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Xavier Cugat y sus cinco explosivas esposas

El músico catalán acostumbraba a enamorarse de sus cantantes femeninas.

El músico catalán acostumbraba a enamorarse de sus cantantes femeninas.

Se ha estrenado este mes de junio el documental Sexo, maracas y chihuahuas, sobre el que se pronunció oportunamente Andrés Arconada en su comentario crítico. En él se cuentan algunos pasajes de la agitada vida, artística y sentimental, del director de orquesta catalán Xavier Cugat. Me ocuparé de referir algunas de sus aventuras más celebradas. Nacido en Gerona en 1900, tenía apenas tres años cuando viajó con su familia a La Habana. El padre se exiliaba por motivos políticos. Pronto destacaría el hijo como niño prodigio del violín. Paso a contarles que con sólo dieciocho años celebró en la capital cubana la primera de sus cinco bodas: con una nativa de la isla, hija de padre catalán, de nombre Rita Montaner, que sería una popular estrella de la revista musical. Fue la primera voz femenina en cantar "El manisero". Esta mulata estrenó en Broadway el espectáculo "Una noche en España", bajo la dirección orquestal de su marido. La unión apenas duraría tres años. Parece que ella se envaneció demasiado y él prefirió darle el divorcio, harto de que en los últimos tiempos se le considerara "el marido de Rita Montaner".

Conoció luego a un bailarín sevillano, Eduardo Cansino que danzaba junto a su hija de diecisiete años, llamada Rita. La madre era irlandesa. Aquella muchacha, de nacionalidad norteamericana, ni era una gran bailarina ni tampoco excepcional cantante pero Xavier Cugat se fijó en ella y cual Pygmalion se dispuso a convertirla en estrella, comenzando por cambiarle el apellido, y así se convirtió en Rita Hayworth. Con ella intervendría en la película Martes orquídeas, al lado de Fred Astaire. No nos consta tuviera con ella ningún romance, pero es cierto que contribuyó a su lanzamiento como "sex-symbol". El músico catalán se enamoraba de sus cantantes femeninas, caso de Carmen Castillo, la mujer que más contribuyó a que aquel triunfara en los Estados Unidos con un repertorio netamente de canciones tropicales. Hay biografías, textos incluidos en Internet, donde se dice que Xavier Cugat contrajo matrimonio con Dolores del Río. Falso. Se confunde quien ello asevera. Ocurre que Carmen Castillo fue doble de la gran actriz mexicana mencionada. Precisamente ésta conoció de manera anecdótica al que iba a ser su futuro marido. Cugat era un gran caricaturista y colaboraba a menudo con algunas importantes publicaciones.

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Lina Romay | Wikipedia

Creyó un día estar ante Dolores en unos estudios de cine cuando en realidad era Carmen. Y así entablaron la amistad que culminaría en boda civil, la segunda de nuestro protagonista. Ella, hija de un industrial español, sería la nueva estrella del espectáculo que Xavier estrenó en el Waldorf Astoria neoyorquino, en el que incluía animadas sambas y rumbas, que pronto se harían muy populares en la capital de los rascacielos. Pero Carmen Castillo estaba acostumbrada a otro género: la ópera. La costaba interpretar aquellas canciones populares, como "Estrellita" y mucho más cualquiera de los ritmos latinos. Así es que su esposo se vio obligado… a despedirla. Tuvo que contratar a una mexicana, de nombre Lina Romay. Y Carmen, celosa y al verse desplazada por su sustituta, más joven y deslumbrante, acabó por pedir el divorcio.

En esa época, año 1935, un compositor se dirigió a Xavier Cugat demandándole ayuda para concluir una melodía, a la que deseaba incluir una instrumentación con sones hispanoamericanos. Quien ello solicitaba y al que su colega catalán atendió de buen agrado se llamaba Cole Porter y el tema en el que trabajaron juntos sería "Begin the beguine". Cugat era el símbolo de la música tropical en los Estados Unidos. Un hombre de mundo, mujeriego, acicalado, que usaba peluquín para librarse de su temprana calvicie. Pronto se consoló después de la espantaba de Carmen Castillo, cayendo en los brazos de una guapa modelo, Lorraine Allen, natural de Chicago, que acaparaba las portadas de las mejores revistas de modas. Entre los viajes de ella siempre alejada del músico y otras desavenencias, la tercera unión de Cugat con aquella belleza duró apenas tres años. Hay que contarles que Lorraine sería todo lo veleidosa que podamos imaginar, pero es que una noche, al regreso a un hotel de Chicago donde se hospedaba la pareja, después de un largo periplo, se encontró a su maridito en brazos de una excitante jovencita de dieciocho primaveras. Y resuelta a acabar con aquella situación convocó una rueda de prensa al día siguiente dando detalles de aquel escándalo. Pero, atención, ella no quería divorciarse así por las buenas. Quería sacarle a su marido hasta el último dólar que tuviera. En esas circunstancias Xavier recurrió a su buen amigo, Al Capone. El famoso "gángster", ya saben. Y éste le recomendó a su lugarteniente Bobsy Seagle que en menos de veinticuatro horas solucionó la papeleta. Al llegar a su casa Xavier Cugat encontró una llamada del abogado de su mujercita. Se avenía, de acuerdo con su representada, a firmar los papeles del divorcio, con las condiciones que quisiera el esposo.

