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Las extrañas circunstancias de la muerte de Jorge Rigaud

Le dieron de alta en un hospital, falleciendo en otro una hora después.

Le dieron de alta en un hospital, falleciendo en otro una hora después.
Jorge Rigaud | Imagen de televisión

Cada 14 de febrero se conmemora el día de los enamorados, no sólo en España, aunque tenga distinta denominación en otros lugares, coincidiendo con la onomástica de San Valentín, su patrón. Aquí, la idea fue introducida ya avanzada la pasada década de los 50. Iniciativa de unos grandes almacenes, Galerías Preciados, a la que con el tiempo se sumaría el comercio en general. Y hubo dos películas en las que se presentaba a dicho Santo, quien descendía de los cielos a la tierra para dar testimonio divino y resolver las desavenencias de algunas parejas. Quien lo representaba en la pantalla era un galán entrado en años, de gran apostura; alto, con agradables facciones y pleno de simpatía: el actor argentino-francés Jorge Rigaud, al que por cierto siempre le doblaban la voz. Aquellos dos popularísimos filmes fueron El día de enamorados, de 1959 y Vuelve San Valentín, rodado tres años más tarde. Rigaud se llamaba en realidad Pedro Jorge Rigato Delissetche y había nacido en Buenos Aires en 1905. A París lo llevó su familia contando sólo ocho años. Su debut cinematográfico se produjo en la capital francesa, donde permaneció hasta el comienzo de la II Guerra Mundial. Hasta entonces intervino en veintitantas cintas, algunas de ellas con directores de gran prestigio como Max Ophuls y Robert Siodmak.

Pasó también por Hollywood donde estuvo a las órdenes de Henry Hathaway. Retornó a la Argentina hasta que en 1957 decidió instalarse en Madrid definitivamente a raíz de ser contratado en Con la vida hicieron fuego, de Ana Mariscal, una de las poquísimas mujeres españolas que, además de actriz, se atrevió a colocarse detrás de las cámaras. La filmografía de Jorge Rigaud es muy extensa, cercana a las doscientas películas, aunque en su gran mayoría no hiciera papeles estelares. Comedias, cine de acción, aventuras policíacas, spaghetti-western (que no en vano tenía un cierto parecido con Gary Cooper), en cualquiera de esos géneros prestó su indudable fotogenia; más en el primer caso, donde destacaba con personajes de refinada elegancia. No resultó raro que una marca de camisas lo contratara como protagonista de un espot publicitario. A partir de 1981 ya no volvieron a contar en el cine con él. Llevó a partir de entonces una vida tranquila, aunque en soledad pues su esposa, Luisa Sanlaville, había fallecido dos años atrás. Su situación económica, sin ser boyante, le permitía una existencia digna. Por un lado percibía una pensión mensual de 40.000 pesetas; por otro, se ayudaba con los intereses que le proporcionaban sus ahorros depositados en un banco.

Disponía de su cartilla de la Seguridad Social. Un aciago día del mes de enero de 1984 fue atropellado por una motocicleta en la Gran Vía madrileña. En el Hospital Provincial, calle de Ibiza, le diagnosticaron una contusión en su pierna izquierda y fue dado de alta en seguida. Pero, al día siguiente, paseando como tenía la costumbre por los alrededores de su casa, en el barrio de la Estrella, cayó al suelo, desvanecido de repente. Un coche de la policía lo trasladó al mismo Hospital, donde quedó ingresado en urgencias. Un día después, su estado empeoró hasta el punto de que los médicos detectaron pérdida de habla y de memoria. Se pudo localizar a una sobrina del actor, que vivía en París y quien viajó a Madrid para permanecer unos días junto al enfermo. El martes, 17 de enero, seis días más tarde de ese segundo ingreso hospitalario, cuando ya su pariente había tenido que regresar a la capital francesa, Jorge Rigaud fue conminado por quienes lo atendían para que, dándole el alta, abandonara inmediatamente el centro, no sin advertirle que lo único que tenía no era grave, sino consecuencia de su edad, setenta y ocho años. No estando conforme el interesado, al que situaron en una silla en tanto su cama era ocupada por otro enfermo, fueron inútiles sus razonamientos para continuar en dicho Hospital Provincial. Lo trasladaron en ambulancia al Centro de Asistencia Médico-Geriátrica, entidad privada localizada en la calle Cádiz, número 30, de Leganés, población cercana a Madrid.

Cuando llegó Jorge Rigaud, con un aspecto por cierto deplorable, desaliñado a pesar suyo dado lo ocurrido en su inesperado traslado, fue advertido de que su estancia en aquel establecimiento le obligaría a pagar setenta y cinco mil pesetas al mes. Instalado en una habitación, fallecía una hora después de su ingreso. El diario El País, en detallada crónica de Javier Valenzuela, informó de todos los pormenores aquí resumidos. Nunca se supo de qué murió exactamente Jorge Rigaud, del que gracias a datos aportados por el conserje del edificio en que habitaba nos enteramos que gozaba de una buena salud, excepto que padecía diabetes. Tampoco pudo conocerse la reacción de aquella sobrina, al enterarse del óbito, o de algún otro familiar, para saber las causas exactas de la muerte. Apenas unas notas necrológicas en la prensa, en los siguientes días, sirvieron para que se divulgara la desaparición de aquel actor de grato aspecto, afable en el trato personal, considerado un caballero por cuantos lo conocieron, colegas y amigos. Aunque ni siquiera ya tuvieran tiempo de darle el último adiós, puesto que Jorge Rigaud fue enterrado en la más absoluta intimidad en el cementerio de Leganés, veinticuatro horas después de irse de este mundo. A través del testimonio de una dama que lo admiraba y que fue unos años más adelante a rezarle sin hallar dónde estaba enterrado, se elucubró que quizás sus restos fueran a parar a una fosa común, al no hacerse, quizás, nadie cargo del pago correspondiente de la tumba por ser de carácter temporal. Es más que probable que casi nadie recuerde ya a Jorge Rigaud, pero si en el día de los enamorados alguien saca a relucir el nombre de San Valentín, apuesto que muchos tendrán en la imaginación la figura de aquel atractivo actor, tan misteriosamente desaparecido.

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