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Muere Agustín Trialasos, un grande de la prensa del corazón

Ha muerto Agustín Trialasos, uno de los pioneros de la prensa del corazón en España. 

Ha muerto Agustín Trialasos, uno de los pioneros de la prensa del corazón en España. 
Agustín Trialasos, con Pepe Sancho | Europa Press

Entre la entonces no muy nutrida tropa de reporteros especializados en la llamada "prensa del corazón" de mediada la década de los 60, comenzó a destacar la firma de Agustín Trialasos. No se etiquetaba entonces así a los semanarios que prestaban atención en sus páginas a los acontecimientos sociales: noviazgos de personajes conocidos, bodas, bautizos… Pero el término hizo fortuna y luego se amplió con acepciones similares, como prensa rosa. En realidad no era sino una derivación de lo que en el siglo anterior hacían los llamados cronistas sociales.

Agustín Trialasos era natural de un precioso pueblo extremeño, Villanueva de la Vera, en las merindades del Valle del Jerte, desde donde se vino a Madrid. En su primera juventud quiso ser actor: lo ayudaba a sus pretensiones su atractiva figura y, como tal, hizo un papelito en la primera película de Rocío Dúrcal, en 1962, Canción de juventud, junto a Pedro Osinaga y otros futuros galanes, que entonces empezaban. Pero Agustín Trialasos se desengañó de sus sueños y animado por otros compañeros decidió convertirse en reportero de prensa. Sus primeros reportajes vieron la luz en la agencia Sunc, donde ya trabajaba el luego tan brillante rostro de la televisión Alfredo Amestoy. Tras foguearse en aquella redacción por la que desfilaron muchos alevines del periodismo, situada en la madrileña plaza de España, Agustín Trialasos encontró su definitivo puesto en Diez Minutos, que es donde desarrolló toda su brillante ejecutoria profesional durante más de veinticinco años, hasta las puertas del nuevo siglo, que es cuando se jubiló.

Unos cuantos miles de reportajes avalaron su constante trabajo como entrevistador de celebridades del mundo del espectáculo y testigo de acontecimientos sociales de relieve. A veces firmaba sólo con su apellido. Al ser éste nada común, probablemente el único que había en España (era hijo único, de padre griego), era fácil que lo identificaran. Y decir Trialasos en los medios frecuentados por él no podía nunca ser objeto de confusión. Su simpatía natural, además, le servía de excelente tarjeta de presentación, así como su prestancia física. Será una frivolidad lo que digo, pero entre los compañeros de aquellos años siempre fue el que mejor vestía, elegantemente siempre, fuera o no deportivamente o de etiqueta. En el fondo tal vez se seguía sintiendo un galán cinematográfico.

Tenía una gran facilidad para "hacer amigos". Conocía a "todo el cine español" y a su vez, era correspondido, extendiendo su lista de personajes afines entre la todavía llamada buena sociedad y el mundillo de la música y afines. Rocío Jurado era una de sus íntimas. Y Massiel. O Paquita Rico, Carmen Sevilla y un larguísimo etcétera que comprende la interminable nómina de actores y cantantes. Además, amplió su actividad más adelante como agente artístico de algunos de ellos, sobre todo dos: María Kosty y Valentín Paredes. Éste último era su entrañable compañero. Cuando murió Pepe Sancho, allí estaba Trialasos para dar el pésame a su viuda, pues era otro de sus mejores amigos.

Entre tantos años de trabajo como colegas, viéndonos a diario frecuentemente en ruedas de prensa, cócteles, estrenos, bodas o entierros, trato de recordar alguna anécdota divertida. Por ejemplo, me viene a la memoria una noche en Oviedo, cenando en el hotel donde ya estaba descansando Carmen Sevilla, después de una agotadora jornada rodando La loba y la paloma, año 1973. Él estaba con su habitual compañero fotógrafo, Antonio Cuenca. En total, éramos cinco los reporteros. Un camarero nos avisó que Carmen nos esperaba en la habitación. Hasta allí fuimos. Bromeamos con ella: ¿Y si tus admiradores y nuestros lectores se enteraran que estamos en tu dormitorio, Carmen? Uno a uno, vestidos, naturalmente, nos hicimos una fotografía dentro de la cama de la estrella. Al regresar a Madrid, pedí a Cuenca que me diera la fotografía que inmortalizaba aquel momento. Decepción: no había introducido el carrete en la cámara. Trialasos y yo nos reíamos cuando recordábamos aquella escena.

