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Las penurias económicas de la viuda e hija de Manolo Escobar

La viuda y la hija de Manolo Escobar pasan dificultades. Él se arruinó por avalar a unos socios en un fallido negocio. 

La viuda y la hija de Manolo Escobar pasan dificultades. Él se arruinó por avalar a unos socios en un fallido negocio. 
La esposa e hija de Manolo Escobar | Cordon Press

La vida de los personajes públicos, aquellos que aparentemente triunfan, por ejemplo, en el mundo del espectáculo, está sujeta a veces a inesperados golpes del destino que llevan a un cantante millonario como lo fue un día Manolo Escobar a la más completa ruina. El 24 de octubre se cumplirán tres años de su muerte, cuando contaba ochenta y dos. La noticia causó infinito dolor a los muchos seguidores que contaba en toda España. Gentes que lo tenían por hombre sencillo y honrado, que lo fue, amén de popularísimo intérprete de coplas.

Lo que desconoce la mayoría de sus admiradores es que Manolo Escobar llegó arruinado al final de su existencia, después de haber trabajado duro, arriesgando cuanto iba ganando en sucesivos espectáculos. Un oscuro negocio en el que tomó parte en una fábrica de pantalones lo llevó a esa situación final y hubo de seguir cantando los últimos años de su vida para ir pagando sus deudas y alimentar a su familia, claro. Desde entonces, Anita Marx, su viuda y la hija que adoptaron, Vanessa no han tenido más remedio que echar manos de la colección de pinturas que había ido adquiriendo Manolo, desprendiéndose poco a poco de ellas, para ir subsistiendo. Porque el cantante no les dejó otro capital en herencia.

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Escobar y su hija Vanessa | Archivo

Manolo Escobar coleccionaba cuadros por verdadera pasión, como contaba su sobrino, Gabriel García Mármol, que era su representante, y conocía sus gustos y sus debilidades. Contaba éste último que en ocasiones debía ir al banco y extraer importantes cantidades, incluso a débito, con tal de que a su tío no se le escapara la pintura de un artista importante que iba a subastarse. Ya no cabían tantas obras en el chalé de Benidorm, "El Porompompero", y tuvieron que guardarse muchas de ellas en un almacén. Desde luego, casi se amontonaban en sus paredes. Pero así era feliz el cantante, contemplándolas con arrobo. Presumía de su buen ojo a la hora de elegir una pieza, de creer en un artista joven, que después se revalorizaba; por ejemplo, Míquel Barceló. Claro que asimismo reunió creaciones de los muy relevantes Gordillo, Antonio Saura, Tápies, Equipo Crónica… Logró adquirir "un Zuloaga". Y aunque él no quiso corroborármelo, me consta que su joya predilecta, al menos la más cotizada, su tesoro, era un cuadro de Joaquín Sorolla. Me contaba un día Manolo Escobar cierta estrategia que fue aprendiendo con el tiempo cuando asistía a las subastas de las más importantes salas. Siendo un personaje tan conocido podía perjudicarle su presencia a la hora de pujar por alguna pieza. Trucos de ese excitante mundo. Así es que se servía de amigos o utilizaba el teléfono, manteniendo el anonimato, con el fin de no pagar más de la cuenta.

Lo que no sabíamos, y nos enteramos por su sobrino, es que en tres ocasiones se exhibieron al público parte de las obras que coleccionaba. Se sucedieron dos exposiciones en 2007, en Ejea de los Caballeros y en el Monasterio de Veruela, provincia de Zaragoza ambos sitios, y la tercera en 2012 en el Centro de Arte de Alcobendas (Madrid). En esta última se editó un catálogo, en el que Manolo explicó su faceta de coleccionista de arte a través de los siete pecados capitales. Empezaba diciendo que cuanto de pintura había reunido "nunca pretendió ser una inversión, aunque afortunadamente ha terminado siéndolo". Padeció la envidia el día que firmó contrato con una multinacional del disco por diez años y supo que el presidente de esa compañía era poseedor de "un Antonio López". "¡Te lo cambiaría ahora mismo por "Mi carro!", le espetó. Sobre la gula, siguiendo esa comparación pictórica y el pecado, escribía de sus excesos, a veces irracionales, llegando a pasar a varias galerías cantidades fijas mensuales para garantizarse una adquisición, en ocasiones gracias a pólizas de crédito, hasta que tuvo que parar aquel desenfreno por espacio de dos años.

