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Carmen Martínez-Bordiú quiere ser marquesa de Villaverde

Se cumplen diez años de la tercera y última boda de Carmen Martínez-Bordiú.

Se cumplen diez años de la tercera y última boda de Carmen Martínez-Bordiú.
Carmen Martínez Bordiú | Cordon Press

Ignoramos dónde, y en caso de que lo haga, votará en las próximas elecciones generales del 26 de junio la ciudadana María del Carmen Martínez-Bordiú Franco. Y no es que nos preocupe tal circunstancia pero resulta que en las anteriores, las tan "traídas y llevadas" del 20-D, ella estaba empadronada en Torrejón de la Calzada. ¿Por qué? Pues porque en ese pueblo madrileño tiene domiciliada su residencia quien pasaba por ser su último gran amor, el chatarrero Luis Miguel Rodríguez, propietario de Desguaces La Torre, con quien convivía. Y ahora que esa, digamos, penúltima pasión (por no mentar la última, que dicen trae mal fario) parece que se ha debilitado en la pareja, donde suele habitar la otrora llamada "Nietísima" es en un elegante y amplísimo piso –de seiscientos metros cuadrados- situado en la madrileña calle de Velázquez, cuyo propietario es el amigo "Luismi", como ella lo llama en la intimidad. ¿Queda aún rescoldo en ese amor? Es posible, aunque Maricarmen ya ha dicho repetidas veces que les ha quedado una bonita amistad: se ven de vez en cuando, cenan, entran, salen… pero ya no es lo mismo que hace dos años y pico cuando no ocultaban su romance. Sin ir más lejos, el pasado domingo acerté a verlo almorzando en la terraza de un restaurante cercano al estadio Bernabéu en compañía de una estilizada joven morena. Tiene buen gusto "Luismi".

Precisamente estos días se cumplen diez años de la tercera y última boda hasta la fecha de nuestra protagonista, quien contrajo su segundo matrimonio eclesiástico, esta vez con el cántabro José Campos García el 18 de junio de 2006. Se habían conocido en la localidad de Cabezón de la Sal y allí surgió el "flechazo". Él, trece años menor que la novia. Aguantaron juntos hasta que en 2013 obtuvieron el divorcio. Periodo en el que, sobre todo ella, aumentó sus cuentas bancarias con sustanciosas exclusivas, a las que también se aficionó pronto el dicharachero santanderino. Y, como si tuviéramos a mano una moviola, echando la vista atrás, no nos cabe la menor duda de que la vida sentimental de la mayor de las nietas del General Franco ha sido intensa, variada con pasajes impetuosos, otros aburridos, divertidos, emocionantes… Nada corrientes.

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José Campos y Bordiú | Archivo

Capítulos de una vida que alcanzó en el último mes de febrero los sesenta y cinco años, desde que viniera al mundo en una habitación del Palacio de El Pardo, residencia entonces del Jefe del Estado. Y tras los primeros escarceos juveniles entra en su vida su primer gran amor: el jinete, campeón de hípica Jaime Rivera. Tipo resultón, guaperas, de eso que se llamaba "la buena sociedad madrileña", hijo de un adinerado empresario. Se conocieron en una fiesta en casa de los marqueses de Villamena. Este joven seductor, de veintitrés años (seis más que Carmencita, como se la conocía entonces) supo conquistarla, al punto que hasta hablaron de boda y de irse a vivir a la misma urbanización que él, en Villafranca del Castillo. Anecdóticamente, Jaime, que era un cachondo integral, llamaba incluso en público a su novia sólo por el apellido: "¡Eh, Martínez…!". A ella le hacía gracia. Nadie se había atrevido nunca a ello. Pero el Marqués de Villaverde no estaba conforme con aquellas relaciones y comentaba que aquel muchacho ni siquiera tenía título aristocrático para enlazar con la familia Franco. Total: prohibió terminantemente a su hija que saliera con él. Y Carmencita sólo se bajó de la nube al comprobar que su galán le ponía los cuernos con una dama belga que luego se convirtió en Duquesa al casarse con un noble español. Sus iniciales eran R.H.

Para que se repusiera del disgusto, el Marqués se fue de viaje a Brasil con su primogénita, donde tuvo un serio incidente con cierta señora, seguido de otro follón al llamar indios a los nativos del país. A su vuelta a Madrid, Carmencita se enrolló con un señor casado, Fernando de Baviera y Messía, de reconocida fama donjuanesca. Era Vicepresidente de la Federación Internacional de Automóviles, concesionario de la firma BMW, y sobre todo, primo segundo de don Juan Carlos de Borbón. Ejercía de "play-boy", al margen de su matrimonio con Sofía Cecilia Fugaroles y Arís, con quien tuvo una hija. La verdad es que aunque se hacía llamar Príncipe de Baviera, ni él ni sus hermanas podían ostentar tal título, y encima no eran de Baviera. Sin ser agraciado, el caballero en cuestión "se las llevaba de calle". Algo tendría… Y Carmencita cayó en sus brazos, rendidamente enamorada. No está muy claro si fue el propio abuelo de ella, el General Franco, quien tomó cartas en el asunto, rogando a don Juan Carlos que llamara la atención a su pariente y dejara en paz a la nieta. Otra versión que me llegó fue que el Marqués de Villaverde llegó a amenazar a don Fernando, quien se quitó de en medio, no sin causar con su razonable actitud un ataque de furia en Carmencita que, desolada, lloraba por los rincones de palacio como si fuera la Zarzamora de la copla. Y su padre entró de nuevo en acción, acostumbrado a lidiar con los tempestuosos amores de su hija, a quien invitó a pasar unos días de vacaciones… ¡en Estocolmo!

