Menú

A Camarón lo mató el tabaco

Pendiente está la apertura de su Museo en San Fernando.

Pendiente está la apertura de su Museo en San Fernando.
Camarón de la Isla | Archivo

Cuando José Monge Cruz, Camarón de la Isla, falleció en Badalona el 2 de julio de 1992 hubo muchos que creyeron que su muerte se debía al consumo de drogas. La verdad es que al mítico cantaor lo mató el tabaquismo. Una droga, por supuesto, pero no de aquellas otras sustancias que consumiera tiempo atrás. Pocos meses antes, justo el día de San José, Dolores Montoya (La Chispa), su mujer, recibió el diagnóstico del doctor Agustí Vidal en la clínica Quirón de Barcelona: "José padece un cáncer casi imposible de ver por la cantidad de nicotina que tiene en los pulmones. Por eso no se lo han diagnosticado los médicos que lo han visto antes. Le queda poco tiempo de vida". Y se cumplió el fatal pronóstico. Aunque el citado oncólogo le previno que irse a los Estados Unidos resultaría inútil para curarlo, la esposa de Camarón acudió a la Clínica Mayo de Rochester, estado de Minnesota, acompañada de una sobrina de José y de un amigo de éste, José Candado, que había sido asiduo acompañante del cantaor en los últimos siete años. Ni siquiera llegaron a operarlo: tan sólo le aplicaron dos sesiones de radioterapia.

De regreso a España lo único que pidió Camarón fue ver a sus hijos, así es que la comitiva marchó hacia La Línea de la Concepción, donde permanecerían una veintena de días. Paco de Lucía se interesó vivamente por el estado de su amigo y compañero, insistiendo a La Chispa si precisaba de algo que él pudiera remediar. Camarón, en su estado, presentía que algo grave le pasaba y por eso insistió a su mujer que había que poner en claro cuánto tenían para que ni ella ni sus hijos pasaran penurias si él se iba de este mundo. Ahí es cuando se produjo el lamentable malentendido con Paco de Lucía, porque la familia del cantaor pensaba que en la SGAE habría un dineral en concepto de derechos de autor que le corresponderían. Lo cierto es que él apenas si registró, con su nombre, unos pocos de sus muchos cantes. Era el padre del guitarrista, amén de algún otro letrista, quien en verdad habían firmado la mayor parte del repertorio de Camarón de la Isla.

Acabadas aquellas vacaciones, las últimas que el artista pasó en su tierra, se marchó junto a su mujer a Badalona. Fue ingresado en el hospital Germans y Trías, donde lo sometieron a penosas sesiones de quimioterapia. Cómo sería su adicción al tabaco, que apenas sin fuerza, con las huellas de la muerte en su famélico y blanquecino rostro, se levantaba a duras penas de la cama para pedirle a su amigo del alma José Candado que lo llevara al servicio. Y allí compartía con él un cigarrito, tras desprenderse de la máscara de oxígeno que debía usar permanentemente. A su habitación llegaron un día unos pastores de la Iglesia de Filadelfia. Protestantes, claro. Pero Camarón no estaba para rezos. Nunca fue especialmente piadoso, ni se planteaba ir a Misa. Lo único fervoroso en él era acudir a las procesiones en Semana Santa del Nazareno, una cofradía a la que tenía especial devoción. Y la vida acabó para él poco antes de las siete de la mañana de aquel 2 de julio, hace ahora veinticuatro veranos. Tenía sólo cuarenta y un años y los flamencos lo tenían considerado el más grande, genial y revolucionario de los cantaores de su tiempo. Su entierro fue multitudinario, como destacada también la atención que le prestaron los medios de comunicación. Emotivo mensaje fue el que recibió un día la familia Monge enviado desde Rochester, la clínica norteamericana donde fue tratado. Se trataba de media hoja de un bloc, escrita por Camarón dificultosamente, llena de faltas ortográficas ( había aprendido a escribir y a leer tarde y mal) en donde expresaba que "es muy bonita la vida y tú tienes que fortalecerte y tener completa fe en Dios y en ustedes mismos".

