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Remedios Amaya, una joven abuela con siete nietos

Cuando se recuerda la presencia española en el Festival de Eurovisión el nombre de Remedios Amaya

Cuando se recuerda la presencia española en el Festival de Eurovisión el nombre de Remedios Amaya
Remedios Amaya | Efe

Cuando se recuerda la presencia española en el Festival de Eurovisión el nombre de Remedios Amaya suele reaparecer en tales evocaciones retrospectivas, por lo común con toques de ironía y recochineo. Y es que en aquella aciaga noche de 1983 en Múnich la representante de TVE no consiguió ni un solo voto con la canción "Quién maneja mi barca", original de los hermanos José Miguel e Isidro Muñoz, hermanos del gran guitarrista Manolo Sanlúcar, en la línea de lo que entonces se etiquetó como techno-pop flamenco. ¿Hizo la artista el ridículo? No, rotundamente no. Pero muchos medios de comunicación se cebaron con ella de manera inmisericorde. Y su nombre tardó tiempo en salir a flote.

Han pasado suficientes años "de aquello" y Remedios Amaya dice que estará siempre agradecida a la dichosa barca; que por su participación eurovisiva, pese al resultado final, dejó de ser una desconocida. Una manera realista, sencilla, de no hurgar recordando lo inútil de ese pasado. La verdad es que si los planes de su casa de discos, entonces, que pretendían lanzarla como nueva estrella del flamenco-pop, se estrellaron ante la clasificación en el funesto certamen, en cambio en los circuitos del cante jondo supieron siempre "dar su sitio" a la gitana trianera que el próximo 1 de mayo cumplirá cincuenta y cuatro años.

Bien saben los buenos flamencos que esta cantaora racial tiene un enorme poderío en su garganta. Llevaba sin grabar un disco desde el álbum "Sonsonete", fechado en 2002. Y estrenada la primavera hemos tenido la satisfacción de reencontrarla en un magnífico disco, "Rompiendo en silencio", título adecuado para responder a su reaparición. Una cosa es que no tuviera la oportunidad de grabar, y otra de cantar, pues ella afortunadamente no ha dejado de mostrar su arte, año tras año, aunque muchos no se enteraran.

¿Qué tiene "Rompiendo el silencio"? Once títulos, a saber: "En un rincón del alma", aquella emotiva, inolvidable melodía con aire de bolero de Alberto Cortez; "Sin ti no puedo vivir", bellísima pieza sentimental de Carlos Cano; "Quiero amanecer con alguien", de la mexicana Daniela Romo; "Angelitos negros", que en la postguerra popularizara Antonio Machín; el "Lerele" del maestro Monreal que significó el primer éxito de Lola Flores, que aquí borda Remedios Amaya, y lo mejora; "Las ciudades", poco conocida ranchera del inmenso José Alfredo Jiménez; unos “Tangos de la Repompa”, la bulería de la propia cantaora que da título al disco, “Si a veces hablo de ti”, de Manuel Alejandro, “Tú tenías veinte años”, que lleva texto de Vázquez Montalbán, precioso, y una nueva versión, más flamenca que la original, de aquella denigrada “Quién maneja mi barca”.

Nos llega el sentimiento que pone Remedios Amaya en esas canciones tan diversas, a las que imprime su toque por bulerías o tangos; o simplemente el quejío de su voz, por encima del ritmo elegido. En una grabación donde aparecen instrumentos poco o nada habituales en el flamenco, como el arpa. Destaca el piano de Iván "Melon" Lewis, la guitarra de Diego del Morao, la intervención del consagrado Jorge Pardo con su flauta… Y nos enteramos de que una recordada artista de la copla y la balada, apartada hace años de la profesión, María Vidal, ha prestado su concurso en la selección del repertorio y en el asesoramiento a Remedios para su interpretación.

Así es que, sobresaliente vuelta a la actualidad musical de quien en realidad no se llama Remedios, sino María Dolores Amaya Vega. Cuando la conocimos, en sus comienzos, nos explicó ese aparente galimatías: "Los gitanos tenemos mucha fe en la Virgen de los Remedios, que está en Fregenal de la Sierra. Bautizada como María Dolores, mi madre no dejó de llamarme siempre con su mismo nombre, Remedios, y así me quedé". Hija de bailaor, "El Indio", y cantaora, nacida en un hogar muy humilde, Remedios Amaya ya le quitaba de niña los zapatos a su madre y se ponía a bailar en cualquier rincón de su casa o se iba al teatro con su progenitor y luego imitaba a los artistas que escuchaba. Su abuelo era hermano del padre de la legendaria Carmen Amaya. Con siete años se iba por las calles de Triana pasando el platillo tras ensayar gorgoritos flamencos y pasos de danza. ¡La de veces que los municipales la abroncaban…! A la escuela no iba, pues cuenta ella que la discriminaban por ser de raza calé. Así es que se crió como aquel que dice fuera de casa. A mitad de los años 70 estaba de moda el flamenco-pop. Y ella me confesaba que "me enrollo muy bien con ambas cosas, pues quiero sonar en las discotecas".

Y con dieciséis años, finales de esa citada década, presentó su primer disco en el "tablao" sevillano "Los Gallos", en pleno barrio de Santa Cruz, velada en la que estuve presente. Escribí entonces que la neófita cantaora tenía más sentimiento que técnica, pero también que era un diamante en bruto, que había que pulir, naturalmente. Ya brilla sabiendo lo que hace y sin haber perdido su garra juvenil.

Aprendió a leer y a escribir poco antes de acudir al festival de Eurovisión. Donde la obligaron a salir descalza, que ella predijo iba a traerle mal fario. Y encima el vestido que había elegido hubo de cambiarlo la víspera, pues le dijeron que el color rompía la estética decorativa del escenario. Ha sufrido, ha sabido esperar el momento para que se vuelva a hablar de ella. Ya no es "La india chica", como era llamada en su adolescencia, aunque no se enfada cuando alguien la moteja como "La Camarona de Triana", pues es comadre de aquel genio de San Fernando: se admiraban mutuamente. Lo que asimismo le sucede con Alejandro Sanz, con el que tiene pendiente un disco, cuando él tenga tiempo para brindarle algunas composiciones. El día que me interesé por su vida sentimental, pudorosa, sólo me dijo que andaba en amores con un payo malagueño. Tuvo una hija, Samara, que la ha convertido en joven abuela ya de siete nietos. Queda dicho que ha roto brillantemente su silencio.

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