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Los controvertidos amores de Antonio, el bailarín

Admitió que le gustaban los hombres, pero se acostó también con importantes mujeres.

Admitió que le gustaban los hombres, pero se acostó también con importantes mujeres.
Antonio, en una fiesta en 1960 | Corbis

Veinte años se han cumplido de la muerte de Antonio Ruiz Soler, conocido simplemente como Antonio en el mundo de la danza. Nuestro Nijinski nacional. Un genio por sus sensacionales coreografías y su arte como excepcional bailarín que, pese a su impecable historial, pasó de la fama al infierno en el último tramo de su vida. Injustamente preterido, olvidado incluso, recibe estos días en el madrileño teatro de la Zarzuela un tardío homenaje que le brinda el Ballet Nacional de España, dirigido por Antonio Najarro, donde se evocan algunas de sus más brillantes creaciones, como el Zapateado, de Sarasate, y El sombrero de tres picos, de Falla. Lo triste es que algunas de las actuaciones programadas hayan tenido que suspenderse a causa de la huelga de la compañía, lo que ha reducido y ensombrecido el evento.

Conocí al personaje. Iracundo cuando se acercaban algunos de sus estrenos y gritaba fuera de sí a su cuerpo de baile. Pero exquisito fuera del escenario, siempre correcto y amable cuando me recibía en su casa de la calle de Padilla, 45, en su estudio de la calle de Coslada o en alguno de los camarines de los teatros donde actuaba, por lo común el antes citado de la Zarzuela. Su condición homosexual, que naturalmente jamás se mencionaba en ningún medio periodístico en aquellos años, era empero públicamente conocida y desde luego asumida por él. Por eso me sorprendió cuando un día me habló de una mujer, una cantante, Conchita, de la que estuvo muy enamorado. A lo largo de su vida vivió pasiones tanto con varones como con hembras.

Recorreremos, siquiera escuetamente, ese mapa sentimental de Antonio, quien por supuesto admitía que le gustaban los hombres, pero se consideraba bisexual. Hacia 1936, formando parte del espectáculo de Los Chavalillos Sevillanos, él con quince años, ella con diecisiete, hicieron el amor por vez primera cuando, embarcados en el vapor Florida, se dirigían a Argentina. La madre de la chica consideraba que Antonio era poca cosa para su hija. Consiguió que ella rompiera aquella romántica relación. Se llamaba Conchita Martínez, la que estrenó Romance de la Reina Mercedes y otras conocidas coplas, quien luego se casó con un millonario chileno con quien tuvo una hija, para más tarde contraer otro matrimonio con el torero Raúl Acha (Rovira), padres del que fue popular cantante mexicano Emmanuel.

Antonio, desolado por la ruptura con dicha cantante, combinó en aquellos finales de los años 30 y los 40 tanto relaciones masculinas como femeninas. De las primeras, con un adinerado colombiano, Pablo Rocha. En Caracas se lió con la bailarina Pimpa Crespo. Estando en Cuba, una jovencita llamada Mona lo estuvo persiguiendo con la pretensión de casarse con él. Otros romances: con la actriz María Luisa Cea y la embajadora de Brasil en México, Olga L. de las Rosas, ambas mayores que él. Y entre una y otra, un caballero casado y padre de dos hijos, Carlos R. Mafra de Laet se volvió loco por nuestro bailarín.

Eso sucedía en 1940. Estando hospedado en el Waldorf Astoria neoyorquino se citaba con un acérrimo admirador que iba a verlo actuar todas las noches regalándole relojes, sortijas, pitilleras de oro… y hasta un coche: se trataba del príncipe hindú Abbinash Darhu. Mantuvieron una prolongada relación sentimental. Y allí, en la capital de los rascacielos, otro día se le apareció el prestigioso director de orquesta Leonard Bernstein, con quien Antonio vivió una corta amistad íntima. Y como el artista sevillano se prestaba a todo, se encamó con la starlette Ella Logan y asimismo con la vocalista de orquesta Ramsey Ames (que luego vendría a España contratada por Radio Madrid), a quien conoció rodando juntos en 1946 la película Panamericana.

Ya de regreso a España, en 1949 conoció en el hotel Palace, de Madrid, a Carlos Rúspoli y Caro, Duque de Sueca, Grande de España, que también ostentaba los títulos de Duque de Alcudia y Conde de Chinchón. Se enamoraron apasionadamente hasta el fallecimiento del aristócrata, que mucho lloró Antonio. Para comprender su actitud, recojo una frase al respecto de su controvertido proceder: "He seducido a las mujeres y he despertado ternura en los hombres".

