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Las tres tumbas Borbón del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid

Allí yacen los hermanos Alfonso y Gonzalo de Borbón y el hijo mayor del primero.

Allí yacen los hermanos Alfonso y Gonzalo de Borbón y el hijo mayor del primero.
Interior del Monasterio de las Descalzas Reales | Wikipedia

Noviembre es el mes de los Difuntos, como es sabido. Eso nos ha llevado a contarles cuanto sigue, acerca de una antigua tradición cuando aristócratas y benefactores podían ser enterrados en el interior de las iglesias, lo que se ha ido eliminando con el paso del tiempo; lo más probable a causa de la falta de disponibilidad de suelo apropiado. El convento de las Descalzas Reales de Madrid alberga los restos mortales de tres varones unidos por el común lazo familiar del apellido Borbón. Me refiero a Alfonso de Borbón Dampierre, su hermano Gonzalo y el hijo y sobrino, respectivamente, de ambos de nombre Francisco.

Oficialmente llamado Monasterio de Nuestra Señora de la Visitación, el convento de las Descalzas Reales está situado en el centro de Madrid, apenas a doscientos cincuenta metros de la Puerta del Sol. De estilo plateresco, fundado en 1559 por doña Juana de Austria, hermana del rey Felipe II. En sus paredes cuelgan ricos tapices de Rúbens, cuadros valiosos y arte sacro en general, que pueden ser admirados por los visitantes que lo deseen, perteneciendo el edificio al Patrimonio Nacional. Y allí descansan para la eternidad los tres miembros de la familia Borbón, emparentados directamente con nuestros Reyes.

La muerte de Alfonso de Borbón Dampierre ocurrió el 31 de enero de 1989. Hubiera cumplido tres meses más tarde cincuenta y tres años. Como se ha contado infinidad ya de veces, a consecuencia de un trágico accidente en las pistas de esquí de una estación norteamericana, en Colorado. El Rey don Juan Carlos, primo hermano del finado, puso inmediatamente un avión a disposición de Gonzalo, quien en compañía del marqués de Villaverde se hizo cargo del cadáver hasta trasladarlo a Madrid. Los funerales fueron presididos en el mentado convento por don Juan Carlos y doña Sofía. En los bancos finales del templo se situaron María del Carmen Martínez-Bordiú y su madre. Y alejada del grupo familiar, llorando su íntimo dolor, Mirta Miller, la amante del príncipe en sus últimos años. Aturdida pero con decisión, ésta se acercó al ataúd y acarició el rostro de quien había sido su gran amor. Nunca ninguno de los dos habló nada de casamiento. En todo caso, la actriz argentina contó que en la intimidad él le habló un día de lo feliz que sería de tener una hija con ella. Pero nada más sobre su futuro.

Y de pronto, en ¡Hola! apareció publicado que Alfonso de Borbón pensaba contraer matrimonio con una aristócrata llamada Constanza de Habsburgo. No se conocía aquella relación. La madre de Alfonso, Emanuela de Dampierre, sorprendería en sus memorias afirmando que su hijo primogénito y Constanza planeaban su boda para el otoño de aquel 1989, aunque él llevaba en secreto tal noviazgo con la archiduquesa. ¿Fue un montaje urdido por los legitimistas franceses que tenían a Alfonso, Duque de Anjou, como su pretendiente al trono de Francia? Es más que posible. A Mirta Miller no le encajaba aquella historia sentimental del que fue su amante, el príncipe. Lo hubiera advertido y de ser cierta, la actriz se habría rendido a la evidencia. Pero, no; nunca Alfonso le habló de Constanza. Supo Mirta, por boca de algunas monjas del convento que visita a menudo para depositar flores en la tumba de Alfonso, que éste visitaba de vez en cuando el lugar para rezar con fervor.

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Mirta Miller, en los años 70

Cinco años atrás, el primogénito del príncipe, Francisco de Borbón Martínez-Bordiú fallecía el 5 de febrero de 1984 a consecuencia de las gravísimas heridas sufridas cuando viajaba de regreso a Madrid en el coche conducido por su padre, que se estrelló en una carretera de Navarra. Tenía todo el cuerpo prácticamente irreconocible. Fue enterrado en el cementerio de El Pardo, tan cercano al palacio donde durante cuarenta años gobernó su bisabuelo materno, Francisco Franco. Contaba sólo once años de edad. Transcurrido largo tiempo la familia de su padre logró los permisos oportunos para que los restos mortales de Francisco se trasladaran al convento de las Descalzas.