En París, fuimos con otros dos colegas los únicos periodistas españoles acreditados para entrevistar a Barbra Streisand, con la prohibición de fotografiarla. Agustín, cuando iba solo, sin fotógrafo, solía llevar alguna cámara. Con su "instamatic" pudo conseguirme una imagen junto a la gran estrella, una vez que la convencí para ello. Siempre fue un buen compañero. Estando en el hotel Alfonso XIII, de Sevilla, logramos que Helmut Berger nos recibiera en su suite junto a dos o tres colegas más. El "bello" y andrógino galán, que fuera amante de Luchino Visconti, estaba vistiéndose de esmoquin y no atinaba a hacerse el nudo de la pajarita. Nos pidió ayuda. Y el único que al fin salvó la situación, fue Trialasos. Roto el hielo, el irascible actor, que rara vez concedía entrevistas, se explayó un rato con nosotros.

La víspera de la boda del duque de Huéscar, primogénito de la duquesa de Alba, mientras desayunábamos en una cafetería junto a la Giralda, acertó a vernos por los cristales, desde la calle, Nati Abascal; pasó a saludarnos y gracias a que Agustín la conocía mejor que yo, fuimos invitados aquella tarde a su residencia, paredaña al palacio de los Medinaceli. Todavía seguía casada con el Duque, que en un momento dado entró a vernos un rato, y luego sus dos hijos, aún de corta edad, pero correctísimos en el saludo que nos hicieron. Y es que la entrada a muchos salones no estaban cerradas para reporteros como Trialasos.

Buen fotógrafo, insistimos, en distintas ocasiones nos hacía llegar reportajes de su autoría, y así iba complaciendo a sus amistades, como Isabel Pantoja, a la que recuerdo le realizó una excelente serie de imágenes en la Casa de Campo vestida con traje campero. Él conocía muchos entresijos de las vidas de esos personajes populares; le hacían confidencias. Y jamás los traicionaba, guardándolas para sí. Probablemente, actuando de ese modo traicionaba su oficio de reportero. Publicaba sólo una décima parte de lo mucho que sabía. Y ello le granjeó siempre la confianza de tantos y tantos actores y cantantes, que lo adoraban. El buen humor era otra de las características de su idiosincrasia.

Coincidíamos en un almuerzo semanal en el Club Internacional de Prensa, sito entonces en la madrileña calle del Pinar. Lo fundamos siete compañeros, entre ellos, él. Se me ocurrió junto a José García Pastor y Agustín Trialasos proponerles la creación de unos premios para reconocer la simpatía y facilidades de los personajes del mundo del espectáculo y asimismo los que nos hacían la vida más complicada. Serían los hoy tan conocidos premios Naranja y Limón. Agustín Trialasos fue siempre uno de los más entusiastas colaboradores en la organización de la fiesta de entrega, quien disponía protocolariamente los puestos, el que más se divertía, probablemente en esos menesteres, de la peña Primera Plana, a la que pertenecíamos.

Quienes lo conocimos, como compañeros y amigos suyos, lo echaremos mucho de menos. Hace unos años supimos de la grave operación a la que tuvo que someterse, de la que salió adelante no sin muchas dificultades. Lo encontramos luego muy recuperado. Y así fue pasando el tiempo hasta que hoy nos ha llegado la noticia de su muerte. Que tengas un eterno descanso, querido Agustín. Por tu bondad, seguro que estás en el cielo.

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