Estando en Londres, en 1952 se relacionó sentimentalmente con la modelo inglesa Joan North. Y al año siguiente, en Madrid, vivió un intenso idilio con quien había sido amante del cuñado de Franco, Ramón Serrano Súñer, María Sonsoles Icaza y León, Marquesa de Llanzol. Una dama elegantísima con quien a menudo viajaba a París para asistir a desfiles de modas. Un día la piropeó así: "¡Eres la Torre Eifell hecha mujer!". Lo anecdótico en esa historia es que, años más tarde, Antonio no pudo resistirse a los encantos de una hija de la Marquesa, Carmen Díez de Rivera, cuando ella regresó de una temporada en África, en unas misiones, adonde había viajado para superar el trauma que le causó haber sido novia… de un hermano suyo (fruto de las relaciones de su madre con Serrano Súñer). Antonio le propuso matrimonio y a punto estuvo de llevar al altar a quien tiempo más adelante sería Musa de la Transición en su papel de jefa del Gabinete del primer Presidente de la democracia, Adolfo Suárez.

Probablemente, muchos de los que lean estos comentarios se pregunten qué hay de verdad -o de leyenda- en tales recuerdos. Lo único que puedo afirmar es que así lo contó el propio bailarín. ¿Por qué no creerlo? Sus aventuras y hazañas amorosas no le añadieron publicidad a su carrera artística. Y, además, tales historias nunca se publicaron en su tiempo en los periódicos y revistas; si acaso, algunas fotografías acompañadas con textos nada comprometedores.

Siguiendo con su relación con la Marquesa de Llanzol, que acudía al domicilio del bailarín en la antes citada dirección de Padilla, 45, ésta se sintió celosa cuando se apercibió que allí se reunía su enamorado nada menos que con la Duquesa de Alba. La relación del bailarín con la Duquesa la dio a conocer él en un libro autobiográfico y después en la revista ¡Hola!, aunque en esta última publicación disfrazase el nombre de Cayetana por el de María Teresa. Caro le costaría a Antonio, y a quien transcribió sus confesiones y a la editorial, aquel volumen.

La verdad de su vida, que luego se reeditó años más tarde, aunque parte de la tirada se retiró de la circulación por orden judicial. Otras mujeres importantes fueron añadiéndose a la leyenda amatoria del sevillano, como Vivien Leigh, que lo llevaba en su Rolls Royce a su casa londinense de Eaton Square, 54. Ava Gardner tuvo más de un encuentro con Antonio, bien en el madrileño hotel Hilton o en el Alvear Palace de Buenos Aires, compartiendo lecho según contaba él. Eso sucedía hacia 1955. También Gina Lollobrígida estuvo en los brazos del bailarín, por ejemplo una noche compartida también con Manuel Benítez El Cordobés en el chalé marbellí de Antonio, los tres empapados de alcohol en aquel mènage a trois, que dicen los franceses.

Y volviendo a sus ligues varoniles, uno con Van Johnson, el pecoso galán norteamericano, que lo pasó muy bien acostándose con nuestro compatriota en la casa que éste había alquilado frente a los almacenes Harrod´s de la capital británica. En sus infinitos viajes, encontrándose Antonio en el hotel Du Palais de Biárritz, se le insinuó nada menos que el Duque de Windsor, estando ya casado con Wallis Simpson. Lo que sorprende, cuando todo el mundo se enteró de que el entonces Príncipe de Gales renunció a seguir ciñéndose la corona inglesa, muy enamorado de la mentada dama norteamericana, divorciada, con la que se unió ante la incredulidad y pasmo de sus súbditos. O sea que al Duque, por lo visto, le gustaba también probar el otro sexo, aunque no llegó a llevar al lecho a Antonio.

Ya en los años 60 de la pasada centuria, nuestro protagonista se prendó de los encantos de Marisol, con quien rodó en 1964 La nueva Cenicienta. Hasta llegó a manifestar en Londres durante una rueda de prensa que estaba decidido a casarse con la malagueña. Pero los Goyanes disuadieron a su artista exclusiva de llevar a cabo semejante dislate. También aparecían muy contentos en las páginas de las revistas de sociedad Natalia Figueroa y Antonio, aunque a mí siempre me dio la impresión de que si hubo realmente complicidad amorosa entre ambos fue más bien de carácter platónico. Cuando irrumpió Raphael en la vida de la nieta del Conde de Romanones, el bailarín se retiró discretamente aunque mantuvo la amistad con la pareja.

De sus últimos romances conocidos el que vivió junto a la desinhibida actriz Linda Christian, ex de Tyrone Power y amante de Edmund Purdom, que solía aprovecharse del talonario de cheques de sus conquistas. Se instaló un día en el chalé de Antonio en la Costa del Sol y no había manera de que se fuera. Organizaba cenas, fiestas, a costa del bolsillo del bailarín que, aunque se acostara con ella, acabó harto de su presencia. Llegado el momento de interrumpir el listado de amores de Antonio coincidirán conmigo en que de ser ciertas todas las aventuras reseñadas, que fueron sólo una parte, las más conocidas, tuvo una vida muy animada. Lástima que en sus últimos años de vida retirado en su chalé de las afueras de Madrid, San Miguel, en La Florida, terminara en silla de ruedas, pues sus pies ya no le obedecían; él, que tantos gloriosos pasos de baile dio por los más grandes escenarios del mundo.

En Chic

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