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Abbe Lane y Cugat, en la boda | Cordon Press

Llegados a este punto deberíamos contar que aquella chavala que estaba en la "suite" del músico en paños menores, refocilándose mutuamente, no era otra que Abbe Lane, treinta y dos años menor que Xavier Cugat, cantante, bailarina "sexy" de alto voltaje. "La mujer que más he amado profundamente –diría él mucho tiempo después, ya divorciados- y a la que no pude retener. Con la que he soñado muchas noches, echándola de menos". Se casaron en 1950 y como en anteriores casos, la convirtió en estrella, comenzando por cambiarle el nombre, pues figuraba en su pasaporte como Abigale Lasman. Quince años estuvieron juntos. A España vinieron varias veces para actuar en salas de fiesta y en televisión. Los movimientos de caderas de Abbe Lane eran sumamente excitantes y su voz, profundamente sensual. Entre el divorcio de Lorraine Allen y la boda con Abbe Lane, Cugat formó pareja con la legendaria brasileña Carmen Miranda. Circularon chismes relacionándolos sentimentalmente, lo que él desmintió. Tampoco fue verdad que quisiera casarse con Lana Turner, aunque sí era cierto que mantenían buena amistad.

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Carmen Miranda y Cugat | Cordon Press

Era el año 1964 cuando encontrándose en Madrid buscando una nueva artista para su siguiente espectáculo le recomendaron a Cugat una chica murciana, rubia, que tocaba la guitarra y no desafinaba cantando. La muchacha respondía al nombre de Rosario Molina, era oriunda de Molina de Segura, y su repertorio era de copla española aflamencada. Por supuesto no hablaba ni papa de inglés. Parte de su familia asistía a aquella primera reunión. Cugat los convenció para llevarse con él a la joven a los Estados Unidos. Convinieron que la acompañara una hermana. Dijeron ser mayores de edad, lo que después resultó una mentira. El caso es que la murciana, a la que Xavier bautizaría como Charo Baeza, y luego simplemente Charo, se transformaría tras recibir clases de baile y canto y por supuesto de inglés, en una auténtica atracción, que triunfaría rotundamente en los Casinos de las Vegas. La sensualidad de esta mujer sorprendió al propio maestro, quien acabó por enamorarse de ella como un colegial, convirtiéndola en su quinta y última esposa en 1966, matrimonio que duró hasta 1978. Después de Abbe Lane, Charo Baeza fue su más amada mujer. En ese último tramo sentimental de su vida, Xavier Cugat ya iba alejándose de sus conciertos musicales, de sus espectáculos vistosos, su veintena de películas en las que intervino siempre como músico, sus centenares de grabaciones discográficas…Pero sabía buscarse bien la vida con la cría de chihuahuas, o llevando su nombre a marcas de una especie de turrón jugando con el nombre en inglés de este dulce, Nougat, y su apellido, Cugat, o de pipas y hasta de boinas vascas.

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Charo Baeza y Cugat | Cordon Press

Era un catalán auténtico, pese su acento cubano, que ejercía esa actividad mercantil. Y tras el divorcio de Charo, decidió dejar los Estados Unidos para siempre y afincarse en Barcelona. Eran los primeros tiempos de la Transición. Proyectó construir algunos Casinos en zonas costeras, que él hubiera dirigido, mas no contó con los socios pretendidos que arriesgaran los necesarios millones. Recelaban de él, al considerarlo un visionario. Trató de que el Gobierno de entonces, presidido por Adolfo Suárez, le aprobara alguno de aquellos negocios. Entre tanto ocupaba una habitación en el hotel Ritz, gracias a la generosidad de su director, que o no le cobraba o bien le pasaba una factura razonable. Porque aunque aquel genial personaje mantenía su dignidad, su posición económica no le permitía vivir como en tiempos pretéritos. Había ganado millones, pero solía decir que sus mujeres lo habían esquilmado. Sabido es que los divorcios en Estados Unidos, sobre todo entre gentes adineradas, cuestan por lo común a los maridos casi toda su fortuna.

No había renunciado Xavier Cugat a la pareja, y la mexicana Yvonne Martínez estuvo a su lado unos años, cuidándolo y siendo su compañera. Almorcé con ambos durante el transcurso de una edición del Festival de Cine de San Sebastián. Ella era una especie de secretaria y enfermera al mismo tiempo, quien en un aparte me confiaría que estaba harta de aguantarlo. El pobre tenía ya la salud resquebrajada, había sufrido algunos infartos y caminaba apoyándose en un bastón. En su afán por lanzar a otra estrella se empeñó en apadrinar a una joven paisana barcelonesa, Anna María Agustí, azafata del "Un, dos, tres…", que acabaría siendo conocida en la canción con el sobrenombre de Nina. Los últimos años de este irrepetible personaje los vivió con otra secretaria-enfermera, Carmen Padrosa. Xavier Cugat, que albergaba el sueño de llegar a centenario, tuvo que conformarse con vivir diez años menos, falleciendo en la Ciudad Condal el 27 de octubre de 1990.

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