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La reina Victoria Eugenia volvió a España para amadrinar a su bisnieto, Felipe VI

Franco no quiso acudir a recibirla al aeropuerto.

Franco no quiso acudir a recibirla al aeropuerto.
Victoria Eugenia con su hijo y su nieto, en 1967 | Cordon Press

La reina Victoria Eugenia de Battenberg, viuda de Alfonso XIII, de quien se había separado a poco de que los monarcas dejaran España el 14 de abril de 1931, con el advenimiento de la II República, volvió excepcionalmente hace ahora cuarenta y ocho años, el 7 de febrero de 1968, tras treinta y siete años ausente de nuestro país. Vivía desde hace tiempo en Lausanna (Suiza). Este último viaje de la Soberana lo motivó ser madrina del hoy Felipe VI, su bisnieto. Enterado con antelación el Jefe del Estado, general Francisco Franco, dispuso que se autorizara la entrada en nuestro país de don Juan de Borbón, elegido por los padres del neófito como padrino de la ceremonia. Recordemos que el padre de don Juan Carlos tenía prohibida la entrada en España por orden del Generalísimo, y no nos extenderemos aquí en sus razones, entendiendo que pueden hallarse consultando multitud de libros de Historia.

La reina Victoria Eugenia se desplazó a Madrid por vía aérea desde el aeropuerto de Niza, dado que solía pasar los inviernos en Mónaco. Las autoridades franquistas que velaban por el Régimen desde el Ministerio de Información y Turismo procuraron que la prensa española no se propasara en añoranzas monárquicas, aunque el diario ABC, como es natural, dispensara a la ilustre pasajera toda clase de lisonjeros recuerdos en sus mejores páginas, dada su línea ideológica. No divulgándose demasiado la llegada de la Reina en los demás medios informativos era previsible que al aeropuerto de Barajas no acudieran demasiados ciudadanos a recibir a doña Victoria Eugenia. Un grupo de jóvenes monárquicos se habían encargado de repartir por las calles madrileñas miles de octavillas anunciando ese acontecimiento, en las que aparecía un número de teléfono adonde podían dirigirse para conocer tanto la hora de arribada del avión como de la celebración de varios actos de exaltación monárquica. Se calcula que fueron cinco mil las personas que acudieron a esa llamada. No consideraron oportuno desplazarse don Juan Carlos y doña Sofía, quienes contemplaron el recibimiento a través de televisión. Doña Sofía, comentó que había advertido muy poca gente, sólo monárquicos, "con un poco de excitación, de histerismo", advirtiendo desde luego que en esos tiempos, con Franco gobernando, "había que tener valor para ir a manifestarse y a decir que se estaba con la monarquía".

Cinco ministros se encontraban presentes, de ellos cuatro por su cuenta y riesgo, lo que no gustó en el palacio del Pardo. Franco se había negado desde un principio a desplazarse al aeropuerto de Barajas. Le hizo ver a don Juan Carlos el motivo de esa ausencia: "Comprended, alteza, que no puedo comprometer al Estado con mi presencia". Temía tal vez asistir a una muestra de exaltación popular monárquica. Por aquellas calendas, el jefe del Estado aún no había elegido al sucesor. Tampoco la figura del entonces conocido como príncipe de España (título concedido por Franco para evitar ser reconocido como príncipe de Asturias, que correspondía al heredero directo de Alfonso XIII, don Juan de Borbón), era tan popular como luego lo fue, a partir de su proclamación en julio de 1969 como sucesor a título de Rey. En la Universidad Complutense, por ejemplo, muchos estudiantes llegaron hasta difamarlo. Los carlistas aún jugaban la baza de su candidato, Carlos Hugo de Borbón-Parma, que era francés de nacimiento, en tanto en sectores del Movimiento, con el apoyo de su ministro José Solís Ruiz, se barajaba asimismo la posibilidad de que don Alfonso de Borbón-Dampierre ostentara algún día el trono de España.

Con esos antecedentes, al bautizo de don Felipe de Borbón y Grecia en el palacio de la Zarzuela, a las siete de la tarde del 8 de febrero de aquel 1968, qué duda cabe constituía un acontecimiento. Estaba dispuesto que en una salita se entrevistara doña Victoria Eugenia de Battenberg con el general Francisco Franco. Y así sucedió durante un corto intervalo, durante el cual aquella se interesó por cuanto pensaba su interlocutor acerca de quién debía sucederle. Y aunque han corrido diferentes versiones sobre aquel diálogo, se sostiene que la Reina exiliada le propuso decidiera sobre las tres opciones borbónicas que serían las adecuadas según ellas: la de su hijo, o la de sus dos nietos, Juan Carlos y Alfonso. Parece que ella misma se decantaba en principio, sin descartar a los otros dos, por el segundo del trío citado.

Sobre aquella breve reunión durante el bautismo de don Felipe, la reina doña Sofía opinó así, según la transcripción de Pilar Urbano: "Franco podía haber dicho que no viniese la reina Victoria Eugenia. Pero le convenía, para que la sucesión fuese en mi marido". El nombre de Felipe fue elegido por sus progenitores, sin consultárselo a Franco, teniendo en cuenta que el primer Borbón en reinar en España fue Felipe V de Anjou.

La ceremonia bautismal transcurrió tal y como se había previsto. La reina doña Victoria Eugenia de Battenberg regresó a donde se había hospedado, el Palacio de Liria, propiedad de la duquesa de Alba, su pariente, en pleno centro de la capital de España, calle de la Princesa. Permaneció cuatro días en Madrid, recorrió sus principales calles en automóvil, visitando el hospital de la Cruz Roja, que ella había inaugurado casi cuatro décadas atrás, y presidiendo un besamanos, en su ocasional residencia, de más de tres mil simpatizantes de la augusta dama. El domingo 11 de febrero del mencionado 1968 doña Victoria Eugenia, emocionada, dejó Madrid para siempre. Moriría catorce meses más tarde en su palacete suizo, "Vieille Fontaine", en Lausanne, el 15 de abril de 1969. Un día antes, curiosamente, pero de treinta y ocho años atrás, había tenido que abandonar precipitadamente España.

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