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El duque de Cádiz y Bordiú | Archivo

Previamente, el Marqués había llamado a nuestro Embajador en Suecia, don Alfonso de Borbón Dampierre, primo hermano de don Juan Carlos, quien albergaba íntimamente sus deseos de ocupar el trono, apoyándose en unos discutidos derechos sucesorios de su monárquica familia. Y los Villaverde se instalaron por unos días en la propia Embajada. Carmencita ya conocía a don Alfonso de cuando siendo niña y estudiando en Lausanne, coincidió un día en un cine con él y su augusta abuela, la Reina doña Victoria Eugenia de Battenberg. Hubo, tiempo después, una revista francesa, Point de vue, que especuló en 1966 con la posibilidad de que don Alfonso, nieto del último Rey de España, Alfonso XIII, se casara algún día con la nieta mayor del Generalísimo Franco. Y, ya ven: nuestros colegas dieron en la diana. No les voy a contar más sobre la relación de la pareja, que acabó como el rosario de la aurora. Todavía casados, en un crucero en 1979, conocieron a un maduro anticuario francés llamado Jean-Marie Rossi. Con este caballero celebraría sus segundos esponsales Carmencita, aunque le llevara veintidós años de diferencia, en 1984, dos años después de obtener su divorcio del Duque de Cádiz, (luego lograría la nulidad matrimonial) aunque ya convivían mucho antes de su desposorio. Dos hijos con don Alfonso (uno de ellos fallecido en trágico accidente), una niña con Rossi. Su papel maternal concluyó ahí.

María del Carmen Martínez-Bordiú acabó también cansándose del muy comprensivo y discreto anticuario, del que también se divorció. Para poco después de 1995 irse a vivir a tierras sevillanas con un atractivo arquitecto italiano llamado Roberto Federici, con quien no se casó, pero sí convivió hasta 2004. Nada menos que once años viviendo a su lado en una finca de Cazalla de la Sierra, en plena Naturaleza. Por supuesto que Carmen viajaba a menudo a Sevilla, donde era invitada a multitud de saraos. Sus exclusivas con la revista ¡Hola! eran frecuentes. Montó dos empresas, Ocnarf S.L. y Cazalla 18 de junio S.L., donde canalizaba sus ingresos por el lucrativo trabajo de explotación de derechos de imagen. Hay que reconocer que en esos negocios, Carmen es un lince. Por ejemplo, se embolsaba ¡cincuenta mil euros semanales! por participar en el año 2006 en el programa ¡Mira quién baila!. Y es que siempre ha sido mujer decidida, que como coloquialmente se dice se ha pasado por el arco del triunfo toda suerte de comentarios, dimes y diretes sobre su vida. Es de ella y tiene derecho a disfrutarla como le plazca.

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Con Luis Miguel Rodríguez | Archivo

Acabada su relación con el arquitecto es cuando dos años más tarde celebraría su ya comentada tercera boda con José Campos García. Y también acabó hartándose de él (imagino que igualmente a la inversa) para ilusionarse nuevamente ante un nuevo príncipe azul, el rey de la chatarra, de cincuenta y cinco años, ocho menos que Carmen. Se habló de boda –sería la cuarta para ella- pero aunque Luis Miguel Rodríguez ha terminado divorciándose de Asunción López Fernández, el industrial dice que le gustan mucho las mujeres y que no quiere complicarse la vida pasando otra vez por la vicaría o los Juzgados. Y Carmen Martínez-Bordíu se mantiene en plena forma. La hemos visto muy guapa en la Plaza de Las Ventas, siguiendo a sus dos toreros preferidos, Miguel Ángel Perera y Sebastián Castella. También luciendo tipazo en la comunión de su nieta, hija de Luis Alfonso y Margarita Vargas.

Entre sus deseos mantiene la reclamación que hizo en 2013 del título de Marquesa de Villaverde, que a la muerte de su padre pasó a manos de Francis, su hermano. No desea litigar con él. El título a ella puede que no le importe demasiado, pero lo solicitó pensando en su hijo. Y Carmen Franco Polo, su madre, piensa que cuando ella desaparezca, su hijo Francis, que también ostenta el Señorío de Meirás, recapacite y ceda ese XII marquesado. El patrimonio de doña Carmen se especula como muy elevado, mas prudente en su administración, poco dada a gastar el dinero alegremente, no desea despilfarrar por ahora su herencia. Tiene una envidiable salud y luce siempre un aspecto impecable, a sus casi noventa años, tras visitar de vez en cuando a expertos en cirugía facial.

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