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Capilla ardiente del cantante | Archivo

Acerca de la pereza: confesó no ser un coleccionista ordenado ni tampoco disciplinado. Fue presa de la ira aquella vez que habiendo comprometido una compra en cierta prestigiosa galería, un ayudante del dueño no la respetó, dándosela a otro cliente, que desencadenó en el cantante una reacción desagradable. ¿Lujuria? La mañana que en el Museo D´Orsay, de París, quiso fotografiarse ante una obra de Courbet, el desnudo "El origen del mundo". Vamos con la avaricia: cuando regateó con el propietario de "El coleccionista", galería del escritor Manuel Vicent, acerca de dos cuadros, un Bores, un Genovés, y luego se arrepintió de no haberlos comprado. Por último, la soberbia, de la que se acusaba, vanidoso, cuando tenía oportunidad de mostrar a sus amigos cuanto albergaba de pinturas en su residencia.

Llegado el año 2002 Manolo Escobar tuvo que someterse a varias intervenciones quirúrgicas a causa de su delicado corazón. Su esposa, ante el incierto futuro que ya entonces vislumbraba en su hogar, sabedora de que la cuenta corriente familiar no era boyante, decidió vender a la Fundación Lladró aquel cuadro de Sorolla, que hemos citado líneas atrás: "La primavera". Lo primero, era hacer frente a los gastos clínicos que se habían presentado. Dándose la circunstancia de que tal obra la había adquirido ella en su día, por propia iniciativa, consciente de que era un regalo que su marido apreciaría en lo más alto.

Pero ¿por qué los Escobar habían llegado a una delicada situación económica si el cabeza de familia se pasó cantando muchos años, ganando una fortuna? Por su desastrosa decisión cuando aceptó avalar a tres socios en un negocio textil, una fábrica de pantalones que terminó en la quiebra. Eso llevó a Manolo Escobar al trance de hacer frente ante trabajadores y proveedores con su propio capital. Sé la historia, pues publiqué en exclusiva la ruina en la que se desenvolvía el popular artista almeriense. En 1980 lo había perdido todo. Fueron trescientos ochenta millones de pesetas, incluidos cuantiosos intereses bancarios, a los que tuvo que hacer frente. Deuda que mantuvo hasta darla por satisfecha el año 2000, gracias a un préstamo de su hermano Salvador, a quien tuvo que abonarle lo cedido prácticamente hasta 2014, cuando ya había fallecido el cantante. Para enjugar todas aquellas elevadas pérdidas, a Manolo Escobar no se le ocurrió otra cosa que tomarse aquella puñalada del destino con todo el realismo y crudeza que ello le exigía: de nada le valdría tomar venganza contra aquellos desaprensivos socios que lo habían engañado; precisaba tener la cabeza en su sitio y empezar de nuevo, como cuando en 1956 comenzó con sus hermanos su carrera profesional en Barcelona. Y es lo que hizo, aceptando cantar allí donde lo contrataban para ir ganando lo suficiente, que le permitiera, poco a poco, ir rebajando la deuda. No era tampoco un hombre que malgastara su dinero, como pudimos comprobar. Más bien siempre fue un poco de aquellos de "la cofradía del puño cerrado", que a la hora de invitar, "se hacía el longuis". No tenía otra pasión que la de la pintura, ya ampliamente comentada, y la de rellenar quinielas, lo que alguna vez le proporcionó alguna alegría económica. Y Anita, su mujer, no se extralimitaba a la hora de elegir sus vestidos, que solía confeccionarle en exclusiva nuestro común amigo, el fallecido modista Antonio Capell.

Manolo y Anita fueron afortunados con la hija que adoptaron, Venessa, que cuenta ahora treinta y ocho años. Licenciada en Ciencias de la Información, probó también suerte como bailarina y actriz. El ballet tuvo que dejarlo por una lesión que sufrió en sus rodillas a los dieciocho años. Estudió clases de interpretación en la escuela de Cristina Rota. Y estrenó en 2015 un musical sobre la vida de su padre, al que sigue echando de menos. Conoció a un arquitecto de Orense llamado Esteban con quien convive felizmente desde hace veintiún años, siendo padres de una niña, Marta. La viuda de Manolo Escobar nunca quiso dejar el chalé "El Porompompero", de Benidorm. Allí pasó muy felices horas con su marido. Y allí, en el jardín, reposan las cenizas del hombre que amó. Un hombre íntegro que hizo felices con sus canciones a millones de españoles y que hizo frente a la cuantiosa deuda que lo arruinó hasta que pudo pagar el último euro, cuando ya la muerte le avisaba y él era consciente que se le acababa la vida.

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