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Rosa Belmonte

Manual para mujeres de la limpieza

Un concejal del PP ha mandado a Colau a fregar suelos. Yo la prefiero de alcaldesa de Barcelona que limpiando mi casa.

Un concejal del PP ha mandado a Colau a fregar suelos. Yo la prefiero de alcaldesa de Barcelona que limpiando mi casa.
Ada Colau | EFE

Nadie ha mandado a Ada Colau a fregar. Yo si sé de un columnista hombre que suele mandar justamente ahí a una columnista mujer delante de otros. El concejal del PP en Palafolls (Barcelona) que ha dicho que en una sociedad seria Ada Colau "estaría limpiando suelos y no de alcaldesa de Barcelona" no hace más que mantener una tradición española. Esa en la que mandarte a fregar siempre parece peor que mandarte a la mierda. Es más, siempre da la impresión de que te mandan a fregar de rodillas. Si yo fuera Colau me ofendería más que me llamaran "descerebrada llena de odio". Ella ha contestado parafraseando al concejal: "En una sociedad sana ser alcaldesa y fregar suelos es compatible". Hombre, claro, ser mujer y fregar siempre ha sido compatible. Pero que sea muy aburrido. Nada de Cenicienta cantando. En el último anuncio de Cillit Bang, un chico limpia un taller enorme bailando al ritmo de ‘Maniac’, la canción de Michael Sembello. La de Flashdance. A ese tío me lo llevaba yo a mi casa, aunque el espacio que tendría para limpiar serían las paredes y techos que Fred Astaire patea en Bodas reales.

Si no contamos a la que se deslizaba en la mesa con el babero amarillo a modo de bayeta gigante ("Tú pasa el Pronto y yo el paño"), a las mujeres en la publicidad se las muestra limpiando sin que la cosa tenga ni puñetera gracia. Y este tío se lo pasa bomba dejando el taller como la patena. Qué injusta es la vida para las mujeres que limpian, alcaldesas o no.

En Amigos con dinero, Jennifer Aniston trabajaba limpiando casas. Al final acababa con el dueño de una, que, además, era insospechadamente rico. En casos así limpiar tiene algún beneficio más allá del salario. También lo tendría que haber tenido para uno de los últimos descubrimientos literarios. Pero no ha llegado a disfrutarlo. Es la americana Lucia Berlin, que nació en 1936 y murió en 2004. Pese a que había publicado algo, fue en 2015 cuando la editorial americana Farrar Straus and Giroux la dio a conocer publicando Manual para mujeres de la limpieza, una selección de cuentos. La vida de Lucia Berlin dio muchas vueltas. Vivió bien, muy bien, mal y regular. También bebió mucho. Cuando le fue mal trabajó de recepcionista, en la sala de urgencias de un hospital y como mujer de la limpieza (ella misma cuenta que era difícil conseguir empleo porque las empleadoras no querían a mujeres cultivadas, y encima era un bellezón a lo Suzanne Pleshette, aunque ignoro si tenía esa extraordinaria voz cavernosa). La limpieza no suele ser un tema literario. Pero Berlin habla de cosas comunes, de gente común, de buenas historias. De su vida. Y ahora muerta la comparan con Carver, Bukowski o Chejov, que nunca han sido señoras de la limpieza. Como tampoco lo ha sido Ada Colau, a la que prefiero de alcaldesa de Barcelona que limpiando mi casa. Me da la impresión de que sabe lo mismo de una cosa que de la otra. Seguro que me dejaba los azulejos churretosos.

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