Acerca de Gonzalo de Borbón Dampierre, dos años menor que Alfonso, hemos de apuntar que fue un tanto desconocido para la opinión pública, aunque sus dos primeras bodas lo acercaran a la curiosidad de cuantos supieron de ellas a través de las revistas del corazón. El carácter de ambos era totalmente opuesto. Serio Alfonso, de aire melancólico, y también algo aburrido muchas veces al decir de su primera mujer, María del Carmen Martínez-Bordiú. Pero desde luego responsable, meticuloso en el protocolo, quien ambicionaba de alguna forma la posibilidad de ser algún día Rey de España. No me lo dijo así directamente, pero cuando lo entrevisté en su piso de la calle de Castelló, una tarde de 1968, con su pausada manera de hablar, no vaciló en confesarme que quería ser útil a España desde alguna posición conforme a su rango y los que creía deberes (también derechos) heredados de su padre, hijo de Alfonso XIII. Tampoco podía ser más explícito entonces: su primo don Juan Carlos sería al año siguiente proclamado en las Cortes sucesor de Franco a título de Rey, como Príncipe de España.

Que Alfonso de Borbón resultara habitualmente de aspecto circunspecto y tristón, no le invalidaba como conquistador de bellezas femeninas. Conocí una de ellas la actriz italiana Marilú Tolo, con quien había mantenido en Roma un apasionado idilio. La madre del príncipe le hizo ver lo inconveniente de esos amoríos, dado que Marilú solía exhibir a menudo sus encantos en la pantalla, con poca o ninguna ropa, y él cortó la relación. Ya viviendo en Madrid en esa vivienda mencionada, que compartía con su hermano, cuyo alquiler se lo pagaban (unos dicen que su tío son Juan, Conde de Barcelona y otros que por orden de Franco), Alfonso se mostró más cauto en su vida sentimental. Hasta con Mirta Miller, cuando todos los periodistas lo sabíamos emparejado, fingía en público llamándola de usted, como si acabaran de conocer.

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Alfonso de Borbón y Dampierre y su hijo Luis Alfonso en el funeral de su hijo mayor Francisco

Todo lo contrario era Gonzalo de Borbón, alegre, simpático, dicharachero que compartió muchas amistades femeninas en el Madrid de finales de los 60 y los 70, cuando era un noctámbulo empedernido que frecuentaba las discotecas de moda, en particular una, Picaddilly, de la que era socio de honor. Lo mismo aparecía del brazo de la actriz argentina Rosanna Yanni, que de otras modelos. Lucía gafas de concha, que le otorgaban un semblante más de intelectual, aunque lo suyo era divertirse hasta bien entrada la madrugada. Nadie sabía de sus ingresos, su trabajo, aunque él comentaba que unas veces recibía transferencias de su padrastro desde Milán y otras que prestaba sus servicios en una empresa norteamericana como asesor financiero. Lo único cierto es que era un vividor. Pero sin molestar a nadie de su círculo amistoso; con gracia, con clase.

Tenía cuarenta y cinco años cuando le dio por casarse, de la noche a la mañana. Cortaba así con sus francachelas y amoríos. La novia era la periodista Carmen Harto, reportera en Televisión Española y después relaciones públicas de algunos locales nocturnos, diez años más joven que él. Su matrimonio civil en Puerto Vallarta, México, no fue nunca convalidado en España así es que un año después se dijeron adiós sin ninguna clase de papeleo. Y es que el buenazo de Gonzalo no estaba destinado a hacer vida matrimonial. Y volvió después, en 1984, a tropezar en la misma piedra, esta vez sí con dos ceremonias, civil y religiosa, con la modelo valenciana Mercedes Licer. A los dos años ya vivían separados. Ella pleiteó luego lo suyo para ver si conseguía algo tras el divorcio. Gonzalo de Borbón, no sin rascarse el bolsillo y prescindir de buena parte de sus ahorros, logró la nulidad de aquella disparatada boda. Entre otras peripecias, resulta que en 1983 una joven estadounidense llamada Estefanía, bien entrada en carnes, aseguró ser hija de Gonzalo de Borbón. Y éste, por las buenas, aceptó la paternidad, le dio su apellido, aunque ni un solo duro. Se vieron un día en París, se hicieron unas fotos, sospecho que él se llevó algo de aquella exclusiva y, si te he visto, no me acuerdo.

Cansado de su vida disipada, de sus errores que tanto le criticaba su hermano y su madre, se marchó en 1990 de Madrid para siempre, instalándose en Suiza. Allí, Gonzalo cambió de vida, dejó sus aventuras, contrayendo matrimonio en 1993 con la genovesa Emanuela Pratolongo. Aparecieron reportajes de la pareja, cómo no en ¡Hola!, donde hacían gala de su felicidad. Rota cuando en mayo de 1990 una galopante leucemia acabó con la vida de Gonzalo de Borbón en el Hospital Cantonal de Lausana, donde llevaba residiendo un decenio. Había dejado escrita su última voluntad: ser enterrado junto a su hermano Alfonso y su sobrino Francisco. Descansa eternamente en el convento de las Descalzas Reales de Madrid. Tenía sólo cincuenta y ocho años.

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