estatua-camaron-isla.jpg
Estatua a Camarón en San Fernando | Alamy

Pero, ¿cómo era José Monge Cruz, fuera de los escenarios? Fundamentalmente, muy tímido, como pude comprobar en la única ocasión que estuve a su lado: unos minutos en los que apenas farfulló dos o tres síes a mis comentarios. Como cuando hablamos con un niño de tres o cuatro años que no nos conoce. Vestía muy bien, ya siendo artista consagrado: la ropa se la hacía a medida. Y además elegía buen calzado, zapatos italianos, y botas camperas. Iba, por ejemplo, a encargárselas a Curro, un zapatero de San Fernando y mientras le tomaba medidas él le tocaba la guitarra o ensayaba algún cante. Llegando a casa, abría el buzón y no prestaba atención a las cartas que recibía, muchas de las cuáles las tiraba. Y acaso eran documentos importantes, propuestas de trabajo. Se ganó una justa mala fama de irresponsable, al no acudir a actuaciones en las que estaba anunciado. Ocurría que su representante, Pulpón, le firmaba contratos a porrillo, aunque se cubría las espaldas diciendo a los empresarios que no podía responder si el artista tendría o no ese día ganas de cantar. Cierto es que Camarón le decía: "Si tengo ganas, voy…" Un bohemio, que no reparaba en el dinero, y que precisamente por esa actitud dejó de ingresar muchos miles de pesetas en su cuenta corriente. Ese citado representante lo disculpaba así: "Es que José va a donde le sopla el viento". Y a veces, como ocurrió en el Palacio de los Deportes de Madrid durante unas fiestas de San Isidro, recuerdo que estando lleno el recinto y con gran número de invitados de los medios informativos se permitió irse del escenario a los veinte minutos de salir. Y ya no volvió ni nadie dio explicación alguna de su espantada. En eso era como un Rafael el Gallo del cante.

Algunas veces, según supimos leyendo un precioso libro biográfico escrito por Alfonso Rodríguez, magníficamente documentado (La Chispa de Camarón) el cantaor volvía a alguno de esos lugares y cantaba gratis. No le importaba salir el primero o el último, si compartía programa con más artistas. Y eso sí: en días en los que estaba más inspirado se entregaba por completo al respetable. Tenía una rareza: se clavaba las uñas en la palma de las manos cuando parecía extasiarse con sus cantes. De ahí que a veces sangrara, cuando no al cabo de cierto tiempo quedaban encallecidas. Manos con las que llevaba el compás como muy pocos y así, más de una vez, en la Venta de San Fernando sólo necesitaba una mesa sobre la que apoyaba sus nudillos para acompañarse con su privilegiada garganta. Era un genio, no cabe duda.

Supersticioso, lo era. Como el gitano torero antes citado. Y si al llegar a un sitio donde tenía que cantar algo no le gustaba –no digamos si se cruzaba con un gato negro- salía despavorido y ya nadie le echaba el guante. Como leía con evidente dificultad y tampoco es que lo hiciera a menudo, le traía al pairo cuanto escribían sobre él; ni siquiera los críticos musicales, a los que llamaba "flamencólicos". Si alguno de su entorno le pedía alguna explicación al respecto, él aseguraba que ninguno sabía de verdad flamenco. "Para eso, hay que saber cantar". Se dice que al único al que respetaba era al escritor y poeta –ya desaparecido- Félix Grande, íntimo amigo de Paco de Lucía, sobre el que mucho escribió. Y nunca se sentía contento de cómo había ido su actuación. Perfeccionista siempre. Comentaba a los suyos que podía haber estado mejor. Nunca hablaba mal de los compañeros.

El nombre de Camarón de la Isla no se ha apagado. El Ayuntamiento de San Fernando adquirió la casa natal donde vino al mundo el artista, vivienda modesta situada en un patio que compartió en su infancia, adolescencia y juventud con sus vecinos, en la calle del Carmen, 29. Hace unos meses, rehabilitado el edificio, se abrió al público. Una silla de anea y un clavel presidían la entrada en donde viviera José. Lo que falta ahora es que se inaugure el Museo prometido por las autoridades de su pueblo natal, al que él llevó siempre en su corazón. Y en su identidad:… de la Isla… de la Isla de San Fernando, provincia de Cádiz. Será el año próximo, cuando se cumplen veinticinco años de su muerte. Un Museo que albergará muchos recuerdos del inolvidable cantaor.

En Chic

    0
    comentarios