha de la boda, días antes un grupo de gitanos se arremolinó a las puertas del piso donde habitaba Lola, calle de Povedilla, número 9 (a espaldas del Palacio de los Deportes de Madrid). Armaron una gresca morrocotuda. En ese grupo estaba la tal Dolores Amaya, que gritaba: "¡Tú no puedes casarte con ese hombre, que es mi marido, que tenemos una hija…!" Al padre de Lola, que regresaba a casa de tomarse un chatito de vino en una taberna de al lado, por poco lo matan. Dadas esas circunstancias, Lola Flores y Antonio González, resolvieron que la ceremonia nupcial debería ser lo más privada posible. Y la hora, las seis de la mañana, en la Real Basílica de El Escorial, en plena sierra madrileña, el domingo 27 de octubre de aquel 1957.

Es curioso que, repasando las memorias que dictó Lola a Tico Medina, En carne viva, aparezca citado como escenario del enlace la Basílica del Valle de los Caídos (cuando aún no estaba inaugurada). Error garrafal de ambos. La noche anterior enfilaron novios, familiares y algunos amigos en comitiva automovilística, el camino desde Madrid a El Escorial, medio centenar de kilómetros. Se detuvieron a cenar a mitad del camino, con el epílogo de una juerga flamenca. El novio, con permiso de la novia, se fue con los suyos a celebrar "la despedida de soltero". Lola prefirió dormir un par de horas, de mala manera, acurrucada en un rincón de aquel restaurante de carretera.

A las cinco de la mañana partió con sus allegados a El Escorial, registrándose en el hotel Felipe II. En la mente de los novios flotaba una seria preocupación. Si habían decidido casarse a esa tempranísima hora era sencillamente porque la familia de la primera mujer gitana de Antonio, Dolores Amaya, había amenazado a éste de muerte. En cualquier momento podrían aparecer a las puertas del templo, acariciando sus navajas. No les fue tampoco fácil tener permiso para contraer allí matrimonio: un lugar reservado para ceremonias muy especiales. Pero Lola Flores tenía amigos influyentes como el todopoderoso productor de cine Cesáreo González, que fue su padrino, junto a Paquita Rico, la madrina.

Ya en la Basílica, ante el altar, el oficiante hizo la pregunta ritual, en voz alta, ante los asistentes, referida a si alguno conocía algún impedimento para que se celebrara aquella boda. Y la repitió ¡tres veces! Lola, algo demudada, y en voz baja, suplicó al cura: "Cállese, padre, y no vayamos a liarla a última hora…". Por fin la pareja nupcial recibió todas las bendiciones. Nevaba en el exterior. Lola Flores lucía un modelo exclusivo de Asunción Bastida, modista de fuste que competía en su oficio con Pedro Rodríguez.

La novia, digámoslo ya, estaba embarazada de casi tres meses y se acariciaba el vientre. Lolita González Flores nacería el 6 de mayo de 1958; hagan las cuentas. Los recién casados e invitados se dirigieron al hotel antes referido y descansaron unas horas, hasta llegada la hora del almuerzo. Festejaban a los felices novios caras muy conocidas, destacando Carmen Sevilla; el galán Vicente Parra, el cantante mexicano Pedro Vargas (que se lució interpretando "Solamente una vez) y el mitificado Miguel de Molina, que había vuelto por entonces a España y dedicó unos poemas a los novios. Cómo no Lola Flores se incorporó a los postres a ese espontáneo fin de fiesta y se arrancó con "Grítenme piedras del campo".

El champán corría de mesa en mesa mientras iba cayendo la tarde. Acercándose la noche, y tras despedirse de sus invitados, Lola y Antonio se dirigieron a la "suite" nupcial. Llegados ante la puerta el guitarrista tomó en brazos a su mujer, para cumplir con esa tradición de muchas parejas. Pero, o bien la novia pesaba un poco y máxime teniendo en cuenta su embarazo, al novio le fallaban las fuerzas, o tal vez el alcohol consumido les había hecho mella, el caso es que ambos cayeron al suelo, entre grandes carcajadas. Momento en el que los contempló, entre absorto y divertido, el actor Vicente Parra, quien los ayudó a levantarse, sumándose al coro de risas.

No hubo viaje de novios. Al día siguiente, lunes, Lola Flores y Antonio González tenían que incorporarse al rodaje de una película, una nueva versión de María de la O. Y naturalmente pospusieron la luna de miel. La historia de la pareja es harto conocida. Tuvieron dos hijos más, Antonio y Rosario. Y aunque la propia Lola contó en diferentes ocasiones y revistas –previo paso por caja- sus devaneos amorosos, incluyendo el último y prolongado romance que sostuvo con un "bailaor" apodado "El Junco" (al que puso un bar en Sevilla y ayudó económicamente largo tiempo), ya llevando casada más de veinte años, lo cierto es que nunca quiso separarse de su marido. Vivían bajo el mismo techo, pero eso sí, en habitaciones separadas. Como separación de bienes también habían acordado antes de la boda. A su manera, ambos siempre se consideraron muy felices.

Lola Flores falleció el 16 de mayo de 1995 y Antonio González, que había heredado de su padre el mote de "El Pescaílla", el 12 de noviembre de 1999. La leyenda de Lola, sin embargo, no ha muerto.

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