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José Luis Coll, el humor del absurdo y el drama de su infancia

Disfrutaba jugando al billar con Felipe González y Persiguió a Tip, Luis Sánchez Polack, hasta que formaron pareja artística.

Disfrutaba jugando al billar con Felipe González y Persiguió a Tip, Luis Sánchez Polack, hasta que formaron pareja artística.
José Luis Coll | Imagen de televisión

José Luis Coll murió hace nueve años, en Madrid, el 6 de marzo de 2007. Su nombre está indefectiblemente unido al de Luis Sánchez Polack, Tip, con quien formó la más popular pareja humorística durante más de los decenios, años 70 y 80. Y aunque la vena cómica personalísima de este último se imponía en el dúo, no por ello hay que disminuir el talento del conquense, que desparramó en incontables guiones donde sus despropósitos se ajustaban muy bien al humor del absurdo que ambos protagonizaban. Por separado, es indudable que ambos mantenían una línea muy personal. Actuando, Tip era más disparatado, de ocurrencias constantes, con "morcillas" que se escapaban de los libretos y textos que se le encomendaban, en tanto Coll adoptaba el papel del contraste, el que servía a veces para el mayor lucimiento de su compañero sin él perder tampoco originalidad. Como actor, raramente se reía a carcajadas como Tip, en todo caso se le escapaba una sonrisa a veces un tanto melancólica, fundamentando sus parlamentos en la seriedad o ambigüedad de su rostro, con "cara de palo", como aquel hollywoodiense Buster Keaton, el que ni haciéndole cosquillas se inmutaba. Esa actitud cómica, insistimos, era el contrapunto de Coll a la constante gestualidad y aspavientos de Tip.

La vida de José Luis Coll parece extraída de uno de esos relatos de niños abandonados, a los que la vida ya situaba, al nacer, en una posición claramente en desventaja frente al mundo. Natural de Cuenca, donde vio la luz en 1931, huérfano de padre, se quedó al cuidado de sus abuelos y un tío porque su madre, Angustias García Usón, sencillamente, se fue del hogar rumbo a la Argentina; escritora de ideas republicanas, que no volvería a España hasta 1977. Allí se había casado nuevamente, matrimonio del que tuvo dos hijos. Es fácil comprender lo que sentiría Coll con aquel pasado. Así es que su infancia, adolescencia y juventud transcurrieron de manera distinta a la de otros chicos de su edad. Se empezó ganando la vida en un modesto puesto de escribiente en el servicio de Abastos. Escribía cuentos y artículos en el diario local, de tendencia falangista. César González-Ruano, que disfrutaba de una casa en Cuenca que le habían regalado las autoridades de la ciudad, lo animó a que probara suerte como escritor en Madrid. Adonde llegó para disfrutar de una curiosa luna de miel, con muy pocas pesetas en el bolsillo. Le habían regalado un taco de cincuenta tiques para que viajara gratis en Metro y autobús. Y así se pasó dos o tres días de un lado para otro por la capital. Gracias a César, Coll entró en contacto con Antonio Mingote, que había fundado en 1953 la revista satírica Don José. Y allí pudo ganarse unos duros con sus artículos. También probó suerte como figurante en funciones de teatro, sesiones de cine o más tarde en programas de televisión. A finales de los años 50 perseguía literalmente a Luis Sánchez Polack, a quien sabiéndolo asiduo de una tasca de la calle de la Ballesta, Casa Perico, se hacía encontradizo con él. Hasta que formaron pareja artística tras infinidad de encuentros en los bares, de los que según ambos se iban sin pagar a menudo.

Almorzando con Coll, me contó un día esto: "La primera vez que Tip y yo hicimos una obra de teatro él hacía de médico y yo de criado suyo. Sin venir a cuento, en una de las representaciones le dio por preguntarme que por qué era yo tan pequeñito. Me tuve que meter entre cortinas, entre el estupor y la risa, pero reaparecí, gritando ¡sálveme, doctor!, pero él, sin inmutarse, me replicó que lo mío era un caso de "enanez" progresiva. Me enfadaba con él muchas veces porque cambiaba el texto cuando le daba la gana. Pero seguía haciéndome reír, por ejemplo, apareciendo de repente cojeando. Ese era Tip". No acababan ahí los recuerdos de Coll sobre su compañero: "Estábamos en un bar muy concurrido de la calle de Serrano cuando de pronto me dice que nos largáramos y saliendo de prisa y corriendo se metió en un portal y yo, detrás de él. ¿Ves esta angula?, me dice. Y en efecto, tenía una angula entre los dedos que se había llevado de un plato. ¿Y qué?, le repliqué. Y me responde: Pues que estaba congelada y me estaba quedando helado". La verdad es que con él no se podía tener una conversación seria más allá de los tres minutos". Coll nos recordaba que Luis Sánchez Polack tenía un carácter complicado, por ejemplo, era incapaz de ser puntual, lo que a aquel le resultaba insufrible, al punto de que cinco minutos antes de empezar un programa de televisión, sin que Tip hubiera dado señales de vida, hacía su entrada, sin disculparse, como si tal cosa. "Sólo dos veces nos enfadamos seriamenteme confiaría Coll- y no diré cuáles, pero por mucho que nos separasen tantas cosas era difícil contrariarse para siempre con él. Nunca lo olvidaré. Sigo soñando con Luis, como si no hubiera muerto…".

Cuando Tip le confesó estar cansado de actuar juntos, siguieron coincidiendo con otros humoristas en el programa Protagonistas, de Luis del Olmo. Por divergencias con éste, Coll continuó por separado sus colaboraciones televisivas y en prensa. Pero ya no le fue lo mismo que en tiempos pretéritos. Tip murió en 1999, como recordábamos recientemente en un artículo dedicado a su memoria. En tanto Coll proseguía con sus comparecencias en la pequeña pantalla. Insistimos, sin el éxito de antes. Escribía textos con aforismos humorísticos, como ya había hecho en varios libros. Puede que lo más logrado de sus escritos fuera la novela El hermano bastardo de Dios, que un hijo de Paco Rabal llevó al cine como director. Un argumento amargo, de contenido autobiográfico. José Luis Coll era a veces, innecesariamente, algo desabrido. Solitario, lo contemplé alguna vez en madrugadas de discotecas y salas de fiestas, sentado en una mesa sobre la que colocaba a esas horas un termo, que llevaba desde su casa sita en las inmediaciones del estadio Bernabéu. Lo que ingería era, sencillamente, uno o varios consomés que le había preparado su paciente mujer, con los que aguantaba sus noches, entre copa y copa. Tocaba a menudo el piano. Fuera del hogar, le gustaba jugar al billar, cuya Federación Nacional presidiría unas temporadas. Se ufanaba en proclamar su dominio y habilidad en tal juego, y de haber disputado más de una partida con el entonces Presidente del Gobierno, Felipe González, a quien frecuentaba en "La bodeguilla" que éste se había mandado instalar en el palacio de La Moncloa. Algo olvidado, taciturno en sus últimos tiempos, se nos fue José Luis Coll, hace ahora siete años.

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